GENTE CORRIENTE

«Mantuve una profunda amistad con mi padre»

A los 88 años, Núria Coll es autora de cuentos infantiles. Gran lectora. Una mujer libre e independiente que rompió moldes

zentauroepp37037048 barcelona  25 de enero de 2017  n ria coll  autora de libros170205215314

zentauroepp37037048 barcelona 25 de enero de 2017 n ria coll autora de libros170205215314 / RICARD FADRIQUE

2
Se lee en minutos
Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

ver +

El último libro de cuentos de Núria Coll Pesquer (Barcelona, 1929) se titula 'La Duquessa' y está disponible en Amazon. Con dibujos de la ilustradora Maria Tarragó.

–Tengo cuatro nietos, dos chicos y dos chicas. Los chicos ahora ya son hombres, pero cuando eran pequeños empecé a escribirles cuentos protagonizados por ellos. Jamás había pensado en editar nada, pero sí en dejárselos para que el día de mañana dijeran: «Mira qué escribía la iaia».

–¿Nunca pensó en publicar? Yo no me he ocupado de nada, no sé nada... Resulta que la hija de Maria es muy amiga de una de mis nietas; van juntas al cole, y así se gestó todo. El mérito es de Maria Tarragó. 

–Se refiere a la dibujante. ¿Ha visto cómo cuida los detalles? Las baldosas de Barcelona, la corteza de los plátanos, los ascensores de las fincas antiguas… Sus dibujos han iluminado estos cuentos.

–Con la 'senyora' Angelina de protagonista. Hace mucho tiempo, no sé muy bien cómo, se me apareció —en la imaginación, eh— y comencé a escribir cuentos sobre ella. Es una señora mayor, muy en sus cabales, un poco rellenita, con el cabello blanco recogido en un moño y mucha imaginación.

–¿Tiene algo de usted? Todos los escritores ponen algo suyo en la ficción. Algo mío habrá, sí. Angelina no es tan inocente como parece; tiene carácter.

–¿Fue usted una niña imaginativa? Creo que sí. He leído mucho y desde bien pequeña. Entonces, solo teníamos la radio o la lectura. En cambio, la juventud de ahora, entre los móviles y las tablets, prácticamente no lee. Por eso mis cuentos son muy cortitos; no me ando por las ramas. 

–¿En su casa se leía? Mi padre, mucho. Era un hombre culto, autodidacta. Me estimuló muchísimo y mantuve una profunda amistad con él.

–Es hermoso lo que dice. Fue él quien me hizo estudiar el bachillerato, cosa que en los años 40 no era común en una mujer. Era muy inquieto también.

–¿Lo heredó de él? Sí. Siempre he sido inquieta, tal vez demasiado. Reconozco que a veces rompí moldes. Aprobé las oposiciones para comadrona en 1951 y trabajé en el Institut Municipal de Maternologia. Trabajaba en dos sitios y, además, llevaba la casa y los hijos.

–¡Una mujer 10! Ese concepto antes no existía. Llevábamos mucha carga, pero cumplíamos y nos los pasábamos bien... Después, montamos uno de los primeros centros de planificación familiar, en la plaza de España.

–Cuente, por favor. Estábamos en la época franquista. Eran los 60 y nos reuníamos en un piso clandestinamente unas cuantas comadronas y algún médico. Tratábamos de ayudar a las mujeres para que los hijos que concibieran fuesen hijos deseados.

–Debía de ser complicadísimo entonces. Al principio, la píldora la traían de Andorra. Y recuerdo que también había una farmacia en la calle de Aribau donde las vendían de extranjis. Las cosas han cambiado mucho, pero a veces tengo la impresión de que estamos yendo hacia atrás.

–¿En cuestión de derechos? Recuerdo que a las mujeres que atendía y preparaba para el parto solía decirles: «Mirad, los hombres están encima de un pedestal y no bajarán nunca. ¿Qué debemos hacer? Pues subir nosotras».

Noticias relacionadas

–¿Cuál es la receta de la vida? Mantenerse activo y el sentido del humor. El carácter ayuda; también, la curiosidad.  Desde que me jubilé, acudo a las aulas universitarias para personas mayores.