CRÍTICA
Placer para bibliófilos
'Los falsificadores' de Bradford Morrow es una intriga criminal especialmente preocupada por los libros como objeto de culto
Marta Marne
Crítica literaria
Marta Marne
Adam Diehl, un coleccionista experto en libros raros, aparece en el estudio de su casa con las manos amputadas y rodeado de sus valiosos ejemplares desperdigados por el suelo, muchos de ellos con la página de la dedicatoria arrancada. Pocos días después de su muerte, su cuñado Will comienza a recibir una serie de notas de Henry Slader, que amenaza con hacer público que Will falseó cierto material en el pasado. Henry y Will fueron competidores en el bello arte de la falsificación de firmas, y la relación entre ambos será una batalla constante por dilucidar quién es mejor de los dos.
La aparición de personajes especializados en libros no es algo nuevo en la novela negra. Ya hemos podido encontrar al Henry Gamadge de Elizabeth Daly, al Mario Conde de Leonardo Padura o al Lucas Corso de Arturo Pérez Reverte. Basándose en la estructura de un clásico 'whodunit' (¿quién lo hizo?), Bradford Morrow construye una obra de intriga sin la presencia de la policía o de un detective. El narrador será el propio investigador, que a través de una primera persona en pasado dejará que el lector vaya descubriendo aquello que él quiera contarnos. Esta elección no es fortuita, ya que, como veremos desde un principio, Will tiene mucho que ocultar a unos y a otros, y solo él conocerá toda la verdad del caso.
A pesar de que el hilo conductor inicial es el asesinato de Adam, a lo largo de la narración Morrow introducirá una serie de elementos que serán los que hagan de esta novela un texto mucho más atractivo. Para los amantes del libro como objeto de culto será más cautivador conocer qué edición de “Ulises” de Joyce es la más valorada, qué ocurrió con uno de los textos malditos de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o de qué manera un experto puede saber si un autógrafo en un ejemplar de Yeats es auténtico o no. Conocer las pulsiones de un falsificador ante la tentación de echar a perder su reputación como consultor por el placer de estampar la firma de Henry James en una de sus obras es uno de los puntos fuertes de este thriller literario. Tanto es así, que llegaremos a olvidarnos de Adam y ese impactante crimen con el que se abre la trama para querer saber más acerca tasaciones, falsificaciones, tintas y tipos de papel. Quizá por todo ello deban abstenerse de leerlo los amantes de la tinta electrónica. Solo apto para bibliófilos.
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