De la cerveza XXL al cutremenú

Los miles de turistas que abarrotan la Rambla sucumben a una oferta dominada por el 'low cost'

Ríos de paseantes por la Rambla, manteros, terrazas llenas, turistas con guía, y oferta de fruta, bebidas y suvenires en los quioscos volcados en el visitante.

Ríos de paseantes por la Rambla, manteros, terrazas llenas, turistas con guía, y oferta de fruta, bebidas y suvenires en los quioscos volcados en el visitante.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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Un paseo a ritmo de tortuga por la Rambla y un escrutinio a fondo de su oferta puede deprimir a cualquier barcelonés sensible. El ciudadano difícilmente sucumbirá a más de un puñado de opciones gastronómicas o a contadas propuestas de shopping. La inmensa mayoría de los 140 locales de planta baja albergan negocios claramente enfocados al viajero (y sobre todo al de bajos vuelos), en un círculo vicioso en el que es difícil saber si fue primero el huevo o la gallina. ¿Es el efecto icónico del vial lo que ha derivado en el monocultivo comercial turístico o es esta oferta la que ha expulsado a los barceloneses porque no va con ellos? Sea cual sea la respuesta, el multitudinario eje vuelve a tener paralizado el plan especial para intervenir urbanísticamente en la zona, al margen del plan de usos que ya regula su actividad económica. La concejala Gala Pin anunció que era mejor esperar a resolver otros frentes e introducir más participación ciudadana en el debate.

Mientras tanto, los Amics, Veïns i Comerciants de la Rambla tratan de incentivar la llegada de empresarios con más vocación ciudadana o, como mínimo, que atraigan un turismo de calidad. Y aunque el deseo general es la pluralidad, un mix de oferta cultural (librerías, música y arte) que pretendía el gobierno de Trias, así como de moda y gastronomía decente, la realidad es que la restauración es el objetivo prioritario de la mayoría de pretendientes.

En los últimos años los pasos más firmes al respecto han sido la apertura del hotel de lujo Bagués con restaurante Regulador en planta a calle, la implantación de un restaurante del grupo Tragaluz (Luzia) o algunas propuestas de la Boqueria, como Casa Guinart, que se asoma a la Rambla, entre otros. Conviven con históricos supervivientes como el Café Ópera o clásicos como el Amaya, por citar alguno. Pero de entre los casi 70 establecimientos contabilizados por este diario donde comer algo (de heladerías a fast food y restaurantes), la oferta mayoritaria sigue siendo la de tapas, pizzas, paellas precocinadas, hamburguesas, kebabs y jarras de cerveza tamaño XXL. Una marisquería de nombre equívoco anuncia con una gran pizarra «open buffet a 10 euros», y diversos restaurantes de la zona se han sumado al asunto del selfservice hasta reventar por 13,99 euros.

Proyectos fallidos

La prueba más manifiesta de lo complicado que es atraer a un público más pudiente es que la inversión más potente de los últimos tiempos, la renovación de buena parte del teatro Principal, que incluye restaurante y club, ha sido un fiasco sobre sus pretensiones iniciales. De cenas elitistas el año pasado ha pasado a anunciar en un atril menús de 12 euros con tortilla francesa, gazpacho, pollo o paella a elegir, o el españolísimo menú de 10 euros que compagina «sangría, cerveza o agua, más dos tapas y paella»...

Una treintena de locales de suvenires (donde mandan el Barça y el folclore), a los que se suman los recuerdos que despachan los quioscos y las floristerías completan el siguiente bloque más numeroso. Pero en el paseo hay cabida también para locales de cambio de moneda, venta de oro, apuestas deportivas... En extinción, los bancos y los locales eróticos. Y con la persiana cerrada, aparte de los proyectos arriba mencionados, tan solo un local más. Un operador con solera, que pide discreto anonimato, argumenta que el propio ayuntamiento «contribuyó» a la endogamia turística al permitir que las antiguas pajarerías se erigiesen en grandes puestos (un conflicto pendiente de resolución) donde se ha acabando despachando sobre todo helados, refrescos y dulces. Y también entradas a espectáculos, turrones, regalos marineros y del Barça.

Siguiendo por la acera central (donde se han ordenado estatuas y pintores no sin polémica), el reto pendiente es mejorar las terrazas, aunque se integran en el futuro plan especial. De momento, la pasta, la pizza y los arroces económicos corren por las mesas, en contraposición con las cervezas gigantes de 9 euros. El yin y el yan de una calle donde se quiere ganar aceras, pero donde cualquier hueco pasa a ser útil para los manteros.

Curiosamente, tras el gran zoco otras calles perpendiculares han logrado dar un giro (a mejor) a su oferta comercial, en especial Tallers, Hospital y otras conductoras al Raval. Y también la plaza Reial, pese a la invasión de terrazas, sumó puntos en sus pórticos tras fichar al Ocaña y el Hotel DO.

Pero el río humano de la Rambla, apabullado por el colorido de la ruta, no muestra gran criterio. Un grupo de italianos se sienta con decisión en una terraza y pide «típicas tapas catalanas» a un camarero asiático que asiente antes de endosarles una carta multicolor y recetarles una jarra de sangría.

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