INCIDENTES RACIALES EN EEUU
¿Quién era Freddy Gray?
En su barrio lo conocían como Pepper (Pimienta), un chaval divertido y enormemente vital al que le gustaban los accesorios de Prada y soñaba con abandonar algún día el gueto donde se había criado. Ese gueto era Gilmor House, un bloque de viviendas de ladrillo y protección oficial en el oeste de Baltimore, donde casi el 100% de sus inquilinos son negros y más de un tercio vive bajo el umbral de la pobreza. Pepper nunca tuvo un verdadero trabajo en sus 25 años de vida, según le han contado sus amigos a la prensa estadounidense. Vivía de la indemnización que recibió su familia por habitar una casa contaminada por paredes impregnadas de pintura con plomo.
Freddy Gray murió hace algo más de una semana en uno de sus frecuentes encontronazos con la policía. Según la versión oficial, se echó a correr junto a su amigo después de que los agentes hicieran contacto visual con ellos. Le persiguieron en bicicleta y lo acabaron arrestando sin que opusiera resistencia por llevar una navaja en el bolsillo, aunque no es constitutivo de delito. Una semana después, moría por las graves lesiones sufridas bajo custodia policial, una muerte que puso en marcha una semana de protestas en Baltimore, culminadas el lunes con los peores disturbios vividos por la ciudad desde 1968. Mientras se aclaran los hechos, seis agentes han sido suspendidos.
PRODUCTO DEL ENTORNO
Gray era un producto de su entorno. Lo habían arrestado 12 veces, la mayoría por posesión de marihuana y heroína, una droga que vuelve a hacer estragos en EEUU. Una de las detenciones le llevó a pasar dos años entre rejas. Como sucede en tantos hogares pobres de la comunidad negra, la relación con las drogas la había mamado en casa. Documentos judiciales describieron en el 2008 a su madre, Gloria Darden, como una mujer analfabeta y discapacitada por su adicción a la heroína.
Darden vive ahora en una casa adosada del este de la ciudad, con la puerta y las ventanas protegidas por barrotes. En una de ellas hay un pasquín que recuerda a su hijo. «Justicia para Freddy Gray. Descanse en paz. Las vidas negras importan», se lee en el cartel. Muchos vecinos se sientan ociosos en las escalerillas. A la derecha hay un anciana balbuceante y ebria, que bebe de una lata grande de cerveza junto a una niña montada en una bicicleta. A la izquierda, tres treintañeros tatuados y con cara de pocos amigos que fuman marihuana. «Freddy era buena gente, pero no venía mucho por aquí», dice uno. «No deberías estar aquí solo. Yo de ti me largaría».
Tras llamar repetidamente a la puerta, una mujer se asoma por la ventana. Es Gloria Darden, la misma que el día de los disturbios pidió que no se utilizara a su hijo como pretexto para destruir la ciudad.
--«¿Qué quieres?»-- pregunta.
--«Hablar de su hijo».
--'No comment'»-, dice antes de perderse tras la persiana.
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