'La piedra oscura', el revolucionario poder de la palabra

La ficción sobre las postreras horas del último amante de Lorca, escrita por Alberto Conejero, sacude al Lliure de Gràcia

La piedra oscura

La piedra oscura / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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"Me queda la palabra", canta Paco Ibáñez en su universal versión musical de los versos de Blas de Otero. Alberto Conejero, el galardonado autor de ‘La piedra oscura’, expresa el mismo sentimiento al enfrentarse al rescate de la historia de Rafael Rodríguez Rapún, el último amante de Federico García Lorca con el que compartió el proyecto teatral de La Barraca. El creador se aferra también a la radicalidad de la palabra y a la fuerza de la transmisión oral para construir un emotivo relato contra el olvido y en defensa de la recuperación de la memoria histórica.

El montaje, con una dirección de Pablo Messiez atenta a los más mínimos detalles, recibe estos días una calurosa acogida en el Lliure de Gràcia. La sacudida que esta puesta en escena produce está plenamente justificada. En este espectáculo las palabras de profundo sentido poético no se las lleva el viento. Al contrario, la fuerza de su lacerante mensaje queda clavada en el corazón de los espectadores.

La acción se desarrolla en un hospital militar de Santander. El ruido del mar y el olor del salitre penetran en la estancia donde Rafael (un Daniel Grao de impresionante expresividad) yace en un sucio lecho con la camisa manchada de sangre. El joven teniente, de 25 años, herido en el frente republicano, vive sus últimas horas antes de la ejecución. A su lado, un asustado vigilante de solo 18 años, armado con un fusil (un tierno Nacho Sánchez) vive agobiado por tan terrible situación. Milita en el bando contrario, en el que le ha situado un azar alejado de cualquier ideología.

100.000 MUERTOS ENTERRADOS EN LAS CUNETAS

La realidad es que el amigo de Lorca murió en un hospital de su propio bando. Sin embargo, Conejero ha cambiado los hechos para construir un relato que habla de las ausencias, empezando por la del poeta y continuando por los más de 100.000 muertos enterrados en las cunetas, pero sobre todo incide en la importancia del encuentro entre personas distantes en sus posiciones que descubren, durante su forzada convivencia, cómo el enemigo puede convertirse en amigo a través del diálogo.

El joven Sebastián, que solo dirá su verdadero nombre al final, se resiste a escuchar al prisionero. Él está allí para cumplir órdenes, pero Rafael es insistente y acaba envolviéndole en la red de sus confesiones. El dolor, la angustia y la culpa aparecen hasta contagiar al imberbe soldado, que acabará desnudando sus sentimientos en comunión con su oponente. Un magnífico espectáculo resuelto con una eficaz puesta en escena.

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