CRÓNICA DESDE NÁPOLES

El milagroso árbol de los deseos

El árbol del Príncipe Umberto.

El árbol del Príncipe Umberto.

ROSSEND Domènech

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«Tráeme al hijo que intento desde hace 16 años». «Con los ojos que tiene podría ser el príncipe azul que espero, pero no estoy segura, ¡ilumíname!». «¡Queremos a un jugador para el Nápoles, preferiblemente de primera división». «Deseo un billete de avión para Casablanca, porque ya no consigo vivir en este lastimoso estado de hermafroditismo».

En este principio de año, los napolitanos confían sus peticiones al árbol de los deseos, que desde 1983 abre sus ramas en la preciosa y casi diáfana Galería Príncipe Umberto de la capital de la Campania. Acuden en solitario, en pareja o con la familia entera. Los niños corretean y se esconden debajo de las ramas del abeto, hurgando con curiosidad y sin entender siempre los escritos. «¡Papá! ¡Papá! ¿Qué significa este?», preguntan. La octavilla de una madre preocupada reza: «Gracias por haberle quitado el carnet de conducir, ¡óptimo regalo!».

En vísperas de la Befana -una vieja pasada de años que carga con un saco de regalos-, equivalencia de los Reyes, la ciudad es otra. Nada que ver con el vertedero de la mañana del 31 de diciembre. Los bulldózer del Ejército se llevaron hasta las colillas del suelo, nadie sabe adonde fueron las 2.000 toneladas de basura, pero se acabaron en poco menos de tres días. «Haz que nuestra ciudad resuelva el problema de la basura», pide un anónimo del árbol. Y el milagro se hizo. En la mañana del primer día del año los turistas paseaban asombrados entre los pesebres de Via San Gregorio, por el Decumano conocido como Spaccanapoli -una raja que atraviesa la ciudad-, por la plaza del Municipio o la de Dante, y parecían escenarios a punto de estrenar la obra.

En Nápoles, los milagros suceden. Uno de estos días, la fachada de la iglesia de Santa Chiara, en la plaza del Gesú, apareció pintada desde las aceras hasta la cúspide. En la noche estaba hecha un asco y al día siguiente relucía. Se ignora quién lo hizo, hasta el punto que Bellas Artes avisó de que pintar iglesias antiguas con voluntad pero sin criterio puede ser dañino para las paredes. De milagro le fue también a un turista piamontés a quien, paseando en la Nochevieja, una bala de verdad, disparada durante los festejos, se le metió por el pómulo y cuando ya estaba en el quirófano y los cirujanos intentaban entender de qué sufría, la escupió de un estornudo por la nariz.

Estar en un alto de Nápoles en la Nochevieja es una lección de sociología criminal. En la ciudad de abajo se desencadena el infierno a son de fuegos artificiales y petardos que llaman bombas. Lo son. Rompen los vidrios de las ventanas y hacen tambalear las camas. Durante media hora, cada barrio ilumina su canto ydialogacon los otros. La gente de bien del Vómero cumple el rito y termina pronto. Los camorristas que la policía ubica en el barrio de Sanidad aguantan mecha hasta el final, contra los de San Lorenzo, menos brillantes pero más sonoros. Los de Forcella disparan artefactos que en Irak recibirían un misil como respuesta. «La ciudad habla», apunta un sociólogo. «A golpes de escoba, limpia este país, Niño Jesús», invoca un tal Ciro en el árbol de los deseos.