Icíar Bollaín: «Aquí somos tolerantes con el que estafa y así nos va»

La directora, que ha lanzado una mirada crítica a los años del pelotazo en su último filme, ‘El olivo’, lamenta que los españoles no sientan suyo el patrimonio común. De cara al 26-J, se moja: «Ojalá la izquierda tenga el peso suficiente para provocar cambios auténticos», declara.

La cineasta Icíar Bollaín, el viernes, en Sant Cugat del Vallès.

La cineasta Icíar Bollaín, el viernes, en Sant Cugat del Vallès.

JUAN FERNÁNDEZ

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El guionista escocés Paul Laverty, autor de la mayoría de las películas de Ken Loach y pareja de Icíar Bollaín, se quedó perplejo cuando leyó en la prensa que centenares de olivos milenarios estaban siendo arrancados de los campos españoles para acabar decorando jardines de millonarios y sedes empresariales de medio mundo. La directora reconoce que hasta entonces no había reparado en el crimen contra el patrimonio común que suponían aquellas amputaciones del paisaje. Su última película, 'El olivo', estrenada este viernes y escrita por el propio Laverty, retrata una época de la historia reciente de este país –la del 'boom' inmobiliario y los grandes pelotazos cometidos a costa del territorio- en la que se malvendían árboles con dos mil años de vida para sobornar alcaldes corruptos mientras las piscinas de los nuevos ricos se decoraban con réplicas de barro de la estatua de la Libertad.

Con la distancia que da el tiempo, ¿tiene claro qué le pasó a este país en esos años? ¿Nos volvimos todos locos? Fueron años de despilfarro, robo y saqueo. Por parte de muchos, pero sobre todo de los que nos gobernaban, que se dedicaron a hacer obras faraónicas innecesarias. A los ciudadanos nos faltó preguntarnos de dónde salía ese dinero, cómo era posible que fueras al banco a por una hipoteca y salieras con la casa, el coche, los muebles y un crucero. Faltó alguien que dijera: «Un momento, ¿quién va a pagar todo esto?». La respuesta la sabemos ahora: la factura la estamos pagando entre todos.

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"Directora, actriz y guionista","text":"En el rodaje de \u2018Tierra y libertad\u2019 (1994), dirigida por Ken Loach, conoci\u00f3 al guionista escoc\u00e9s Paul Laverty, su pareja, con quien tiene tres hijos. Desde el 2014, viven en Edimburgo.\u00a0"}}¿La borrachera de dinero nos impidió hacernos esa pregunta? Sí que hubo quien la hizo, pero no había ganas de escucharla. Los medios de comunicación tenían la información y el altavoz necesarios para lanzarla, pero no lo hicieron. En la calle, mucha gente sí se lo preguntó. Cuando el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, puso en marcha el soterramiento de la M-30 junto al río Manzanares, recuerdo perfectamente a mi madre preguntando: «Y esta obra tan enorme, ¿quién la va a pagar?».

¿Se sabía la respuesta? Claro que se sabía, los gobernantes la sabían, igual que sabían lo que venía a continuación. La crisis financiera estalló en EEUU en el 2007 y aquí llegó un año más tarde. ¿Por qué no se hizo nada? La realidad era dura y nadie quería afrontarla, pero la responsabilidad de los gobernantes era habérselo advertido a la población. Nos está ocurriendo lo mismo con el cambio climático. Los dirigentes saben lo que nos espera, igual que lo sabemos nosotros, pero seguimos viviendo como si no pasara nada.

Uno de los dogmas que legó la crisis fue que en esos años vivimos por encima de nuestras posibilidades. Rechazo esa acusación. Fueron ellos los que nos hicieron creer que podíamos vivir por encima de nuestras posibilidades, no admito que encima carguemos con la culpa. Sobre todo tras ver que la crisis ha servido para que la gente se empobrezca mientras la élite se enriquece. ¿De qué crisis estamos hablando?

Lleva dos años viviendo en Escocia. ¿Cómo se ve todo esto desde afuera? Por comparación, lo que más me llama la atención es lo poco que aquí valoramos lo público. Si allí te cuelas en un autobús, la gente te mira mal porque entiende que ese transporte es de todos, y si no pagas, estafas a los viajeros, no al conductor. Pagan muchos impuestos, pero reciben unos buenos servicios públicos y los cuidan porque los sienten como propios. Aquí somos más tolerantes con el que estafa, y así nos va. No sentimos que lo público es propiedad de todos. Tuyo y mío también.

¿A qué achaca esa carencia? Quizá tiene que ver con una cierta inmadurez democrática. En otros aspectos somos un gran país, pero en este tema nos queda mucho por avanzar. Se nos nota aún que venimos del franquismo, un régimen que no invitaba a sentir lo público como patrimonio de todos. Esto requiere aprendizaje.

En esos años de enriquecimiento fácil se malvendieron olivos milenarios al extranjero y otros acabaron decorando rotondas. ¿Vivimos en un país de horteras? Nos falta chovinismo. A los franceses les sobra, pero a los españoles nos falta reivindicar lo nuestro como algo que pertenece a todos, y que debemos defender entre todos. Un olivo que lleva dos mil años plantado en un campo es un patrimonio natural, paisajístico e histórico que no se puede tocar. Es cultura, un respeto. Si no entendemos esto, vamos mal.

¿Y lo vamos entendiendo? Cada vez hay más gente que sí, en ese sentido soy optimista. En Castellón, donde rodamos la película, un grupo de agricultores se movilizó hace años y consiguió que se promulgara una ley autonómica para proteger los árboles centenarios en la Comunidad Valenciana. Pero en Catalunya, a 20 kilómetros de donde estábamos, no existe una norma similar. Aquí se siguen arrancando olivos con varios siglos de vida sin que nadie diga nada. Actualmente hay una campaña en Change.org para reclamar una ley que proteja los árboles monumentales. Muchos de esos olivos se plantaron hace dos mil años para señalar el enterramiento de un patricio romano. Si no se nos ocurriría derribar una edificación romana, debería horrorizarnos la idea de arrancar ese árbol, que también es un monumento histórico, aparte de natural.

¿Le cuesta explicarles las particularidades de España a sus vecinos de Edimburgo? A veces. La corrupción existe en todo el mundo, pero en España se muestra con un descaro que choca mucho en el extranjero. Allí, si un cargo público hace la décima parte de lo que aquí nos cuentan que hacen, no dura un minuto en su puesto. En Europa no entienden que en España se cometa tanta tropelía impunemente. De todos modos, hay otro tipo de corrupción, más fina pero más grave, de la que no se habla, y que afecta a todos los países.

¿A qué se refiere? A la arquitectura financiera que permite la existencia de los paraísos fiscales. Resulta que unos cuantos abogados y banqueros que ganan unos sueldazos impresionantes han creado un submundo para que ciertas multinacionales se libren de pagar impuestos de forma legal, y lo permitimos. No solo eso, trabajamos con esas entidades. Le pongo el ejemplo de Google, que solo paga en impuestos el 4% de sus ganancias multimillonarias, mientras usted y yo pagamos mucho más. Sé que cambiar esto es difícil, porque el poder pone siempre en marcha una gran maquinaria para desacreditar a todo el que intenta tocarle un pelo, pero yo no me resigno.

¿Diría que en España hemos aprendido la lección de los años del pelotazo? Cuando estás fuera, la información te llega a través de los medios, en los que el tono suele ser muy bronco. Ese ruido no anima mucho, pero si te alejas de él y bajas a la calle, descubres que hay mucha gente haciendo cosas muy bonitas. Hablo de comunidades pequeñas, de acciones de barrio. A nivel político, hoy hay ayuntamientos que están proponiendo otra forma de organizar la vida pública. Al menos, lo están intentando. Me parece esperanzador. Yo tengo confianza.

¿Tiene ganas de volver a votar el 26-J? Sí, porque no hacerlo supone privarnos de una oportunidad para que las cosas cambien en este país. No votar equivale a decir: nada de lo que hemos visto y vivido en los últimos años nos importa. Y han pasado demasiadas cosas. Entiendo el hastío y el cansancio de los ciudadanos, y es cierto que a los políticos habría que agarrarlos y decirles: «Troncos, ya os vale, os podríais haber puesto de acuerdo». Pero si no votamos, significa que aceptamos la corrupción, la ley mordaza, la crisis, el paro, la ley de educación… Veo peligrosa la apatía. Es un mal negocio, no nos conviene.

Ha firmado un manifiesto pidiendo que Izquierda Unida y Podemos acudan juntos a las urnas. ¿Se posiciona políticamente? Nunca he pedido el voto para un partido ni me he sentido identificada con unas siglas. Hay quien piensa que estuve en el vídeo de la ceja, pero no es cierto, pueden revisarlo y verán que no aparezco en él. Ahora he apoyado una petición para que la izquierda vaya junta porque me parece de sentido común. Ojalá el 26 de junio la izquierda tenga el peso suficiente para provocar cambios auténticos. Porque si se pierde esta oportunidad, acabaremos dándoles un cheque en blanco a los de siempre para que sigan haciendo lo de siempre. 

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