Trump empuja hacia la colisión con China
El Gobierno chino se declara "preocupado" por la postura del presidente electo con respecto a Taiwán
Donald Trump conduce a su país hacia la colisión con China sin haber pisado aún la Casa Blanca. La diplomacia creativa del presidente estadounidense electo, más apegada a Twitter que a los informes del Departamento de Estado, ha descompuesto a un Gobierno que entendió su victoria como el fin de las tensiones de la era Obama. El espionaje industrial o militar, las fricciones de ambos ejércitos en el Mar del Sur de China, la audiencia al Dalai Lama… todo palidece con la amenaza de romper el sacrosanto principio de una sola China.
En el origen están los diez minutos de conversación telefónica con la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen que quebró cuatro décadas de tradición. China minimizó un asunto potencialmente explosivo, la diplomacia culpó a Tsai y la prensa más furibunda se mantuvo inusualmente comprensiva con un presidente inexperto e incauto. No habría pasado de anécdota sin los desaforados esfuerzos de Trump y su equipo. Stephen Moore, su consultor económico, propuso “que les dieran” a los chinos si no les había gustado la llamada.
Y después Trump relegó el principio a simple argumento de cambalache. “No entiendo por qué tenemos que cumplir el principio de una sola China si no llegamos a acuerdos en otras materias como el comercio”, señaló el domingo en una entrevista televisiva. Otros presidentes republicanos ya habían lamentado el ostracismo impuesto a Taiwán pero todos habían comprendido que suponía cruzar el Rubicón. El portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, ha criticado las palabas de Trump y ha dicho que no se puede utilizar a Taiwán como "moneda de cambio.
"Ignorante como un niño"
El Ministerio de Exteriores chino ha expresado este lunes su “seria preocupación”. La prensa china, ya sin bridas, ha aconsejado “acumular municiones” y ha recordado que ese principio “no está en venta”. Un editorial del diario 'Global Times' sostenía que Pekín podría ofrecer apoyo e incluso asistencia militar a los enemigos de Estados Unidos, alertaba de que no descartaba la fuerza para recuperar Taiwán, tildaba a Trump de “ignorante como un niño” y animaba a tomar medidas para demostrarle que ni China ni el resto del mundo pueden ser objetivo de atropellos.
China había mirado hasta ahora a Trump con interés antropológico, intentando desentrañar el misterio de un personaje a contrapelo pero convencida de que el pragmatismo empresarial compartido aceitaría las soluciones. No preocupó que Trump acusara a China de ser el mayor ladrón de la Historia, de destruir empleos estadounidenses o de “violar” a América. Taiwán ha finiquitado el idilio. La prensa china le recuerda este lunes que la geopolítica no son negocios y que no todo puede ser comerciado.
Cuestión política y emocional
Llevar el principio de una sola China a la mesa de negociaciones equivaldría a que Pekín le exigiera a Trump derogar media docena de enmiendas constitucionales. La unidad territorial china no es sólo una cuestión política sino emocional: enraiza con el siglo del colonialismo, cuando su debilidad permitió que la rapiña occidental cuarteara su territorio.
Cualquier sinólogo de Washington, incluso uno mediocre, podría haber informado a Trump de las consecuencias de mercadear con el principio de una sola China. O no las conoce o las desprecia. No está claro qué es más preocupante para el futuro de las relaciones bilaterales de las dos grandes potencias, del mundo y, más concretamente, de Taiwán.
Es más que probable que la ejemplar democracia isleña se haya sentido humillada al comprobar que el ansiado acercamiento estadounidense no ha llegado al fin por elevados ideales sino por la vía del chantaje negociador. Taiwán, el elemento más débil de la ecuación, espera fuertes tormentas en el estrecho de Formosa.
El discurso occidental le ha adjudicado a China durante décadas el rol de malvado global que ahora le discute Trump. Su primer enfrentamiento desvela que aún no ha desbancado a China: Trump ha escuchado los primeros aplausos en meses por atreverse a aplacar a la pérfida y arrogante Pekín. El populista millonario ya sabe que, en tiempos de debilidad, sólo tendrá que meter el dedo en el ojo chino para conseguir los vítores incluso de sus críticos. Es un inquietante augurio para el mundo.
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