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«Muchos compañeros no sobrevivieron al desierto»

Saltó la valla de Melilla al quinto intento. Durante el periplo, Roland Fosso permaneció seis meses secuestrado

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«Muchos compañeros no sobrevivieron al desierto»_MEDIA_2 / JOAN CORTADELLAS

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Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

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Lleva 11 años afincado en Sant Boi, en el barrio de Casablanca, y tan integrado está que incluso forma parte de la 'colla de gegants' de La Gralla. Roland Fosso Tanedie (Bamenda, Camerún, 1985) dejó atrás el horror, pero sus brazos y piernas todavía muestran las cicatrices del alambre de cuchillas.

-Me fui de casa a los 17 años, cuando falleció mi madre. Ella siempre me había protegido y me desorienté; me sentía solo en mi propia casa. Chocaba mucho con mi padre.

-Su odisea duró 2 años, 7 meses y 18 días. Exacto. Deambulé por 12 países africanos, sin visado ni documentos. Conseguí un pasaporte falso de Costa de Marfil, pero me descubrieron en el aeropuerto de Abiyán y me metieron en el calabozo. Luego, me dieron 48 horas para abandonar el país.

-Y atravesó el desierto del Sahara. Desde Níger. Pagué a las mafias para subir a un Land Cruiser que hacía la ruta. Íbamos 28 en el pick-up. Al cabo de dos días, a 53 grados a la sombra, el coche se estropeó.

-Ya he perdido la cuenta de los percances. Seguimos el camino rumbo a Argelia. Pronto empezamos a avistar tumbas, y también nosotros tuvimos que enterrar a algunos compañeros de viaje; yo soy cristiano. El primero, uno que se cayó del coche.

-Escribió un libro con sus vivencias. Cuando empecé a explicarle cosas a mi pareja, me miraba con cara de qué me estás contando. Fue ella, Rosanna, quien me animó a escribir La última frontera. Lo autoedité con ayuda del Ayuntamiento de Sant Boi.

-Cuenta en él que los secuestraron. Los bandidos del desierto. Nos robaron todo lo que llevábamos encima. Se enteraron de que uno se había escondido el dinero en el ano, y un ladrón le hundió la espada en el estómago hasta la espalda. Al retirarla, la movió de izquierda a derecha y le hizo un agujero por el que salieron los intestinos.

-¡Qué espanto! Permanecimos seis meses retenidos por el grupo tuareg, que nos obligó a trabajar en la construcción de sus casas. Yo iba a buscar agua con el camello al oasis, pero no habría sabido por dónde escaparme. Al final, unos cuantos logramos huir gracias a la ayuda de una mujer tuareg. Muchos compañeros no sobrevivieron al desierto.

-No sé cómo comprimiré esta epopeya. ¿Y cómo quiere que se lo cuente? Mi historia es larguísima. Podríamos tirarnos una semana hablando. En Niamey, tuve que apropiarme del dinero de una mujer a la que habían asesinado los narcos...

-Cada instante daría para una novela. Llegué a Catalunya el 12 de septiembre del 2005, el mismo día de mi cumpleaños, con 15 euros en el bolsillo. No conocía a nadie. No sabía decir ni papa.

-Si le hubiesen proyectado lo que iba a vivir, ¿habría salido de Camerún? No, créame que no. Aunque me habían advertido de los peligros, jamás imaginé lo duro que sería. Tuve la inmensa suerte de sobrevivir. Laura Cano, mi madrina, dice que nací con una flor en el culo.

-Ahora acaba de regresar de Marruecos. Sí. En enero estuve en el campamento de Nador, a los pies del monte Gurugú.

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-¿Con qué se ha encontrado? Viven allí unas 800 personas y han empeorado mucho las cosas. No hay agua. Cada tanto pasa la policía marroquí, quema las tiendas y vuelta a empezar. Hay mujeres que han parido en el campamento.

-¿Por qué la visita? Me gustaría rehacer mi viaje al revés para rodar un documental. Quisiera mostrar la inmigración desde dentro; le aseguro que no harían falta palabras siquiera.