Messi, la diferencia

Tres goles del astro argentino deciden un partido en el que Barça y City jugaron a neutralizarse

Messi celebra uno de los tres goles marcados ante el City.

Messi celebra uno de los tres goles marcados ante el City. / periodico

JOAN DOMÈNECH / BARCELONA

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Aquello de que Messi marca la diferencia, una verdad como un templo, se vio en toda la extensión. En un partido donde Barça City se neutralizaron mutuamente, que jugaron a no dejar jugar al otro, emergió el talento, la inspiración, la inteligencia, la pillería… todo lo que es Messi, que encontró petróleo en el desierto y montó una refinería.

Pero Messi también es pundonor y orgullo. El que le faltó a Fernandinho, desparramado en el suelo tras un resbalón y sin el ademán de salir al paso de la persecución gregaria que hacía Messi de un balón sin dueño en medio de un equilibrio total, en el césped y en el marcador. Apenas tocó la bola Messi otra vez hasta la segunda mitad, cuando le cayeron dos regalos que no desaprovechó.

LOS PIES DE LOS PORTEROS

La tocaron más los porteros, y otra máxima que quedó establecida es que nunca, ninguno, tendrá la destreza de un jugador de campo. Bravo cometió un error fatal por querer tirar un absurdo e innecesario sombrero sobre Suárez. Falló, y el delantero le tiró inmediatamente otro que arrancó el instinto de portero: sacó las manos pero estaba fuera del área.

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La calamitosa acción de Bravo contrastó con el impecable partido de Ter Stegen, que sí utilizó las manos adecuadamente, cuando y donde debía, evitando tres goles y desanimando al City. Mathieu se sumó al capítulo de las torpezas y vio dos amarillas en dos minutos. Cuando se igualaron las fuerzas, el duelo ya estaba sentenciado. Quién sabe si también el desenlace del grupo, en el que el Barça aventaja en cinco puntos a su máximo rival, plasmando la superioridad que exhibió el marcador.

NINGUNA RENUNCIA

Jugaron el Barça y el City a lo mismo y, en ese sentido, se cumplieron las expectativas. Ninguno renunció a sus principios, a su idea, indiferentes a las características del rival, uno de los pocos equipos que les inducirían a cambiar el planteamiento. Por orgullo, por convencimiento, por fidelidad, jugaron cara a cara, se miraron a los ojos, reflejándose la misma imagen, con la única diferencia visual del equipaje. Y la de Messi. Mayúscula. Fundamental.

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Uno contra uno se defendieron, uno contra uno se atacaron, con los porteros sacando el balón, más forzados que nunca por un contrario que saltaba a presionarles. Tuvo el Barça más la pelota, porque jugaba en casa, porque tiene jugadores más técnicos, porque tiene mecanismos más engrasados. Pero la tuvo en su propio campo cuando eran once contra once. El City, Guardiola, supo desactivar al Barça porque fue él quien lo inventó, invadiéndole, como si estuviera en casa. Que lo estaba, aunque ayer era un forastero.

LAS VENTAJAS DE LA PRESIÓN

Además de contemplar, por enésima vez, a Messi marcar la diferencia de forma literal, también se comprobó la ventaja que reporta la presión adelantada: fuerza el pelotazo ajeno y acelera la recuperación del balón, el eje sobre el que se asienta la idea del Barça, el City, y algún equipo más. A todos los delanteros les cayó un balón para jugárselo mano a mano con un defensa. Messi es letal en esa suerte. De la nada, de esa chistera que enseñó vacía y negra, sacó el mago tres conejos en una función maravillosa.

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La bella batalla táctico-estratégica reportó un partido feíllo. Por breve, por inconexo. Ni Barça ni City conseguieron hilvanar jugadas con continuidad, dos o tres cadenas de pases para coger carrerilla salvo el correcalles final. Pasaron muchas cosas entre expulsiones, lesiones y otro penalti fallado de Neymar y, a la vez, ninguna bella. Tocaron más la bola los porteros que Iniesta Gundogan, que Busquets Fernandinho, y eso es fatal. El error de Bravo, frente a los pies de Messi y las manos de Ter Stegen lo confirmó.

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