Gente corriente

Albert Hernández: "El bailarín vive de lo que puede expresar al público"

Los corros que hacía de niño en los bares de sus padres ya apuntaban el potencial de este bailarín.

«El bailarín vive de lo que puede expresar al público»_MEDIA_1

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CARME ESCALES

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«Mamá, quiero bailar». Tres palabras y una vida por delante. Con apenas 5 años, Albert Hernández (Barcelona, 1987) expresó lo que quería hacer y lo que hoy le hace feliz. De las mesas de los dos bares que tenían sus padres, las plantas de sus pies saltaron a una escuela de flamenco de su barrio de La Verneda i La Pau (Sant Martí), a La Tani (Nou Barris) y a la academia Ritmes de Badalona, donde se preparó para entrar en el Institut del Teatre. El pasado otoño, una beca lo llevó a formarse y bailar en la Peridance Contemporary Dance Company de Nueva York. En la ciudad de los rascacielos, esta joven promesa tocaba el cielo con la punta de sus dedos.

-¿Qué sentía de niño al bailar?

-Liberación, porque hacía lo que me daba la gana sin ningún tipo de vergüenza. Bailar era mi forma de disfrutar, de moverme y de expresarme. Y en las escuelas de danza era una esponja, cogía los pasos a la primera, hasta que me dijeron que tenía que hacer ballet si quería dedicarme a bailar profesionalmente. Y se me cayó el mundo encima.

-¿Por qué?

-Primero porque de mi camiseta de tirantes, pantalón elástico y botines debía pasar a las mallas, el maillot y la diadema [por su melena], un mundo que nuestra sociedad ha pintado únicamente de rosa. Me sentía ridículo. Además, las nuevas posturas y movimientos... Mis ganas de bailar querían salir.

-Pero con las zapatillas también salieron...

-Sí, en ballet clásico empecé a subir de nivel y entré en el Institut del Teatre, donde hay un profesorado increíble y donde he podido participar en el Certamen Internacional de Danza Ciutat de Barcelona que Gina Rigola [exbailarina] creó para dar a conocer y proyectar el talento de aquí.

-Julio Bocca, Héctor Zaraspe, Nya Bowman y Igal Perry (director de la escuela para la que fue becado) fueron parte de su jurado. ¿Qué fue lo más emocionante?

-Bailar en un escaparate increíble, con ese jurado que es el top del ballet internacional. Solo por ello siento que Gina Rigola merece todo el agradecimiento. Yo quería una beca para el Ballet Nacional de España, pero no me la dieron. Me dieron una para la escuela Chiqui de Jerez. Estaba contento, pero no satisfecho. Lo que me alegró mucho fue recibir el premio del público.

-¿Los aplausos?

-No. Al final de las pruebas, el público vota a un bailarín destacado, que actuará con los artistas invitados en la gala final, que son primeros bailarines de las compañías más prestigiosas del mundo. Y ese premio fue para mí. Cuando ya creía que lo tenía todo, volví a escuchar mi nombre. «Para un bailarín sobresaliente, una beca especial: tres meses en una escuela de Manhattan, para un estilo de danza que no es el suyo: Albert Hernández». Mis compañeros aplaudían, pero yo estaba convencido de que era un error... Me dieron una beca para danza contemporánea.

-Y estuvo del 11 de agosto al 11 de noviembre en Nueva York, tras reunir -con bolos y ayudas de amigos y familiares- los 6.000 euros para viaje y estancia que no cubría la beca. ¿Qué le ha dejado la experiencia?

-Me enriqueció muchísimo. Si aquí bailaba 25 horas a la semana, allí bailé 44. Clásico, claqué, hip-hop, salsa, danza africana, Horton, Limon, Graham, House... Y a las tres semanas me ofrecieron ensayar y actuar con la compañía de la escuela. Aquí soy considerado un crío, allí me llamaban baby pero me trataban como a un profesional. Y, como me dijo el director de la escuela, Igal Perry: «Dance is dance. Abre tu abanico y no te encierres en un estilo». Él y el jurado no vieron en mí a un bailarín de danza española, vieron a un bailarín.

-¿Se imagina viviendo de la danza?

-El bailarín no busca el dinero de fin de mes, vive de lo que puede expresar al público. Sudas tu cuerpo por un aplauso.