'Guerra' con artillería pesada
CRÓNICA Albert Pla, Fermin Muguruza y Refree parodiaron la misión de paz en Barts
Aunque Guerra aparezca como un montaje a tres bandas, Albert Pla, Fermin Muguruza y Raül Fernández, Refree, la idea sale de la cabeza de Pla, y se nota, ya que sigue el camino de la performance activista apuntado en montajes como Manifestación (2012), sustituyendo el recital por el guión teatral envuelto en piezas musicales. Guerra, que se pudo ver el lunes y el martes en Barts, dentro del Grec, con dirección de Pepe Miravete, es la manera que tiene Pla de cargar contra el orden mundial disparando en el camino contra la retórica benéfica, los patrocionios comerciales y la conversión del ciudadano en espectador.
El cantautor es un soldado que ha sido enviado, con fines teóricamente humanitarios, a una ciudad sitiada, en la que Muguruza encarna a un habitante tipo. En las primeras escenas le vemos esbozando unas canciones melancólicas que son lo más sutil de todo el espectáculo. Porque, poco a poco, la música se va endureciendo, cobrando formas de electrónica industrial, mientras los textos derivan hacia un planfleto suponemos que consciente.
Inocencia perdida
El personaje de Pla, alma de cántaro maleada por la misión bélica que le ha sido impuesta, va perdiendo la perspectiva («vamos todo el día ciegos»), y mantiene unos diálogos con Muguruza que reservan momentos graciosos cuando ambos parecen recrearse en sus personajes públicos. Así, en una escena en la que el excantante de Negu Gorriak está excitado denunciando la injusticia, Pla le corta en seco: «¡Fuera malos rollos! ¡Tanta política, tanta política, ¿vamos a ver el fútbol?».
A Muguruza se le ve más bien forzado a lo largo de la obra, recitando, medio-rapeando, textos en castellano que acumulan retórica agit-prop y con los que acaba trasladando la culpa al público con un estilo de choque: «¡Os importa la ciudad solo como espectador, sin que os salpique la sangre!»; «Aquí todos somos cómplices, nadie es neutral».
Hay un paródico concierto humanitario, esponsorizado por marcas comerciales (que ya no existen, como Elf y Aiwa), en el que Pla parece evocar a Labordeta cantando «a veces tengo un sueño que se llama libertad». Como fondo de escenario, la reproducción de un estadio repleto, uno de los momentos de impacto audiovisual de Guerra, terreno este, a cargo de la productora Nueveojos, en el que supera ampliamente cualquier espectáculo anterior de Pla.
La obra termina fatal, en un baño de sangre. Raül Fernández, que aparece en algunos momentos en forma de monje guitarrista, muere con un tiro en la cabeza sugiriendo, a modo de conclusión, que este orden mundial no tiene remedio. Y queda atrás hora y media de sketches con tensión desigual, y de canciones silueteadas, a veces reducidas a bases electrónicas y ambientes. Una guerra para gloria del Pla más estridente.
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