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Jorge Llorca: "¡No te acuerdas del camarero cuando estás de vacaciones!"

Es el paradigma del camarero carismático, depositario del poder de conseguir por sí solo que los clientes vuelvan

Llorca, en el local de Entrepanes Díaz.

Llorca, en el local de Entrepanes Díaz. / ÁLVARO MONGE

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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Hay camareros, como todo el mundo sabe, provistos de un don, que asumen el papel protagonista en los lugares donde sirven; que consiguen por sí solos que la gente vuelva al lugar. Nadie que haya pasado por las mesas de Entrepanes Díaz tendría el valor de negarle ese estatus al barcelonés Jorge Llorca, representante insigne de esta raza, de lo cual dan fe detalles como, por ejemplo, las postales que le envían los clientes cuando están de vacaciones, o los regalos que le traen al volver. Es difícil dar lo que no se tiene, y es reveladora la frase que suelta al acabar la charla: "He conseguido el equilibrio. Por eso soy feliz".

-No sé si decirle camarero. En algún lugar he leído que se encarga de las relaciones públicas.

-Sí, sí, así es. Soy camarero, hago de relaciones públicas… Pero eso no quiere decir nada. También soy chico para todo, hasta limpio el baño si es necesario. La jerarquía por aquí es muy flexible.

-¿Cuál es su función?

-Mire, yo tengo la filosofía de que si vienes aquí es para pasar un buen rato. Que la cosa fluya. Esa es mi función. A veces se consigue y a veces no, a veces está tan lleno que no hay margen para hacer nada. Solo servir, servir y servir.

-¿Le mandan postales? ¿En serio?

-¡Se lo juro! Y regalos, los clientes me traen regalos de sus viajes. Yo no he visto en mi vida que le envíen postales al camarero, que le traigan regalos. ¡No te acuerdas del camarero cuando estás de vacaciones!

-No tienen precisamente buena fama, los camareros de Barcelona…

-Creo que es una fama injusta. En el fondo, es un sector poco valorado. En general se cobra poco y se hacen muchísimas horas que no se ven. Es una profesión castigada y poco reconocida en general.

-Tengo entendido que es política del sitio contratar camareros mayores de 50.

-Así es. Porque a partir de los 50 años hombres y mujeres nos volvemos transparentes, tanto laboral como sexualmente. ¡O pagas o no follas, ja, ja, ja!

-¿Siempre fue camarero?

-Qué va. Tengo un pasado. ¡No soy virgen! No me he dedicado siempre a la hostelería. Empecé a trabajar a los 17 años en una empresa de curtidos. Empecé tirando carnaza y llegué a ser clasificador, o sea, el que clasifica las pieles por defectos. Luego trabajé en una fábrica de hilaturas, y cuando cerró decidí reciclarme un poco.

-¿Es decir…?

-Pues mire, a los 19 años conocí al que es ahora mi marido, Eduardo, y con él montamos –mucho después– una pequeña empresa, Servi G Multiservicios, que ofrecía hasta 250 servicios diferentes. Servicios de todo tipo, pero que ofrecían personas gais. Éramos como intermediarios.

-¿Cómo les fue?

-Al final no funcionó como esperábamos, pero lo importante es que queríamos mostrar al mundo… Le estoy hablando de los años 90, ¿eh?, cuando el tema gay no era como ahora, que te da la bandera en la cara. Para demostrar que más allá del estereotipo de la carroza había gente trabajadora y profesional. Aún había mucho prejuicio.

-Ha vivido los cambios, usted. ¿No le preocupa la nueva ola de conservadurismo?

-No especialmente. El PP, que es lo más conservador que hay, no ha tenido más remedio que ir tragando. Cuando yo tenía 17 años, a los sitios tenía que entrar a escondidas. Hoy no es así. Hay altos y bajos, pero yo creo que la cosa va hacia adelante.

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-Que esté casado es una señal.

-¿Sabe por qué nos casamos? Porque tanto Eduardo como yo queríamos tener la última palabra sobre el otro. En caso de que pase algo. Son cosas en las que piensas cuando empiezas a tener una edad, te empieza a doler esto, lo otro…