BARCELONEANDO

El redondo encanto de Milans

La singular geometría de la placeta del Gòtic y su esplendor fotográfico atraen a cada vez más turistas

La calle de Milans con la placeta circular en el medio en una foto tomada mirando al cielo, como las que abundan por internet.

La calle de Milans con la placeta circular en el medio en una foto tomada mirando al cielo, como las que abundan por internet. / periodico

MAURICIO BERNAL

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Hay que bajar por Avinyó y dejar atrás la peluquería Anthony Llobet, el Delicatessen Venus, la A.M. Botique, la Papereria Regina, la Ferreteria Avinyó, el Barcelona Seed Center, Le Fortune, Wasabi, el restaurante La Retama, la tienda de ropa La Veintinueve, la tienda de ropa Urbana, la tienda de ropa Alquimia, dejar todo eso atrás y allí donde pone BCN Lip torcer a la izquierda, es decir, meterse por la calle de Milans. La pequeña calle de Milans. Si el barrio Gòtic es un laberinto, Milans es el tipo de calle que contribuye con su gracia sinuosa a que lo siga siendo, una anomalía dentro de la anomalía, cien metros o menos de suave curva para conectar con Gignàs. Tiene ciertamente una manera encantadora de estar, pero tiene algo mejor, y es la placeta del mismo nombre que se abre a mitad del recorrido, redonda, diminuta, casi un lugar de recogimiento, nueve metros de diámetro y, bien mirado, de estupor: una circunferencia se diría que perfecta si la perfección no fuera una utopía. Uno de esos secretos de Barcelona, si es que tal cosa existe, y si existe, cada vez menos secreto. El turismo la ha descubierto y la graciosa placeta de Milans empieza –venga dios a socorrerla– empieza, sí: a tener nombre.

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Los turistas han convenido en que la mejor foto de la placeta de Milans es la que se hace de abajo hacia arriba, mirando al cielo, acaso porque es la que retrata de la forma más espléndida su naturaleza circular. Internet está llena de ellas. De hecho, quien no haya estado jamás en la placeta y buscara imágenes en la red no tendría de ella sino esa perspectiva: los bordes de los edificios y un disco copado de cielo. “Hay gente que pasa caminando, van desprevenidos y de repente se dan cuenta de que el sitio es redondo, y alzan la vista y flipan”, explican los hermanos Harma, Eero y Jussi, finlandeses, camareros del bar Manchester. El Manchester, la tienda de ropa Goldie’s y un discreto taller artístico son los tres locales de la placeta de Milans, y sus moradores habituales conocen bien el efecto que produce entre los visitantes, y están acostumbrados a ver a través de la ventana a un turista apuntando al cielo con su cámara, o poniéndola en el suelo y dejando que trabaje sola. “Siempre veo gente haciendo fotos –dice Claudia Blasco, dueña de la tienda Goldie’s–. Gente tirada en el suelo, incluso. Son turistas que se encuentran sin saberlo con la plaza o que han leído de ella y vienen a conocerla, y cada vez vienen más grupos con guía”.

Días de andamio

La placeta de Milans es obra del arquitecto Francesc Daniel Molina, nacido en Vic en 1812, nombrado arquitecto municipal en 1855 y responsable de la urbanización de la plaza del Duc de Medinacelli y de la plaza Reial. Aunque es recordado sobre todo por esta última, su pequeño prodigio en el corazón del Gòtic –que llevó a cabo en 1853–, aparece mencionado en varios volúmenes de arquitectura en términos elogiosos, por ejemplo en la Guía de arquitectura de Barcelona de Roger Casas, que la describe de esta manera: “Con una planta octogonal, la placeta intenta crear un espacio más extenso de lo que hubiera sido una calle cualquiera, y de este modo ampliar la fachada de cada vivienda para recibir una mayor entrada de luz solar y ventilación. Además es una manera bastante sencilla de organizar esta calle, con un modelo geométrico en una zona donde una calle de trazados rectos era imposible”.

En el mundo de las más de 15 millones de fotos de Barcelona publicadas en Instagram (es la tercera ciudad en esta extraña competición), el sereno donaire de Milans rivaliza dignamente con los tópicos de siempre, La Pedrera, el Camp Nou y demás. Como foto, parece, es demasiado buena para no hacerla. Por estos días un andamio se interpone entre el turista y la imagen inmaculada, libre de impurezas, pero esto no sería Barcelona si en cada atracción turística no hubiera de vez en cuando uno de esos armazones.