El vía crucis inmobiliario de Sant Antoni se ceba ahora en Borrell, 18

La plataforma vecinal calcula que en pleno géiser de precios expirarán la mitad de los contratos de alquiler del barrio

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CARLES COLS / BARCELONA

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La Semana Santa del 2017 ya ha terminado, pero el vía crucis de Sant Antoni, el barrio de moda, continúa. Miles de vecinos, como se verá, van camino del calvario. Los ejemplos son muchos. Como muestra, hoy, la finca del número 18 de la calle de Borrell. Una primera descripción de lo que allí sucede no deja de sorprender. Hay ahí 23 puertas. Nueve están tapiadas con plachas de acero. El dueño de la finca, que los arrendatarios ya no saben ni quién es, quiere vender todo el edificio. Ya no alquila las viviendas. El problema, para él, es que en nueve de las restantes puertas viven inquilinos con contrato indefinido. Uno de ellos es José Ramón, vecino del minúsculo ático. Su domicilio està en mitad del terrado. Comenzó a parecerle rara la procesión de argentinos, ingleses y franceses, entre otras nacionalidades, que subían a la terraza a inspeccionar. A veces eran hasta cuatro grupos por semana. Eran literalmente la encarnación de aquello que en las página de economía se conocen como fondos de inversión.

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La vida en el 18 de Borrell nada tiene que envidiar a la del 13 de la rue del Percebe. Dos apartamentos están ocupados ilegalmente. Otros dos están tan perfectamente tapiados con cemento que solo el ojo experto aprecia su existencia. Recuerdan a 'El gato negro', de Poe. Solo tres vecinos tienen contratos con fecha de caducidad. Hace poco eran cuatro. Al último que se fue le ofrecieron renovar el contrato mensualmente. Eso contó antes de no aceptar tan sorprendente trato e irse. Un día, José Ramón, uno de los nueve con contrato indefinido (vive allí desde 1978) rompió el hielo y le preguntó a uno de esos singulares grupos que subían hasta las puertas de su casa, con aires de agrimensores, que quiénes eran, que qué hacía allí. Fue así cómo confirmó que el dueño de la finca quiere vender. Por cuatro millones de euros, le dijeron.

TIC-TAC, TIC-TAC...

El precio de venta parece inusualmente bajo. Más si se tiene en cuenta que es un edificio de aquellos que cuando caen en manos de una inmobiliaria se publicitan como finca regia, una expresión que no quiere decir nada en realidad, pero que en este caso encaja. Dos columnas sansónicas franquean el acceso desde la calle. El precio es bajo porque nueve inquilinos con contrato indefinido son muchos. Si fueran menos, la cifra subiría. Así funcionan las cosas en Barcelona, y más cuanto más cerca se está del mercado de Sant Antoni, ya en la fase final de obras de reforma, un proyecto impresionante que se puso en marcha, como todas las reformas de mercados municipales, con el buen propósito de cohesionar la vida vecinal alrededor de la hora de la compra del producto fresco, pero que a la hora de la verdad ha terminado por ser una suerte de tic-tac-tic-tac de la bomba de la gentrificación. La inauguración del renacido Sant Antoni está prevista para finales de año. La plataforma vecinal Fem Sant Antoni, de corta pero fructífera vida, ha echado cuatro cuentas que asustan. Se merecen un punto y aparte.

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En el barrio, según el grupo de investigación de que disponen, se firmaron entre los años 2014 y 2016 un total de 3.348 contratos de alquiler. Tras la última reforma de la ley de los alquileres impulsada por el PP, la duración de un contrato tipo es de tres años. Total, que la plataforma calcula que en pleno géiser de precios, entre el 2017 y el 2019 se extinguirán la mayoría de esos contratos, más de 3.000. ¿Son muchos? Sí. Ese mismo grupo de investigación ha encontrado un dato interesante para tener un punto de referencia. Según las estadísticas oficiales del año 2011 (no las hay posteriores), de las 17.554 viviendas censadas en el barrio, 6.410 eran de alquiler. Blanco y en botella, la mitad de los arrendatarios del barrio están expuestos a un futuro inmediato tan incierto como el de los vecinos del número 18 de Borrell. El desasosiego de 'Leftovers', serie de culto no apta para todos los estómagos y que acaba de estrenar ahora su tercera y definitiva temporada, hecho un poco realidad, en este caso en un barrio que pierde súbitamente la presencia de una parte de su vecindario.

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ÉTICA Y DECENCIA

La silueta del mercado, a estas alturas de las obras, es impresionante. Hay que reconocerlo. También el efecto perturbador que causa. La proximidad a los agujeros negros, dicen los físicos, alteran variables como el espacio y el tiempo. Una reforma urbanística de este calibre altera, parece ser, la ética y la decencia de antaño. El 18 de Borrell es, lo dicho, una finca de buena presencia, pero la propiedad hace tiempo que no repara apenas nada. Meses atrás fue obligado cambiar los contadores del suministro de agua. Se hizo. Pero la zanja que se abrió en mitad del vestíbulo de la finca sigue ahí, tapada solo con unas maderas. A Salvador, otro de los vecinos con contrato indefinido, le dejó muy claro el administrador de la finca la última vez que fue a verle que de nada servirían sus quejas por la dejadez de la propiedad, que no es poca. Está la zanja, las grietas en las paredes de las galerías, los pisos ‘plachados’, los apartamentos ocupados, uno de ellos cocina clandestina de algún local de comidas…, y todo ello en un barrio que se supone que no es sinónimo de degradación, sino de lo más ‘chic’.

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La cuestión es que ahora que los barceloneses comenzaban a familiarizarse con anglicismos como el de la gentrificación (es decir, la expulsión de los vecinos de un barrio por efecto de la colonización de familias con rentas más altas) toca aprenderse ya nuevo vocabulario. ¿Por ejemplo? El 'flipping', comprar fincas completas, remozarlas y revenderlas en un plazo corto de tiempo con notables ganancias de por medio. También conviene familiarizarse con el acrónimo ‘socimis’, algo así como las sicavs inmobiliarias, refugios para que las grandes fortunas paguen pocos impuestos, en este caso gracias a la compra de inmuebles siempre que se destinen al alquiler, aunque sean a precios exorbitados. En Sant Antoni, el 'flipping' y las 'socimis' parece que ya son parte del paisaje.