BARCELONEANDO

Nos queda la palabra

Expocicion 40 aniversario del Periodico de Catalunya

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Javier Pérez Andújar

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Ahora dices Blas, y la gente se acuerda más del Blas de Barrio Sésamo que de Blas de Otero. Hasta puede que salga antes a relucir Blas Piñar, que llevó a la extrema derecha al parlamento (luego las urnas exhumaron de la representación democrática a los ultras y su espectro maligno vaga aullando por las calles; bueno, no sé, hay quien opina que en nuestro país la extrema derecha está incardinada en la derecha cotidiana. Quizá. Aquí el votante es posibilista, lo decía el Evangelio de Mateo: no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano ultraderecha).

De Blas de Otero me he acordado por la exposición de portadas históricas de EL PERIÓDICO que puede verse estos días en los jardines del Palau Robert con motivo del 40 aniversario del nacimiento de este diario. De todo lo que nos creímos, y de todo en lo que creímos, han pasado ya más de 40 años. En España, la cuarentena es la unidad con que medimos la historia igual que el metro es la unidad estándar de longitud en el sistema internacional. Aquí, una dictadura dura lo mismo que una Constitución democrática, o se le da el mismo plazo. Franco murió en bíblico envuelto en esa cifra, lo que dura una travesía del desierto; también 40 días y 40 noches fue lo que duró el diluvio universal. La catástrofe es nuestra unidad de medida del tiempo.

Las casetes del Olympia

Antes de leer a Blas de Otero se lo oí cantado a Paco Ibáñez. Con las casetes de su concierto en el Olympia de París, llenas de Blas de Otero, Alberti, Góngora, Manrique, Quevedo, Gloria Fuertes, Goytisolo, el Arcipreste..., se han afinado más oídos para la poesía, se ha sensibilizado para lo bien escrito, para lo bien pensado, a más gente normal y corriente, trabajadores con el nombre de la fábrica impreso en el bolsillo de la camisa, oficinistas con barba, delineantes con Rotring, médicas que recibían prensa clandestina, madres y padres con niños, que esperaban para sus hijos algo mucho mejor de lo que tuvieron para ellos, mujeres que se sacaban el sustento fregando bancos y escaleras, o cosiendo bajo el fuego de una bombilla, lámpara incandescente ("Porque vivir se ha puesto al rojo vivo", así empieza el poema 'Digo vivir', de Blas de Otero), mientras sus hijos también incandescían viendo volar entre rascacielos a la Antorcha Humana de los Cuatro Fantásticos (chicas invisibles en una sociedad machista, científicos con los miembros estirados como pasados por el potro de la Inquisición, gente a la que la piel se le había convertido en piedra agrietada durante 40 años de pertinaz sequía, ese tebeo no se acababa nunca...).

¿Hemos dejado de creer en las palabras, por tanto como se las ha tergiversado, manipulado, retorcido, desfigurado?

¿Qué estaba diciendo yo? Ah sí, que Paco Ibáñez cuando interpretaba a Blas de Otero, que las cintas con sus canciones, fueron unas Misiones Pedagógicas en la época de las misiones imposibles, pues también llevaban lo mejor de nuestra cultura a lo más humilde de cada barrio, de cada casa, de cada persona junto a su ventana. Está en todos los cuadros, o casi, de Vermeer de Delft: somos seres pegados a una ventana. Mi madre se ponía junto a una con la aguja en la mano. Si venía una visita, lo primero que hacían era mirar por el balcón. Todo lo que nos pertenece está a lo lejos, a 40 años.

Me acordaba, paseando entre los paneles de la exposición, del poema de Blas de Otero 'Me queda la palabra', y de la guitarra de Paco Ibáñez, del suave golpeteo parecido a un pizzicato, creo yo que es, con que lo canta. Obstinado como el pulso de la sangre. Acaso lo que mande hoy las en las primeras planas de los periódicos sea la imagen, no en vano por eso a veces se hacen portadas dobles; pero cuando la gente oía y leía 'Me queda la palabra' lo importante en la prensa era la palabra. Puede comprobarse recorriendo esta muestra de 120 números de EL PERIÓDICO y de un centenar de otras fotografías. ¿Nos hemos convertido en una sociedad visual? ¿Volvemos a la cultura de la imagen como cuando la sociedad no estaba alfabetizada, por ejemplo cuando en las catedrales se representaban con figuras escenas de la Biblia para que todo el mundo pudiese comprenderlo? Y esto ¿precisamente ahora?, ¿cuando nunca como hoy tanta gente sabe leer y escribir? O ¿es que hemos dejado de creer en las palabras por tanto como se las ha tergiversado, manipulado, retorcido, desfigurado, descontextualizado? O ¿es que actualmente nos da miedo hablar?

Es cierto que una foto puede decirnos más que mil palabras, pero también es verdad que detrás de poner una imagen palpita un 'yo no digo nada', 'yo, lo que aquí se ve'. El descaro, la osadía, la irreverencia con que se redactaban los titulares en los años iniciales de EL PERIÓDICO no manifiestan ingenuidad, sino autenticidad. La gente no tenía vergüenza de ser como era. El lenguaje era una función natural, lo mismo que la respiración, no un diploma. Blas de Otero se refería a que nos queda el recurso de la palabra dicha. Pero estamos renunciando hasta a la escrita, que nace de la lengua viva. Cada vez los diarios, las revistas, traen menos letras. ¿Cómo va a haber libertad de expresión sin expresión?