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R. Pomel: "Desaparecí 30 años, entre los 60 y los 90"

Dos veces ha aparcado esta pintora de 86 años su carrera: cuando nacieron sus hijos y cuando murió su marido

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jcarbo45225043 pomel181005171748 / ELISENDA PONS

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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En su piso de la calle de Bailèn, en Barcelona, en una habitación que mira al exterior, R. Pomel vuelve a pintar. Tiene 86 años y ha recuperado la ilusión. Su marido, el también pintor Joan Claret, falleció hace cuatro años, en el 2014, y se llevó algo suyo, algo intangible, una parte de ella. "Quedé rota", dice. Habían cumplido 50 años de casados. Quedó tan rota R. Pomel que estuvo tres años sin pintar, pero este año ha vuelto a hacerlo. Midiendo sus fuerzas, eso sí. "Físicamente estoy algo atropellada, tengo mal las rodillas y las caderas, pero la cabeza aún la tengo bien, y yo trabajo con la cabeza".

-Pero puede pintar con dedicación, ¿no?

-Bueno… Tengo pocas horas. La comida normalmente la hago yo. Y la compra. No me queda mucho tiempo para pintar. Y cuando tengo tiempo, debo encontrarme bien. Mire, justamente acabo de terminar un cuadro. Un bodegón.

-¿Cómo se siente, artísticamente hablando? ¿Le ha pasado factura el parón?

-Pues no. Yo creo que últimamente mis cuadros son más… Cómo decirlo. Más completos. Estoy segura que no son inferiores a los de hace 10 años. Estoy satisfecha.

-Me causa curiosidad la rutina de un matrimonio entre dos pintores. Cuénteme, ¿cómo conoció a su marido?

-Lo conocí por sus cuadros. Me enamoré de ellos antes de conocerlo a él, de hecho. Vi unos cuadros suyos en la sala Gaspar y lo encontré tan delicioso, tan preciso... Cuando me lo presentaron y supe que era el de los cuadros yo pensé: "Estoy viendo visiones".

-¿Y la convivencia? ¿Cómo era la convivencia entre dos pintores?

-Pues mire, él pintaba aquí y yo allí. Él pintaba más: yo cocinaba, iba a la compra, limpiaba. Además, los niños todavía estaban en casa. Yo pintaba en mis ratos libres.

-¿Hacían crítica mutua?

-Bueno, cuando yo preparaba un bodegón él miraba cómo lo hacía y después generalmente me decía que le gustaba. A mí siempre me gustó lo que él pintaba.

-Me llama la atención el agujero que hay en su biografía. Coincide con el momento en que se casa. No expuso durante 30 años.

-Sí, desaparecí 30 años, entre los 60 y los 90. Si miró bien esa biografía habrá visto que yo hasta entonces me había dedicado a la escultura. Lo mío al principio era la escultura.

-Lo vi, sí. ¿Qué ocurrió?

-Pues que para ser escultor necesitas un taller, y en aquella época no tenía dinero para pagar un taller. ¡No iba a hacer escultura en el dormitorio de la residencia de estudiantes! Luego me casé y tuvimos el primer hijo, luego el segundo, luego el tercero… Y ese era el panorama. Tres niños de biberón y pis.

-En resumen, se dedicó a la familia.

-Sí. Lo que pasa es que cuando las cosas se llevan dentro, no es difícil recuperarlas. Volví a pintar, y cuando tuve bastantes dibujos empecé a buscar galerías. Pero era muy difícil, y más siendo una mujer mayor. Iba con mi carpeta por todas partes. Alguien me recomendó que pintara al óleo, y yo, mecachis, pensé, pero lo hice, pinté al óleo. Y volví a salir a la calle con mis cuadros, hasta que fui a parar a la galería Fernando Pinós. Desde entonces siempre he expuesto allí.

-Me gustaría saber qué le aporta pintar. Cuál es el momento mágico de la pintura.

-La pintura me procura bienestar. Serenidad interna. Cuando una pintura sale como yo quiero, me produce bienestar.

-¿Qué le queda por hacer?

-¡París! Salir de aquí, me gustaría exponer en otro sitio, y si es París, mucho mejor.

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-Para acabar: en esos 30 años, ¿no tuvo ningún contacto con el arte? ¿No pintó nada?

-Pinté, pinté. Pinté para sobrevivir. Hice dibujos para estampados textiles, pinté para la alta costura…