En Venezuela, la vida se pasa haciendo colas
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
ABEL GILBERT / CARACAS Enviado especial
Desde las alturas de la sede principal del Banco de Venezuela, en el centro de Caracas, unos enormes ojos de Hugo Chávez, pintados con cierto aire pop, parecen vigilar todo lo que sucede en la ciudad. Si esos ojos realmente miraran, si dirigieran la vista hacia el Cuartel de la Montaña, ahí donde descansan los restos del comandante, observarían una larga cola. Nada menos que en esa unidad militar funciona uno de los mercados de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (PDVAL).
Trinidad, que es trabajadora, está desde la madrugada en la fila. Ha llegado con la esperanza de adquirir carne de res o un pernil de cerdo bajo el sistema de los “precios justos”. Son las 12 horas y no sabe si volverá a su casa con lo que vino a buscar. Si no tiene suerte, probará en otro PDVAL. O un tercero, y quizá un cuarto. Ya lo tiene resuelto: parte de la semana se la pasará en esas hileras de la incertidumbre. De lo contrario, buscará las provisiones allí donde el precio se cuadruplica o quintuplica: la lógica inflacionaria y la escasez, hermanadas en una crisis que le puede costar al chavismo las elecciones legislativas de este domingo, no admite límites.
Carmen, como muchas de las madres o esposas, ha empezado a prepararse para la cena de Navidad. Y en la Venezuela popular no hay navidades sin 'hallaca'. El plato típico consiste en una masa de harina de maíz sazonada con caldo de gallina o de pollo, a la que se rellena con guiso de carne de res, cerdo y pollo, aceitunas, uvas pasas, alcaparras, pimentón y cebolla. “Esa masa –explica con pasión gourmet- se envuelve en hojas de plátano. Luego se la ata con y se la hierve”. A Carlos, que organiza la cola, y está en permanente contacto con el cuartel a través de una radio, no le agradan este tipo de vigilias: “Las empresas grandes son las responsables de que falten los productos”.
La escasez exaspera en especial a los más humildes. Ellos en especial han convertido a las colas en una suerte de relación social. El Gobierno repite: esto es parte de la “guerra económica” que ha desatado la derecha. En el acto de cierre de la campaña electoral, el presidente Nicolás Maduro contó haber ordenado al Servicio Boliviariano de Inteligencia Nacional (Sebin) que arreste al gerente de un supermercado de Guarenas, a 38 kilómetros de la capital, por “conspirar y poner a sufrir a 100 personas haciendo cola cuando tenían productos dentro del local para vender”. Frente a la multitud que cubría la avenida Bolívar, Maduro añadió: “el hijo santísimo de su madre había dado la orden de cerrar la puerta. Ya está preso”.
Nicmar Evans, dirigente de Marea Socialista una fracción disidente de izquierda del chavismo, pone en duda la eficacia de Maduro. La conspiración es solo una parte del problema. “¿Acaso el Gobierno no tiene responsabilidad de lo que le hace pasar al pueblo todo los días en penurias por tratar de conseguir productos básicos a bajo costo? ¿El socialismo es hacer colas y mostrar el sacrificio en nombre de una causa?”.
MERCADO NEGRO E INFLACIÓN
En un país que importa buena parte de sus insumos y alimentos, en el que la economía experimentó en 2014 un retroceso del 4% y este año cerrará con una caída de seis puntos, lo único que crece vigorosamente es el mercado negro. El “bachaquero” es el emergente de esta crisis. Revende todo aquello que falta o se desvía de los circuitos controlados por el Estado. El Gobierno los ha calificado de “plagas”. La distorsión de precios es tan aguda que ha destruido la moneda. Con un billete de 100 bolívares, la máxima unidad, apenas se bebe un refresco. Un salario mínimo incluye 90 billetes. Para comprar un pantalón se necesitan 150. Un par de zapatillas, 300. Un smartphone de calidad intermedia 800 papeles con el rostro del libertador. Si el consumidor no tiene tarjeta de débito, esconde los paquetes de billetes en un bolso, una caja de zapatos, los envuelve entre diarios y furtivamente sale a comprar su mercancía con el temor de ser robado.
La escasez, el mercado negro y una inflación anual del 211% están atadas a un trastorno mayor, el del dólar. En Venezuela, que en los dos últimos dos años pago 27.000 millones de dólares en concepto de intereses de su deuda externa, rigen cuatro tipos de cambio. El más bajo se ha fijado en 6,30 bolívares y se utiliza para adquirir en el exterior alimentos y medicinas. Le sigue en orden ascendente el que establece que un dólar cuesta 13,5 bolívares. Lo usan los que viajan al exterior. Esto provoca al Estado enormes pérdidas porque se “bolivarizan” falsas compras fuera del país a ese valor oficial y más tarde los beneficiarios cambian los billetes norteamericanos en el mercado negro, donde cada dólar se paga 800 bolívares. En la cola del Cuartel de la Montaña, mientras espera su turno, que quizá no llegue, Trinidad desconoce los alcances de esa picaresca aunque no parte de sus consecuencias. Ella no se imagina una navidad sin hallaca en la que cada ingrediente tiene su propia historia en esta economía del desvarío.
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