De un pasado mártir a un futuro de reconciliación

ROSA Massagué

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La tragedia de Smolensk, en la que perdieron la vida el presidente Lech Kaczynski y otras 95 personas, reavivó la conciencia sacrificial de un país que a lo largo de la historia ha sido víctima y se ha considerado mártir. Dos décadas después de iniciada la transición política, Polonia empezaba a dejar atrás aquella carga histórica para emprender el futuro con optimismo y dejar de autocompadecerse fijando la mirada en un pasado tantas veces trágico.

Aquel ejercicio renovador generó un enfrentamiento entre dos ideas muy distintas de Polonia, el mismo que ahora ha llegado a las urnas. En palabras del fundador de Solidarnosc y expresidente, Lech Walesa, se trata de una guerra «nefasta» en la que «gente razonable» se enfrenta a «paranoicos y perdedores que quieren hacer creer que han sido traicionados y engañados».

La «gente razonable» es la de Plataforma Cívica, un partido de derecha liberal que gobierna desde el 2007 liderado por Donald Tusk y al que pertenece Bronislaw Komorowski. Representa el alma más abierta y europeísta de Polonia, la más moderna, dispuesta a impulsar la reconciliación con Alemania y Rusia.

Frente a esta Polonia abierta, está la que se considera guardiana de las esencias identitarias del país, hechas de sacrificio y de martirio, que sigue obsesionada en combatir a un comunismo ya inexistente. Esta otra Polonia la encabeza Jaroslaw Kaczynski, el hermano gemelo del difunto presidente, y su partido Ley y Justicia, baluarte de la ultraderecha nacionalcatólica y más que euroescéptica, hostil a Bruselas.

A LAS NUEVAS generaciones esta imagen de su país no interesa. «Los polacos necesitan convertir a todos en héroes o víctimas porque nuestra historia es tan trágica y yo odio todo esto», declaraba al Herald Tribune Borys Lankosz, el director de Reverso, una película que rompe esquemas cachondeándose del periodo estalinista con personajes que no son ni el buen ni el mal polaco.

Hoy las víctimas son de otro tipo. Son los muchachos que se prostituyen en la frontera con Alemania, como los de otra película, Swiki, de Robert Glinski, o las adolescentes protagonistas de Galerianki, de Katarzyna Roslaniec, que venden su cuerpo en los centros comerciales por unos tejanos de marca. La amoralidad protagoniza estas cintas que son también reflejo de la sociedad polaca.