Separados a ambos lados del puente

TEXTO: ANGELO ATTANASIO / FOTOS: MARCO ANSALONI

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Los ríos de los Balcanes son algo más que ríos. Sus caudales trazan memorias, marcan geografías políticas y dibujan relaciones y conflictos. El Ibar no es una excepción en el mapa de los estados de ánimo de esta región de Europa, incrustada entre el este y el oeste. Sus aguas brotan en las montañas de Montenegro y, antes de llegar a Serbia, pasan a través de Kosovo, donde se dejan ensuciar por los desagües de la ciudad de Mitrovica. Aquí, desde el estallido de la guerra en 1999, el Ibar representa el muro casi infranqueable que separa dos comunidades, dos idiomas, dos religiones, e incluso dos nombres para la misma ciudad: Mitrovicë para los 90.000 albaneses que viven al sur del río; Kosovska Mitrovica para el 20% de serbios que ocupan la parte norte de la ciudad. En medio, el puente, patrullado por militares de la misión de la OTAN y de la policía kosovar.

Allí, con los dos codos apoyados sobre la balaustrada, Todor Milovi, de 20 años, fuma un cigarrillo. Como todos los sábados por la tarde, Todor, que luce en la manga derecha de su chaqueta el águila bicéfala blanca y roja -símbolo de Serbia- ha venido a echar un vistazo a los pescadores que esperan con paciencia obtener alguna buena pieza. Todor recuerda la última vez que cruzó el río para ir al otro lado de la ciudad. Tenía siete años. Su madre trabajaba en el edificio de Yugo Bank, justo después de cruzar el puente principal. Era el invierno de 1999 y, al cabo de unos meses, la OTAN empezó a bombardear Serbia.«Kosovo-Metojia es una provincia serbia. Esta es la cuna de nuestro país», dice Todor. «Siempre lo ha sido y lo será también en el futuro».

En la orilla sur del río, justo pasado el puente, la terraza del restauranteUra(«puente» en albanés) señala el inicio -o el final- de la parte albanesa de Mitrovica. Abedin Bala, de 25 años, que trabaja aquí desde hace unos meses, explica cómo huyó de las tropas serbias junto a su familia en 1999 y se refugió en Albania. En su viaje por las montañas vio a gente morir de hambre. En varias ocasiones, él mismo se salvó de una muerte segura a manos de los militares. Abedin no cruza nunca el puente por miedo. «No sabes lo que te puede pasar»,dice con gestos nerviosos. «La última vez que estuve allí fue hace unos meses con un amigo, por curiosidad. Tratamos de no hablar el uno con el otro en albanés. Pero en seguida volvimos a toda prisa». Abedin no guarda resentimiento hacia todos los serbios, pero sí odio y rabia hacia los del norte de Mitrovica que no reconocen a la República de Kosovo. Jura que está dispuesto a tomar las armas para defender su patria.

Escaparate del odio

A partir de la declaración unilateral de independencia proclamada por Pristina el 17 de febrero del 2008, el puente ha alejado aún más las dos orillas. Se ha convertido en el escaparate del odio y de la incomprensión para jóvenes como Abedin, Todor y todos los de su generación, que vieron la guerra de niños y siempre han tenido grabada en los ojos la imagen del otro como un enemigo.

«El único mundo que han visto en los últimos 12 años es el de la violencia», afirma Tatjana Lazarevi, analista de la zona norte de Kosovo para el portal de informaciónOsservatorio Balcani e Caucaso.«Han quedado aislados y creen que es normal crecer en un kilómetro y medio cuadrado. Les han quitado incluso las instalaciones deportivas, que están en la parte sur de la ciudad». De hecho, en el sur de Mitrovica hay estadios e instalaciones para practicar deportes, pero todo lo demás falta, empezando por el trabajo. Kosovo tiene una tasa de desempleo de más del 45% y los que lo padecen más son los jóvenes menores de 25 años, que representan el 70% de la población albanokosovar.

Aferdyta Syla, directora de la oenegé Community Building Mitrovica (CBM), está convencida de que la mejor manera de reducir la tensión es mejorar las condiciones económicas.«Una vez que no tienes que preocuparte por tu trabajo, los demás problemas parecen menores», explica. El temor de Syla es que pueda repetirse la escalada de violencia de marzo del 2004, cuando se difundió la noticia de que tres niños albaneses se habían ahogado en el Ibar por culpa de algunos serbios. La violencia se extendió por todo el país. Siete aldeas serbias fueron arrasadas, 28 civiles murieron, 600 resultaron heridos y 30 iglesias ortodoxas fueron quemadas. Más tarde, se supo que la noticia era falsa y que no hubo ninguna responsabilidad por parte de los serbios. Pero era demasiado tarde: el río se había llevado la vida de los niños, y, con ellos, las últimas esperanzas de convivencia pacífica.

Desde 1999, la comunidad internacional está presente en el país con diversas misiones con el fin de vigilar la zona. Además de los 5.600 soldados de 30 países de la misión KFOR de la OTAN, hay miles de funcionarios y personal de seguridad de la UE, la ONU y la OCDE.

Francesco Carrile, comandante de la brigada de los Carabinieri de la misión KFOR, admite que«sin la presencia militar internacional, haría falta una mínima chispa para reavivar el fuego de los enfrentamientos entre las comunidades». De hecho, todas las misiones internacionales fueron recientemente renovadas y ahora se encargarán de velar para que se cumpla el acuerdo firmado el pasado 19 de abril entre el primer ministro kosovar, Hashim Thaçi, y su homólogo serbio, Ivica Dacic.

Estructuras paralelas

El acuerdo -auspiciado por la UE- implica el reconocimiento de facto de Kosovo por parte de Belgrado y un intento de normalización de las relaciones entre los dos países. Queda por ver cómo las autoridades serbias desmantelan las estructuras paralelas de educación, sanidad y seguridad que han mantenido estos años en Mitrovica y en la parte norte de Kosovo y eliminar los abundantes subsidios económicos con que Belgrado ha convencido a los 22.000 serbios que todavía residen en este enclave de no abandonar sus casas.

Pese a la situación, Aferdyta Syla sigue vislumbrando razones para el optimismo.«Estamos empezando a superar los prejuicios sobre las personas que viven en el otro lado», explica.«Incluso hay casos de amistades hechas entre niños de las dos comunidades». Sin embargo, Syla ve en los intereses económicos del crimen organizado una de las razones más fuertes de la situación de estancamiento.

De hecho, en los últimos años han aumentado el contrabando y el tráfico ilegal en la frontera entre Kosovo y Serbia, reclamada por ambos países y efectivamente controlada por ninguno de los dos.«En este sentido», dice Syla,«serbios y albaneses están bien. Pero, ¡ojo con cambiar el statu quo!, porque sus intereses pueden verse afectados».

Queda pues la duda sobre cómo se encarará la política de seguridad, cuando ahora los dos países ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre las matrículas de los coches. De hecho, en el norte de la ciudad, los destartalados coches de la exYugoslavia circulan a menudo sin matrícula.«Los pocos albanokosovares que todavía viven aquí la quitan para no ser reconocidos», explica Fisnik Kumnova, periodista de la revistaM-magazine,«y los serbios no la ponen para evitar el pago de la inscripción en el registro».

Kumnova coordina el trabajo de la revista, nacida en 2005 con el objetivo principal de evitar que pueda repetirse, al igual que en el 2004, que una historia falsa desencadene una tragedia. Este portal de noticias en línea, el primero que se publica en albanés, serbio e inglés, está integrado por jóvenes periodistas de ambas comunidades, que se reúnen en un pequeño apartamento a escasos metros del puente.

«Hemos introducido un nuevo criterio de profesionalismo», dice Fisnik Kumnova, de 24 años y coordinador de la revista.«Somos independientes y verificamos la noticia por lo menos con tres o cuatro fuentes diferentes. También tratamos de ser lo más neutrales posible. Por ejemplo, evitamos el uso de los términos 'República de Kosovo' o 'Kosovo Mitojia' y usamos solo el de 'Kosovo'», dice Kumnova.

«La comunicación es el único camino que tenemos para resolver el problema», añade Zeljko Tvrdiši, periodista de la revista.«Y es por eso que me siento optimista, aunque solo relativamente»,concluye Tvrdiši para añadir: «Porque todo es relativo en Kosovo, también la paz».

El sol ya se ha puesto detrás de los montañas donde se insinúa el Ibar. Los pescadores se agachan, recogen sus pocas pertenencias y se van. Probablemente volverán el sábado siguiente. Todor también.