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Bolsonaro, el candidato troglodita de las elecciones presidenciales de Brasil
El aspirante de la ultraderecha lleva tres décadas como diputado dando muestras de desprecio a la democracia y a los derechos humanos
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
“Es una esperanza para América Latina y me gustaría mucho que esta filosofía llegase a Brasil. Él es impar”, dijo en 1999 Jair Bolsonaro sobre Hugo Chávez. Cuando el diario “O Estado” de Sao Paulo quiso saber a que figura de la historia brasileña le recordaba, Bolsonaro respondió: Humberto de Alencar Castelo Branco, el primer presidente de facto de la larga dictadura que se extendió entre 1964 y 1985. El hombre que a los 63 años encabeza la intención de voto en las elecciones de este domingo siempre ha dado la nota con sus exabruptos. Los ha convertido en programa político. Lo tachan de homófobo, racista, anticomunista en tiempos en los que ya no existe el comunismo, machista visceral. No se inmuta. Es el precio, dice, de la misión que tiene por delante como “soldado”. Por algo, recuerda, su madre le puso Messias como segundo nombre. Sus seguidores lo llaman “mito”.
A los 14 años era un campesino del municipio paulista de Ribeira, por entonces escenario de un foco guerrillero. “Palmito”, como lo llamaban, ayudó, como conocedor de la zona, a las fuerzas contrainsurgentes a buscar a un “pez gordo”. Como muestra de agradecimiento, uno de los militares le regaló un sobre de la Escuela de Cadetes del Ejército. En ese momento empezó su carrera en la institución que terminaría en los años ochenta -en los albores de la postdictadura- cuando se puso al frente de los reclamos salariales de los uniformados. Fue entonces cuando, por primera vez, su nombre apareció en letras de molde en los diarios y hablaba de una lucha que no excluía las bombas. Fue un escándalo, pero su baja en el Ejército no fue deshonrosa. Quedó en la reserva e inició su carrera parlamentaria, a la que ha dedicado tres décadas durante las que ha representado a distintas formaciones de la derecha brasileña. Iba cambiando de partido pero seguía siendo fiel a su nostalgia inveterada de los años sesenta y setenta.
Nostálgico de la dictadura
“La democracia que defiende es la de los militares. No de aquellos que llaman a respetar el derecho al voto sino de quienes lo suprimirían”, escribe Clóvis Saint-Clair en la biografía no autorizada “Bolsonaro, el hombre que pidió el Ejército y desafía a la democracia”. No hay momento de la vida política de Brasil de los últimos años que no esté marcado por sus palabras.
El 2 de octubre de 1992, agentes de la Policía Militar (PM) perpetraron en una cárcel paulista lo que sería conocido como la Masacre de Carandiru. La rebelión terminó con la vida de 111 reclusos. “Tendrían que haber matado a mil”, dijo entonces el candidato ultraderechista. El estupor ajeno no lo llamaría a silencio, al punto de que, dos años más tarde, 'The New York Times' se interesó por sus provocaciones. “Un soldado convertido en político quiere devolver a Brasil el Gobierno al Ejército”, tituló. No faltaron, en adelante, elogios al dictador chileno Augusto Pinochet (“debería haber matado más gente”), pedidos para fusilar al presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, reivindicaciones para el uso de armas, además de apoyar las palizas educadoras de padres a hijos y mostrar el desprecio por la creación de una secretaría de Derechos Humanos.
Homenaje a los torturadores
En una acasión afirmó que preferiría que su hijo muriera a que fuera homosexual y que su casa se devaluaría si, como vecina, hubiera una pareja gay. En otra oportunidad espetó a la diputada de izquierdas María do Rosario que no la violaría porque es “vieja” y “fea” y lamentó que los indios no utilizaran desodorantes. Una vez le preguntaron cómo se tomaría que un hijo suyo tuviera una relación con una afrobrasileña. “No corro ese riesgo. Fueron muy bien educados”, repondió.
Durante el juicio político contra la entonces presidenta Dilma Rousseff, en el 2016, Bolsonaro homenajeó a Carlos Alberto Brilhante Ustra, el coronel que la había torturado en los años setenta y que fue responsabilizado de 60 muertes y la aplicación de tormentos a 500 personas. Ahora Bolsonaro siente que Dios lo llevará de la mano hacia la presidencia para impedir que Brasil se transforme en otra Venezuela. Además, tiene garantizado su linaje. Cuando su hijo Carlos fue elegido concejal en Río, dijo: “hijo de troglodita”.
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