George Clooney

Amor con todas las de la ley

Amal Alamuddin,  brillante abogada de derechos humanos, ha acabado con la alergia al matrimonio del actor. Aún no hay fecha de boda, pero sí un anillo.

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IDOYA NOAIN / Nueva York

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En el 2011, en una entrevista en la CNN, a George Clooney le recordaron que sus padres, Nina y Nick, llevaban casados 51 años. Al padre, que fue un respetado periodista y estaba en el estudio, le preguntaron si no «ansiaba el momento» de ver a su hijo recorriendo el pasillo hacia el altar. «Siento reventar la historia pero estuve casado una vez, así que lo intenté -medió el actor, director, productor, guionista, activista y hasta la pasada semana mensajero de paz de Naciones Unidas-. Y ese intento debería demostrar lo bueno que soy en ello».

Con la fina ironía y el saber estar de los que acostumbra a hacer gala la estrella de Hollywood más cómoda con la fama y más inteligente al manejarla, Clooney hacía referencia a su matrimonio entre 1989 y 1993 con la actriz Tania Balsam, de cuyo fracaso él siempre se ha declarado responsable. Y cerraba por enésima vez una pregunta sobre su aparente alergia al matrimonio. No sería la última.

Libertad y respeto

En un ensayo que escribió para la revista Esquire en el 2012, Clooney abordaba la aparente obsesión con el estatus de playboy y soltero de oro con el que durante dos décadas se ha insistido en etiquetarle. «No hablo de casarme porque no pienso en ello», explicaba. Y culminaba con un elegante canto a la libertad y al respeto: «Nunca cuestiono las versiones de otra gente de cómo viven sus vidas o qué hacen».

De hecho, Clooney y sus amigos se han tomado siempre con humor su lejanía de las instituciones tradicionales del matrimonio y la familia. Michelle Pfeiffer y Nicole Kidman, por ejemplo, apostaron con él a que tendría hijos a los 40 años. Cuando llegó el cumpleaños, el 6 de mayo del 2001, les tocó pagar. Clooney devolvió el dinero con un mensaje: doble o nada para los 50. Y volvió a ganar. Mañana cumple 53.

Dentro de poco, no obstante, le podría tocar pagar a él. Esta semana se ha confirmado que Clooney ha dado un paso que hasta ahora no  había sentido necesario: se ha comprometido. Ha regalado un anillo con un enorme diamante a Amal Alamuddin, brillante abogada de 36 años especializada en derechos humanos, derecho internacional y extradiciones con la que fue fotografiado por primera vez en Londres en octubre.

El romance empezó a hacerse oficiosamente oficial cuando en febrero Clooney la llevó a la Casa Blanca a un pase de Monuments men (aunque el publicista emitió un comunicado desmintiendo la relación y asegurando que «George quiere que Amal sea capaz de litigar casos sin ser acosada porque tuvo una cena con George y cuatro más»). Y en marzo fueron retratados en un safari por Tanzania y un viaje a las Seychelles.

Una familia ilustrada

Poco después, Clooney viajó a Dubái para conocer a la familia de ella, prominentes intelectuales que huyeron de un Beirut en guerra y se instalaron en Buckinghamsire. Así tuvo el primer contacto con la madre, Baria, jefa de la sección de Internacional del diario libanés Al Hayat, que ha entrevistado desde Bill Clinton hasta Fidel Castro, de una belleza que se ha comparado con la de Liz Taylor. También con el padre, Ramzi, profesor retirado de Económicas de la Universidad de Beirut, y con una hermana y dos hermanastros.

Luego, el mes pasado, apareció el anillo. A la abogada se le vio (y fotografió) luciendo el diamante en varias cenas en Los Ángeles con amigos de Clooney. Y aunque el celoso publicista no confirma ni desmiente el compromiso, no hace falta. Un comunicado de felicitación fue emitido por Doughty Street Chambers, el bufete en el que trabaja en Londres Alamuddin, que habla, además de inglés, francés y árabe, se graduó en Oxford y en la Universidad de Nueva York y que entre otros clientes representa a Julian Assange -el impulsor de las filtraciones de Wikileaks- y ha asesorado a Kofi Annan como enviado de la ONU en Siria.

Los padres de Clooney también han ratificado la noticia. «No podíamos estar más felices por ellos -ha dicho Nina Clooney, encantada, además, porque «el mundo de Amal no podía ser más distinto del estilo de vida de Hollywood». No es que la abogada no entienda Hollywood. Uno de sus honores en NYU fue en derecho del mundo del espectáculo. Pero sus pasiones han sido siempre la política y los derechos humanos. En Oxford le apodaban Causa Justa. Escogió un college porque allí había estudiado la nobel de la paz birmana Aung San Suu Kyi. Y en Nueva York trabajó para Sonia Sotomayor, que llegó al Tribunal Supremo.

A Clooney, Alamuddin le viene como anillo al dedo. Él tampoco hace ascos a lo que Hollywood le ha dado. Demasiado inteligente y listo. Nacido en Kentucky y criado en Cincinnati, desde que llegó a Los Ángeles en 1982 después de fracasar en su ambición de ser profesional del béisbol y tras un fugaz paso por la facultad de Periodismo, ha sabido sacar lo mejor que la capital del cine le podía ofrecer. Pero creció educado por un padre que le inculcó valores y coherencia, y viendo a la tía Rosemary enganchada a los medicamentos ya en el declive de su carrera, lección temprana de lo efímera y volátil que puede ser la fama. «Entendí pronto lo poco que tiene que ver con uno. Y también cómo se puede usar».

Todo lo que necesita

Lo demostró labrándose una carrera de éxito que desde la lanzadera de Urgencias le ha acabado llevando hasta dos Oscar (por Syriana y como productor de Argo), a trabajos brillantes como O Brother y al sueño más que cumplido de llamarse ante todo director. Hizo grandes amigos como Brad Pitt, Bill Murray o Matt Damon pero ha mantenido los que no salen en People («nueve tipos desde hace 25 años, los que veo cada domingo»). Y tiene el lujo (mansiones en Los Ángeles, Lago Como en Italia y Cabo en México), pero también el compromiso, sobre todo con Sudán, que se niega a que nadie vea como autopromoción («no necesito ser más famoso. Ya tengo toda la atención que necesito»).

Lo que no había logrado era compaginar esa carrera con una relación sentimental duradera. Hasta ahora. De momento hay compromiso público. Y, como ha dicho su madre, puede haber encontrado en Alamuddin lo que necesitaba: «A nivel intelectual son iguales. Eso es muy importante para él». H