CRÓNICA DESDE roma

Correos a la carta y buzones vacíos

Buzones en Roma.

Buzones en Roma.

ROSSEND DOMÈNECH

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Dime Cuándo, Llámame, Espérame, Mensajero Notificador, Recogida a Domicilio... Son algunos de los nombres que tomarán los servicios postales a partir de enero. Con horarios de mañana y tarde y solo fiesta el fin de semana, aunque los certificados y los telegramas se entregarán igualmente los sábados. Correos de Italia ha decidido distinguirse así, con servicios personalizados, respecto a Finlandia, Austria, Portugal, España, Grecia, Bélgica y Suecia, que ya han adoptado la semana corta. «El negocio postal consiste actualmente en diferenciarse y diversificarse», explica Correos, que señala cómo las empresas postales particulares, pero sobre todo internet, le están mermando un 2% de facturación por año.

Los ciudadanos de Mantua, ciudad del poeta Virgilio, repleta de edificios históricos, se han atrincherado contra Correos. Porque la nueva ley del Estado que regula el servicio postal impone que los buzones domésticos estén «al alcance del cartero» y en el exterior de la propiedad. De lo contrario, las cartas volverán para atrás. Pero resulta difícil colgar un buzón en una pared catalogada por Bellas Artes, que exige un papeleo para un solo clavo y ni aun así. En los centros históricos, en los que el cartero no puede acceder a los edificios porque la mayoría no cuentan con portería, Correos propone que los portales que dan a la calle queden abiertos toda la jornada. O, como alternativa, que tras el portal exterior se añada otra puerta o reja, de modo que se permita el acceso del cartero hasta los buzones, pero no el de pícaros y truhanes a escaleras y ascensores. Caro y complicado, responden los usuarios. Los editores de diarios también están que trinan, porque sus suscriptores recibirán el lunes los periódicos del sábado y del domingo, confeccionados respectivamente el viernes y el sábado. Noticias viejas.

Sin embargo, el plan de Correos a la carta sigue adelante. En el país se hacen 22 millones de envíos por día, 200.000 de ellos paquetes postales, a los que se añaden 12 millones de telegramas anuales (caso único en Europa) y la inveterada costumbre nacional de certificar las cartas para asegurarse de que lleguen a destino (60.000 por día). Una masa enorme de pliegos con los que no hay quien pueda si no se racionaliza la labor. A principios de septiembre fue cazado un cartero cuando se deshacía del correo en un contenedor. «Estrés posvacacional», se dijo. Un mes antes, había sido descubierto otro mientras hacía lo mismo. Este se justificó, al revés, por la «prisa por irse de vacaciones».

Si internet merma el 2% anual de correspondencia a Correos, si en el país se envían unos 15 millones de mensajes escritos por móvil y los carteros ya no solo no llaman dos veces, como en la célebre novela, sino ni siquiera una, literatos, sociólogos e historiadores se preguntan cómo se reconstruirán en el futuro las relaciones mantenidas en la lejanía. El papel de las cartas de amor, de las misivas diplomáticas o la correspondencia entre literatos enmohecía al cabo de años, pero con ellos se podía reconstruir una parte de la historia. Ahora pueden no llegar nunca o desaparecer en un clic.