Gente Corriente

"Si quien sufre injusticia se enojase el mundo sería otro"

Ha viajado a Barcelona para aportar al festival Cinema Migrant su tacto cinematográfico con la marginalidad que lo crió.

César González, cineasta.

César González, cineasta.

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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César González nació el año de la caída del muro de Berlín y de la subida del peronista Carlos Menem a la presidencia de Argentina, donde él nació el 28 de febrero de aquel 1989. Lo hizo en una villa de chabolas, al Oeste de Buenos Aires, «villas identificadas por números –dice–, pero a la nuestra los vecinos la rebautizaron como Villa Carlos Gardel». El nombre del cantante habla de algo que este joven cineasta reivindica: el derecho al arte consumido y realizado también en manos de los más pobres. Sus películas dignifican pobreza y marginalidad no como orgullo ni drama sensacionalista. Esa es su realidad y la de los suyos, fruto del desequilibrio a escala tan planetaria como local entre poder y riqueza y miseria e impotencia. Cine y libros abrieron su conciencia a ello.

¿Fue el arte su salvavidas como ‘superviviente del neoliberalismo’ que dice ser?

El arte y mucha gente me ayudó. Primero fue la lectura, a la que me inicié leyendo revistas que mi abuela me traía de las casas que limpiaba, de gente adinerada. En la cárcel fueron las clases y libros de filósofos franceses como Gilles Deleuze o Félix Guattari que me traía un profesor, Patricio. La experiencia no conduce por sí sola a la conciencia. Millones de personas malviven en el mundo como lo hice yo en la villa. Fui muchos días con hambre al colegio, 2 km a pie con mis tres hermanos pequeños. Si los que sufren la injusticia se enojasen, el mundo sería otro. El triunfo del capitalismo es hacer que los explotados amen la esclavitud.

¿Por qué lo encarcelaron?

A los 14 años me cansé de ser pobre, y me hice cargo del rencor. Me había sacado toda la primaria y ¿De qué me servía estudiar si no tenía unas zapatillas?, estaba cansado de no tener nada. Quería revancharme con la sociedad, que alguien pagara por ello.

¿Qué hizo?

Robaba con una pandilla de la villa. Compartíamos las ganas de saborear lo que había al otro lado de aquella calle que separaba la pobreza de la clase media, un mundo de otro. Éramos lobos hambrientos a quienes nos pasaban la carne por la cara diciendo: a vosotros no os toca. Pero pagué caro ese rencor. Estuve dos veces en coma, llevo un bypass y clavos en una pierna, recibí seis disparos de la policía. Pasé cinco años en la cárcel, hice talleres de todo.

¿Y al salir de prisión cómo le fue?

Es más difícil salir de la cárcel que entrar. Dentro no hay falsedad, está claro que eres un preso. Pero sales y te dicen: ya eres libre. ¿Libre? ¿De qué? ¿De morirte? La libertad es más hipócrita. A pesar de haberme preparado mucho para salir, fuera topas con el rechazo, el triple estigma: villano, delincuente y expresidiario, nadie te da trabajo. Si eres mujer, peor, es muy fácil que quieran ayudar con chantaje sexual. De eso habla una de las películas que he traído, Atenas (se proyecta este viernes en el Ateneu del Raval, en Barcelona, a las 19.30 h).

¿Quiénes han sido sus ojos en esa mirada desde la piel de mujer?

Mi madre, que estuvo en prisión 3 años, y con quien vi tantas películas de niño, me ayudó en el guión, y es la protagonista. Y pregunté mucho a otras mujeres. Gracias al feminismo me empecé a avergonzar de ser hombre, a muchos les molesta eso pero a mí es impresionante la creatividad y profundidad que me aportó ese punto de vista que estaba ausente en mí, la contundencia del feminismo me ha mejorado como persona y artista.

¿Su reivindicación de la democratización del arte, como derecho, por dónde pasa?

Por gestos humanos. La democratización depende de que quien tiene el poder y acceso al arte esté dispuesto a compartir.

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¿Quién ha compartido con usted espacios para su cine que se atreve a señalar?

Cine Migrante (www.cinemigrante.org) -hasta el domingo en Barcelona- y la productora Pensar con las manos lo han hecho, y les agradezco mucho su apoyo.