Ethan Hunt no desfallece Misión: imposible. Nación secreta C. McQuarrie

Tom Cruise, al mando absoluto de las operaciones cinematográficas de Fuerza Misión Imposible (FMI), ha ido arrinconando poco a poco la sofisticación que le proporcionaron los directores elegidos para los primeros filmes de la serie (Brian De Palma, John Woo y J. J. Abrams) y desde el cuarto -y este quinto lo ratifica- va más directo al grano de la acción pura, dura y muy lúdica. Sin olvidar nunca las enseñanzas de la teleserie original, una de las obras maestras catódicas de los años 60 y primeros 70, las películas de Misión: imposible proponen el punto intermedio perfecto entre intriga, acción, sofisticación y comedia.

La última no posee secuencias tan elaboradas y recordadas como la del tren de alta velocidad de Misión: imposible y las persecuciones automovilísticas convertidas en cortejos amorosos de Misión: imposible II. Todo fluye de manera más ordenada y funcional, con guiños tanto a la serie televisiva (el mensaje en vinilo que se autodestruye en cinco segundos) como a El hombre que sabía demasiado de Hitchcock (la secuencia del atentado durante una representación operística).

Repudiado por la CIA, enemistado con medio mundo, molesto e incómodo para todos, Ethan Hunt, el líder impecable del grupo, se parece cada vez más a Jack Bauer, el protagonista de 24: hace el trabajo sucio pero nadie le quiere. El sentimiento trágico de anteriores entregas de la saga es aquí mucho menor. Misión: imposible. Nación secreta es un artefacto perfectamente calculado en el que todo vibra en el momento que debe hacerlo. Quizá le falta espontaneidad, pero no le sobra nada como action film moderno y modélico.

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