Apuntes

Bienvenidos al mundo real, criaturas

JOSEP MARIA POU

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Sigo las informaciones que se están dando acerca del desdichado suceso del Madrid Arena (cinco muertes, cinco) y me indigno, claro. Me dan náuseas. Se me revuelve el estómago y asoma hasta el bocata de meses atrás. El cinismo y la poca vergüenza de quienes se van pasando la pelota de la responsabilidad (mejor, de la irresponsabilidad manifiesta), como en un macabro partido de balonmano (cinco muertes en la cancha, cinco), asquea profundamente. Este es un caso que atañe directamente al sector joven de la población, que fue protagonista en la noche de autos, y que ahora sigue con interés las sesiones de la comisión de investigación y los tira y afloja de concejales,seguratas, taquilleros y demás familia, alcaldesa incluida. Escucho el relato de muchachos que estuvieron allí y que aportan su testimonio -¿alguien dudaba de la utilidad del vídeo en los móviles?- con voluntad expresa de colaborar en el esclarecimiento de los hechos y, al mismo tiempo, denunciar tantas irregularidades. Y me parece notar que la mayoría de esos jóvenes se están asomando por primera vez, gracias a este suceso, a la realidad de la vida política. Leyendo informes y contrainformes se les queda la cara a cuadros. La estupefacción hace acto de presencia cuando descubren que no se trata tanto de buscar la verdad como de quitarse el muerto de encima, que no se trata tanto de hacer justicia como de disimular la injusticia, y que la descalificación del contrario puede más que el acto de contrición y el mea culpa. Me entran ganas de decirles: «Bienvenidos al mundo real, criaturas. Bienvenidos al circo de la política y al mercadeo de los intereses por encima de los sentimientos. Bienvenidos a la edad adulta».

Yo también me hice mayor de golpe el día que descubrí que el maestro podía ser un lerdo, el médico un inepto y el alcalde un mangante. Hasta entonces había creído que si el médico, el maestro y el alcalde estaban allí era porque se trataba de los mejores, los más sabios y honestos. Perdí la inocencia el día que descubrí que los mayores mentían. Y manipulaban. Y escondían los cheques en el libro de misa. Y daban limosna con la derecha mientras robaban con la izquierda. Y firmaban sentencias de muerte como quien hace la lista de la compra. Creía haberme hecho mayor con todo esto. Pero lo que estoy viendo estos días supera lo imaginable. Y voy siendo cada día más mayor, menos inocente y más descreído. Más viejo, en una palabra.