Manifiesto becario

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RISTO MEJIDE

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Hoy, 8 de mayo, es el Día Internacional del Becario. Como ocurre con el cáncer, el sida o las enfermedades raras, también los becarios tienen su día internacional. Como si fuese algo que habría que erradicar. Cuando creo que es todo lo contrario. Un becario es un proyecto de presidente. Trata siempre bien a los becarios, aunque sólo sea porque es probable que, con suerte, algún día, acabes trabajando para ellos.

Al fin y al cabo, qué es un becario. Igual que ocurre con los conceptos complejos -amor, familia, amistad- cada uno tendrá su definición. Y está bien que así sea, porque son las únicas palabras que, al tratar de definirlas, uno acaba definiéndose a sí mismo.

Para mí, un becario es alguien infravalorado por definición, alguien que cobra mucho menos de lo que vale, por el mero hecho de no disponer aún de suficiente currículum para exigirle a los demás lo que se le exige, o incluso lo que se exige a sí mismo.

En ese sentido, quien no se sienta todavía becario que tire la primera piedra. La diferencia está en que en muchos casos, los becarios titulares no llegan ni al mínimo exigido no ya por ley, sino por dignidad.

Pero hoy no quiero hablar de lo malo, que ya lo conocen suficientemente los que lo viven día a día, sino de todo lo demás, que es mucho. Bueno y no tan bueno. Por eso, hoy me permito darte, querido becario, un manojo de consejos que jamás me has pedido, ni me pedirías si no te los diese, seguramente. Pero son los consejos que a mí me hubiera gustado recibir hace 20 años. Tómatelos como una receta de esas que vienen en los libros de cocina. Que puedes cocinarla como te apetezca, que hagas lo que hagas jamás te cortes con las proporciones y que, sobre todo, te olvides de las fotos, porque ni de coña quedarán así.

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Para empezar, si no te apasiona lo que haces, cambia inmediatamente de sector. Equivocarse sale mucho más barato cuando empiezas que cuando llevas unas cuantas hipotecas vitales encima. Y la vida -profesional, o no- ya es bastante perra como para encima dedicarte a algo que te parezca un trabajo. ¿Adoras los lunes? ¿Deseas que lleguen con todas tus fuerzas? ¿Te apasionaría ocupar el puesto de quien te contrató? Bien, entonces vamos bien, puedes seguir leyendo.

Todo el mundo tiene un talento. Talento entendido como la capacidad de provocar algo en los demás. Si eres capaz de provocar algo en los demás (no necesariamente algo positivo, mírame a mí), entonces tienes algún talento. Tienes talento para liderar, provocas que te sigan. Tienes talento como futbolista, provocas peligro en el área contraria. Y así. Pregúntate cuándo y dónde has provocado cosas en los demás, y rebusca por ahí, que estarás más cerca de descubrir en qué actividades tienes talento y en cuáles no.

Es el momento de ejercer de aprendiz. Identifica un referente. Un ídolo. Alguien de quien admires mucho su trabajo. Y entonces haz lo que no hace casi nadie: acósalo.

Hazlo de la manera más ocurrente y divertida que se te ocurra. Pero

hazlo. Cada vez que le hagas sonreír, estarás más cerca de que te contrate. Aunque te parezca mentira, mucha gente le estará enviando currículums que no sirven para nada y acaban en su archivador vertical. Es el momento de adelantarles a todos, pues más a menudo de lo que nos creemos no consigue trabajo el más talentoso sino el más pesado.

Con suerte, trabajarás gratis. Con menos suerte, incluso te costará dinero trabajar junto a esa persona. Sea como sea, piensa que jamás será coste, sino inversión. Olvídate de carreras, posgrados y másteres. Tenlos, pero créeme si te digo que más títulos no te harán más sabio. Esta es la mejor formación que podrías llegar a tener. Y la única, la de verdad.

Alégrate si tampoco lo consigues a la primera. Fracasar es la forma que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas. Así que si no lo consigues a la primera, insiste, dile alto y claro a la vida cuál es tu objetivo. La vida insiste en repreguntarnos cosas, y sólo las consiguen los que son capaces de insistir más.

A partir de ahí, entra todos los días el primero y lárgate siempre el último. A partir de ahí, deja que tu actitud construya tu aptitud. A partir de ahí, los principios sólo serán principios cuando te cuesten dinero. Ah y a partir de ahí, prefiere ganar un cliente a ganar un premio, pues los premios no dan de comer, los clientes sí.

Mi abuela, mujer sabia donde las haya, solía decirme: «Ya tienes el éxito, ahora sólo te falta el reconocimiento». El éxito como algo íntimo y el reconocimiento como algo externo, que a veces llega y a veces no. Por eso, déjame acabar definiendo otra palabra compleja, de las que definen. Para mí el éxito es que aquellos a los que has decidido admirar (tu abuela, tus amigos, tu madre, tu jefe), algún día, te admiren a ti.

Dicho esto, no se te olvide la regla fundamental. Diviértete. Así tendrás más posibilidades de triunfar. Aunque sólo sea por una razón: piensa que la mayoría no lo hace.