El Atlético y la bala perdida de Schwarzenbeck

El portero Maier sostiene la Copa de Europa recién ganada al Atlético en Bruselas, en mayo de 1974. A su izquierda, en segundo plano y con la camiseta del Atlético, Schwarzenbeck

El portero Maier sostiene la Copa de Europa recién ganada al Atlético en Bruselas, en mayo de 1974. A su izquierda, en segundo plano y con la camiseta del Atlético, Schwarzenbeck / periodico

ELOY CARRASCO / BARCELONA

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El día de San Isidro de 1974 ­la historia fue una moneda al aire que cayó del lado alemán. Un tipo llamado Georg Schwarzenbeck, apodado Katsche sin que nadie sepa muy bien por qué, tentó al destino con un tiro desesperado y consiguió el milagro. Aquel fue uno de los disparos más famosos que ha habido en el fútbol, sirvió para que el Bayern de Múnich ganase su primera Copa de Europa y apartó del camino de los grandes al Atlético de Madrid. Los alemanes consolidaron un nombre y un prestigio gigantescos a partir de aquel instante; los del Calderón jamás encontraron la mina de oro, ni siquiera 40 años después, cuando tenían el plano y la ruta expedita, hasta que la historia les hizo la misma jugarreta en Lisboa en el 2014 con Sergio Ramos en el papel del matarife Schwarzenbeck.

El Bayern y el Atlético vuelven a verse en Europa tanto tiempo después y es evidente que, por muy complicado que sea deletrearlo, el apellido Schwarzenbeck reaparece, fresco. Para el Bayern es un símbolo parecido a lo que Ronald Koeman representa para el Barça. El que puso la primera piedra, el nombre que dio el primer paso hacia la eternidad. Aquella fue la primera Copa de Europa del Bayern, a la que siguieron dos más, consecutivas, y otras dos ya en este siglo. En la repetición de la final que forzó su gol, dos días después, el Bayern que entrenaba Udo Lattek se quitó de encima con mucha facilidad a un Atlético física y anímicamente descompuesto. Gerd Müller y Uli Höness marcaron dos goles cada uno, pero da igual. El hombre de aquel título es Schwarzenbeck.

UN SANTO EN PROCESIÓN

Es un santo que los hinchas del Bayern gustan de exhibir en estas ocasiones. Otro Müller, el Thomas de hoy, el indetectable delantero que hace honor a su apellido siendo un Torpedo moderno sin que sea fácil describir de qué juega exactamente, ha pedido incluso sacar a Katsche en procesión. “Tiene que venir con nosotros a Madrid”, dijo al conocer que el sorteo emparejaba a Bayern y Atlético en la semifinal de la Champions.

Pero a Schwarzenbeck, que acaba de cumplir 68 años, es difícil sacarlo de Múnich. Allí nació, solo jugó en el Bayern (entre 1966 y 1981) y allí vive. Regenta una papelería que suministra al Bayern, atento siempre a sus héroes, todo el material de oficina necesario. Suele contestar con amabilidad cuando le preguntan por aquella proeza de Bruselas. Tiene una gran nariz, y es alto pero no tanto (1,83). Pese a su aspecto un poco fiero, sonríe fácilmente mientras recuerda el momento de su vida. El Bayern agonizaba, Luis Aragonés le había herido de muerte con un impecable gol de falta en el minuto 114. Parecía hecho, salvo por una cosa: los de enfrente eran alemanes.

EL PASE DE BECKENBAUER

Hubo un saque de banda y el balón cayó en los pies de Beckenbauer, que a toda prisa se la pasó a Schwarzenbeck. “Me sorprendió un poco que no avanzara él con la pelota”, dijo años después el insólito goleador. Pero al Kaiser no lo llamaban así por casualidad: veía el fútbol como ninguno y se percató de que ante su compañero se abría un páramo.

Schwarzenbeck avanzó unos metros sin que nadie del Atlético le saliera al paso, tal vez los rivales no daban crédito a la amenaza. Müller le pedía el balón con nervios y malas pulgas, los centrales colchoneros estaban pendientes de él, el auténtico peligro, nadie consideró digno de alerta roja que la jugada continuase en los pies del escudero de Beckenbauer, del simple defensa que le cubría las espaldas. El caso es que nadie intuyó el pepinazo letal, nadie lo interceptó.

“No lo pensé, hice lo que tenía que hacer, disparé a puerta porque el tiempo se acababa”. Le salió un tirazo desde casi 30 metros que entró como una centella y, de paso, abrió una subcarpeta en este legendario episodio: el de la responsabilidad o no de Miguel Reina, el portero rojiblanco. Se ha dicho que se tragó el chut, que, viéndose ya campeón, se había distraído regalándole sus guantes a un fotógrafo amigo…

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Luis Aragonés se lamentaba hace unos años de no haber improvisado algo para detener el juego y no dar opción al Bayern en aquellos segundos fatídicos. “Protestar, abrazar al árbitro, lo que fuese”, decía Zapatones al recordar el sueño perdido. Lo menos amargo es admitir que Schwarzenbeck escupió un disparo muy bueno, que aquel año no era tan excepcional verle golear (marcó siete tantos aquella temporada solo en la Bundesliga y fue titular de la Alemania que dos meses después ganó el Mundial ante Holanda) y que Reina, bastante tapado, no pudo hacer más que estirarse sin éxito y sacar la bola de dentro. La bala.

Schwarzenbeck, desempolvado estos días, ha excusado su presencia en Madrid y ha dicho que se reserva para el partido decisivo del Allianz del 3 de mayo. Siempre a punto para el último tiro.