La isla que se aísla

GEORGINA DÍAZ

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Hay que votar en las elecciones europeas, y en todas, porque no se puede ser demócrata y no votar –no olvidemos el voto en blanco, que siempre es un recurso para los decepcionados–. Si la democracia es el poder del pueblo y no lo ejercemos, renunciamos a nuestra responsabilidad. Hay que votar, pues, porque ¿qué es el Parlamento Europeo sino una metademocracia? Y ello a pesar de que la Unión Europea (UE) no sea hoy más que una asociación de estados, que son de naturaleza interesada y egocéntrica. Esta Europa de los estados es el gran error de la construcción europea. A lo que debe responder Europa es a las necesidades de las personas.

Llevo ya unos cuantos meses viviendo en el Reino Unido, el país del euroescepticismo. Aquí se habla de Europa en tercera persona, como si la cosa no fuera con ellos. La isla les aísla, valga la redundancia, del resto del continente; tienen el monopolio mundial lingüístico, con un acento más sofisticado, eso sí; conducen por la izquierda, cuentan las distancias en millas y, claro, tienen el pound, la libra esterlina. Toda esta retahíla de diferencias constituyen la excusa perfecta para distanciarse de algo que no acaban de sentir suyo del todo.

Hay que decir, sin embargo, que existe un afán por borrar este euroescepticismo desde los medios de comunicación. Sobre todo desde la BBC, la televisión pública, que ha lanzado una campaña informativa para concienciar de cómo afecta la UE en la vida de les personas, y acercar así Europa a la calle. Buena falta hace, que la calle a menudo anda muy despistada, posiblemente más por desconocimiento que por voluntad propia.

El sentido de pertenencia

Del extremo británico vayamos a otro, España, donde se habla de Europa como si fuera el Olimpo. Oh, "es que lo dicen en Bruselas", "hemos de ser más europeos". Pero si la UE es una democracia de democracias ¿qué tal si, para empezar, revisáramos el propio sistema democrático español? A España le queda mucho recorrido para ser tan europea como lo es, sin querer, el Reino Unido.

Tuve la suerte de estudiar en EEUU y allí era común oír de un americano que se iba a Europa de vacaciones. Como si fuera todo un mismo lugar, donde tanto en París como en Londres o en Barcelona todo el mundo viviera bajo el mismo techo de progresismo, democracia e igualdad. Esta idea es cierta y no lo es a la vez. Hay matices y diferencias culturales e ideológicas, pero compartimos un trasfondo histórico, social y cultural que es lo que nos convierte en europeos. Una cosa es la Europa de los estados y otra la de las personas.

Soy catalana, administrativamente española y, por suerte, europea, porque si no me sentiría huérfana. El país donde nací no representa ni acoge mis ideas ni mis valores, generalmente contrarios al statu quo. Es Europa y este sentimiento de pertenencia lo que hace que me sienta cómoda con mi propia manera de entender el buen funcionamiento de una sociedad. No es casualidad pues que hayamos despertado a la necesidad europea en Catalunya cuando nos hace falta la aprobación de Bruselas en el viaje hacia la independencia. El Estado español no nos escucha, y necesitamos que alguien lo haga. Pero para ser escuchados habrá que deshacerse de la Europa de los estados, iniciando un camino hacia la Europa de las personas.

Estudiante en Birmingham.