EL DERECHO A UN BIEN IMPRESCINDIBLE

Mucho más que agua

CONCIENCIADAS. Las mujeres juegan un papel fundamental en la concienciación sobre la higiene en el poblado de Moundy.

CONCIENCIADAS. Las mujeres juegan un papel fundamental en la concienciación sobre la higiene en el poblado de Moundy.

MONTSE MARTÍNEZ

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Cuando la árida tierra mauritana regala agua al agujerear sus entrañas, nunca se olvida el momento. Cuenta un cooperante de Unicef que mientras los africanos cantan y se encomiendan a sus deidades, él siente que la decisión de encaminar su trayectoria como ingeniero al servicio de los más necesitados cobra un sentido pleno. Que el agua es vida no necesita, a estas alturas, más comentario, especialmente en países donde, como en el caso de la desértica Mauritania, más de la mitad de la población rural (52%) no tiene acceso a un punto de agua potable. El país ocupa el puesto 144º (la parte más baja de la lista) en el Índice de Desarrollo Humano.

La explosión de alegría cuando el preciado bien mana de la tierra no es, ni mucho menos, el final de un proceso. Todo lo contrario. Empieza un largo camino. Así lo entiende Unicef, la agencia de las Naciones Unidas para la Infancia, con un ambicioso programa de Agua potable, Saneamiento e Higiene (WASH, en sus siglas en inglés) en el país del África occidental, especialmente en las zonas rurales.

«Nuestra actuación en el ámbito del agua es transversal», señala David Simón, técnico especialista en WASH de Unicef en Mauritania para, inmediatamente, matizar: «Esto significa llevar el agua potable de forma sostenible pero también concienciar a las personas de la necesidad de hacer letrinas y dejar de defecar al aire libre e inculcar la suma importancia de lavarse las manos con jabón tras ir al baño». Lo que técnicamente se bautiza con el término WASH, acrónimo cuanto menos extraño para legos en la materia pero de uso cotidiano en el mundo de la cooperación. Gestos tan automáticos desde la perspectiva del primer mundo como hacer las necesidades en el baño o lavarse las manos no lo son en muchos rincones de África y, concretamente, de Mauritania.

Hábitos que, cuando se implantan, reducen drásticamente las diarreas de la población, especialmente de los niños, aquejados de desnutrición infantil, endémica entre los más pequeños. A mejor agua, menos diarrea, menos desnutrición y menos muerte. Uno de cada diez niños mauritanos muere antes de los 5 años. Una cifra que da cuenta de la fragilidad de la salud infantil.

Unicef, valedora de una experiencia y prestigio mundialmente conocidos, ha logrado que el Gobierno mauritano dé cabida a esta concepción integral del tratamiento del agua en sus planes de actuación. Un logro fundamental desde el punto de vista de la incidencia política.

Mauritania. Región de Brakna, en el sudeste del país, a unos 300 kilómetros de la capital, Nuakchot. Fatimata Mamadou, una mujer mauritana de 59 años de la etnia pular, abre las puertas de su modesta pero acogedora casa en el poblado de Aboye. Se entrega al explicar cómo el poblado se ha puesto manos a la obra para aplicar las sugerencias -que nunca imposiciones- planteadas por Unicef.

Tres gotas de lejía

«Primero intentamos mantener en buenas condiciones el agua y, al llegar a casa, la almacenamos en un recipiente limpio y cerrado», arranca su explicación Fatimata, que añade: «Si no lo veo claro del todo, echo tres gotitas de lejía por litro». Pero la buena praxis no solo se limita a la conservación y mejora de la calidad del agua. Va mucho más allá: «He construido una letrina, como casi todas las familias del poblado, y siempre hay disponible jabón y lejía para lavarse las manos después». Y sonríe al concluir: «Hemos notado una mejoría muy importante, casi no hay casos de diarrea». Es la experiencia de Fatimata pero podría ser la de cientos de mauritanos del ámbito rural que han asimilado ese «cambio de comportamiento» tan deseado donde radica la clave del éxito. De los 6.000 pueblos mauritanos, entre 1.500 y 2.000, según datos de Unicef, ya han culminado la evolución. Cifras esperanzadoras que, a la vez, constatan que queda mucho por hacer.

Dicho así, el trabajo de concienciación llevado a cabo por Unicef -siempre a través de la figura de los sensibilizadores locales, las personas líderes en la comunidad que transmiten las consignas- puede parecer sencillo pero no lo es. ¿Cómo actuar cuando, por ejemplo, el argumento para no usar una letrina es que en el interior está el diablo?

Cualquier excusa es buena para no dejar de defecar al aire libre, una práctica ancestral asociada con la libertad. Es un supuesto, de una larga lista, con el que han tenido que lidiar los cooperantes. Mohamed Elmane Addawa, técnico de WASH de Unicef, apunta la palabra mágica: paciencia. «El proceso para conseguir un cambio de comportamiento es lento, por lo que tenemos que ser pacientes y no desanimarnos», apunta. «Las comunidades son inteligentes -añade- y una vez se produce esa asimilación, ese cambio de chip, se consolida el hábito». El diálogo, el contacto y el espacio para que lleguen a sus propias conclusiones son la carta de presentación de estos cooperantes.

Hacer su propia letrina

La experiencia les ha dicho que construir letrinas sin trabajar el cambio de comportamiento lleva, directamente, al fracaso. «Has alcanzado el éxito cuando son ellos mismos los que deciden construir su propia letrina», apunta Mohamed Elmane, que habla de más de 13.000 letrinas construidas por los propios ciudadanos en todo el país. Cuántas veces se han encontrado casos en los que si se les construye una letrina sin que estén concienciados, acaba abandonada sin ningún tipo de uso.

Sorprende saber que, de todas las situaciones susceptibles de ser celebradas, los poblados mauritanos donde trabaja Unicef tienen una bien particular. Cuando una comunidad es FDAL (Fin de la Defecación al Aire Libre), lo celebra con sus mejores galas y sus mejores ágapes. Vienen las autoridades, los poblados vecinos y se entregan diplomas. El certificado se obtiene cuando por cada 10 personas se ha construido una letrina. Cuando la concienciación es plena, es la propia comunidad la que reprende y castiga a los convecinos que se saltan la regla. Incluso con pequeñas multas. La educación en los colegios desempeña un papel fundamental en todo este proceso.

Mensaje en las escuelas

Buena prueba de ello es la escuela de Sara NDogou, en la región de Brakna, relativamente cerca del río Senegal. Los niños, en pequeños pupitres que se reparten entre cuatro, contestan al unísono: «Si el agua no es potable, tiene microbios y causa malaria»No se bebe agua del pozo sin tratar con cloro es la otra consigna grabada en la mente de los muchachos. «Los niños son claves a la hora de transmitir el mensaje en sus hogares, a sus padres», explica la sensibilizadora Mariata Dia.

Y estos mensajes pasan por clorar el agua, intentar almacenarla de forma adecuada, construir letrinas y lavarse siempre las manos tras ir al baño. A buen seguro que más de un progenitor se sorprenderá al verse aleccionado por su hijo recién venido de la escuela.