La América negra después de Obama

Tras ocho años de mandato, el primer presidente negro de EEUU ha sido incapaz de erradicar los problemas sistémicos de racismo que padece el país.

Disturbios en Ferguson, Misuri, tras el asesinato del adolescente Michael Brown en agosto del 2014.

Disturbios en Ferguson, Misuri, tras el asesinato del adolescente Michael Brown en agosto del 2014.

IDOYA NOAIN

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La noche de aquel 4 de noviembre, hace ocho años, Candice Fortin se lanzó a las calles de Nueva York y, en una marea humana multirracial como la que se extendía en aquella velada histórica en incontables puntos de EEUU, celebró y lloró, también como tantos otros, lágrimas de alegría. A sus 27 años de entonces, a esta mujer negra no se le escapaba el hito que ella y otros casi 70 millones de personas acababan de marcar en las urnas. Barack Obama había sido elegido presidente. Por primera vez en el país que se levantó sobre el 'pecado original' de la esclavitud y siguió construyéndose sobre la ignominia de una segregación que fue legal hasta hace 52 años, un hombre negro llegaba a la cumbre del poder.

Aquella elección desató entusiasmo global. En este mismo diario, la portada del día siguiente no la ocupaba Obama sino un retrato de Martin Luther King y la frase «Ya no es un sueño». En esos días se hizo ineludible toparse con comentarios y análisis que hablaban de la llegada de la «política post-racial», de una nueva era ciega a las diferencias de color y «sin prejuicios raciales». La revista 'Forbes' llegó incluso a declarar en un editorial: «El racismo en EEUU se acabó».

Hoy no quedan más que ecos de aquellos días de euforia, de optimismo desatado o declaraciones tan prematuras como un premio Nobel de la Paz. La realidad se ha impuesto. Y también Obama ha impuesto su realidad. Porque como presidente ha tenido un lema, que se resume en algo que dijo en una entrevista en el 2012: «No soy el presidente de la América negra, soy el presidente de los Estados Unidos de América».

AGENDA MODESTA

Para desesperación de muchos activistas e intelectuales negros que tuvieron esperanzas en que Obama embistiera de frente problemas sistémicos de discriminación, el presidente optó desde el primer momento de su mandato por una agenda de justicia racial modesta. Apostó por emprender acciones políticas que, sin llevar una etiqueta racial, beneficiaran a todos los estadounidenses, algo que por lógica debería ayudar a los más desproporcionadamante afectados por injusticias, incluyendo a los negros. Y esa es la filosofía que late, sobre todo, tras la reforma sanitaria (que ha dado cobertura a unos tres millones de adultos negros que antes no tenían seguro), pero también tras los programas de estímulo económico con los que se combatió la crisis o tras las ayudas para luchar contra los desahucios, que han afectado más a los negros porque fueron también quienes recibieron casi la mitad de las hipotecas basura.

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"El conflicto en cifras","text":null}}Para muchos ha sido claramente insuficiente, ya que hay una extendida línea de pensamiento entre intelectuales, políticos y ciudadanos negros que, tras los triunfos cosechados en la lucha por los derechos civiles en los años 60, marcaron durante décadas como señal de normalización e incluso objetivo la pragmática escalada hasta posiciones destacadas en campos como la política, la economía o las artes. Votantes como Fortin creen que «ha escondido quién es». Y críticos como Keeanga-Yamattha Taylor, profesora en Princeton y una de las nuevas y más potentes voces de referencia en el activismo y la intelectualidad radical negra, han denunciado que «la reticencia de su Administración a lidiar con ninguno de los temas sustantivos que enfrentan las comunidades negras ha significado que el sufrimiento ha empeorado en esas comunidades durante el tiempo de Obama en el cargo».

ABANICO DE POLÍTICAS

Otros, como Brandon Terry, profesor del Departamento de Estudios Afroamericanos de Harvard, tienen una visión más positiva. En una entrevista telefónica, opina que «los estudiosos de la raza no han hecho hasta ahora un gran trabajo en presentar lo que ha hecho la Administración». En la lista de políticas específicas no hay solo proyectos, como el ambicioso intento de reformar la justicia penal que debería poner fin a despropósitos en parte iniciados bajo el mandato de Bill Clinton que han disparado la población carcelaria hasta los 2,3 millones de personas (un millón de ellos negros). También aparecen los más de 1.000 millones de dólares que saldrán del Departamento de Agricultura para pagar reparaciones por discriminación contra negros y otros granjeros; la implementación de una norma que presiona a ayuntamientos y agentes inmobiliarios para reducir la segregación racial y la concentración de pobreza, y las investigaciones puestas en marcha en 23 departamentos de policía local ordenadas por el Departamento de Justicia, que en el mandato de Obama han dirigido dos negros: primero Eric Holder y ahora Loretta Lynch. 

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Los cr\u00edticos\u00a0","text":"afean que Obama responsabilice a la comunidad negra de sus d\u00e9ficits sin se\u00f1alar el racismo sist\u00e9mico"}}

BLACK LIVES MATTER

Esas investigaciones a cuerpos de policía eran, posiblemente, ineludibles. Porque ha sido también durante la presidencia de Obama –en tiempos en los que un teléfono móvil y las redes sociales pueden ser puertas a la verdad, agitadores de conciencia o desatascadores de la acción política– cuando el goteo incesante de casos de negros muertos a manos de policías (a menudo exonerados pese a que su uso de fuerza letal no estuviera justificado) ha resucitado las protestas raciales con una intensidad que no se veía desde hacía décadas.

    Hay más que un eslogan tras Black Lives Matter, ese «las vidas negras importan» que tres mujeres usaron por primera vez en Facebook en el 2012 después de que el adolescente Trayvon Martin muriera cuando volvía de comprar unas golosinas y un refresco de té por los disparos de un autoproclamado vigilante que lo consideró sospechoso solo por ser negro en una comunidad residencial de Sanford (Florida). Cuando dos años y medio después otro adolescente negro, Michael Brown, moría en Ferguson (Misuri) a manos del agente blanco Darren Wilson (al que un gran jurado decidió no imputar), el 'hashtag' empezó a transformarse en movimiento. Y desde entonces no ha dejado de crecer, a la par que en la conciencia colectiva entraban las muertes de gente como Eric Garner, Freddie Gray y Tamir Rice.

    La respuesta de Obama tampoco ha sido convincente para todos. En su libro 'De #BlackLivesMatter a la liberación negra', la profesora Taylor recuerda que el presidente tardó más de un mes tras la muerte de Martin en pronunciar: «Si tuviera un hijo se parecería a Trayvon». Y lo que para unos puede haber sido el necesario equilibrio de un presidente entre la solidaridad con los ciudadanos y el apoyo a las fuerzas del orden, para otros ha sido claramente insuficiente.

AUMENTO DEL RACISMO

A nadie se le escapa que buena parte de la cautela de Obama y de su decisión consciente de no hacer de la raza un tema central de su presidencia tiene que ver con el racismo que intensificó su propia elección. Y ese racismo ha cobrado formas extremas (como el movimiento que cuestionaba que hubiera nacido en EEUU, que promovió el actual candidato republicano, Donald Trump), pero también otras más sútiles pero no menos evidentes. Ahí están el auge del Tea Party o un bloqueo que es difícil entender como mera oposición política.

    Pero si algo ha molestado a muchos intelectuales y activistas negros es que varias veces en las que Obama ha abordado la cuestión racial lo ha hecho apelando a la «responsabilidad personal» de la comunidad negra para superar muchos de los retos que la atenazan y de los problemas que la asfixian, legitimando, según algunas interpretaciones, un discurso que elude señalar a pruebas evidentes de racismo sistémico. 

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Tras este mandato,\u00a0","text":"el debate abierto sobre supremacismo, encarcelaciones masivas y protestas pol\u00edticas quiz\u00e1 no tenga marcha atr\u00e1s"}}

    En una visita al Chicago consumido por una crisis de violencia de armas de fuego, por ejemplo, lamentó la ausencia de modelos masculinos para los niños negros y aseguró que el Gobierno no podía acabar solo con el problema porque el fondo no es solo «un tema de armas», sino «del tipo de comunidades que estamos construyendo». Y en el 2013, cuando ofreció un discurso de graduación a los estudiantes de Morehouse College, una histórica institución educativa negra, les dijo: «No hay tiempo para las excusas. A nadie le importa si habéis sufrido discriminación. Y, sobre todo, debéis recordar: sea lo que sea lo que hayáis pasado palidece en comparación con lo que soportaron generaciones anteriores. Si ellos lo superaron, vosotros también podéis".

CAMBIO EN LA RECTA FINAL

«La reticencia de Obama a destacar el sufrimiento negro es lamentable», escribía este verano en 'The New York Times' Michael Eryc Dyson, profesor de Sociología en Georgetown y autor de varios libros sobre política y raza, incluyendo 'La presidencia negra', en el que se leen también críticas demoledoras: «Cuando él reprende a los negros mientras prácticamente no menciona los defectos de los blancos, deja la impresión de que la raza es preocupación solo de gente negra y que la negritud está llena de patología».

Obama no parece dejarse afectar por las críticas. En el 2014 puso en marcha My brother’s keeper (el guardián de mi hermano), una iniciativa centrada en ayudar a niños negros que se ha transformado en una organización benéfica con apoyos corporativos y que pone su foco en temas como la educación temprana o la preparación laboral, y en evitar que jóvenes negros acaben en prisión. Todo apunta a que ese puede ser el empeño al que dedique sus esfuerzos cuando abandone la presidencia. 

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"A pesar de los problemas,\u00a0","text":"el 90% de los negros aprueban la gesti\u00f3n del presidente"}}En la recta final de su mandato, algo parece estar cambiando. «En comparación con la parte más temprana de su gobierno, ha empezado a hablar más directamente de la existencia de desigualdad racial –constata el profesor Terry–. Es muy cuidadoso, no dice que el sistema sea racista y enmarca el problema como una cuestión de desconfianza cívica, pero lo aborda más de frente». Para Terry, además, la trascendencia de Obama en materia racial va más allá de políticas o acciones concretas. La retórica del presidente, dice, está marcando a millennials y progresistas para abordar temas como la reforma de la justicia, y «su formulación de distintos problemas va a ir ganando poder con el tiempo». Puede que la conversación abierta sobre reparaciones, supremacistas blancos, encarcelaciones masivas o protestas políticas no tenga marcha atrás.

En su herencia inmediata quedan, no obstante, manchas. Durante su presidencia se ha doblado el número de quienes se preocupan «mucho» por la situación de las relaciones raciales y ha caído el 16% el porcentaje de negros que las describen como «buenas» (19% en el caso de los blancos). Algunas de las cifras en la columna de la derecha apuntan a la persistencia de una realidad de discriminación en el país. Pero Obama se marcha con un índice de aprobación de su trabajo que ronda el 50%. Y entre los negros el aplauso es abrumador: 90%.