Desgracia y pánico en el Camp Nou

El Barça se estrella contra la mala suerte y el Valencia y tiene la Liga en peligro tras perder su ventaja

Decepción azulgrana y alegría valencianista en el Camp Nou.

Decepción azulgrana y alegría valencianista en el Camp Nou. / periodico

DAVID TORRAS / BARCELONA

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El Barça ya no juega contra sí mismo, contra el recuerdo de lo que era hace cuatro días y que de repente ha desaparecido, en un fenómeno paranormal ante el que cuesta encontrar explicaciones. Ayer el Barça también jugó contra un enemigo invisible, una mano desconocida que decidió hacerle la vida más difícil, como si no hubiera sufrido bastante, como si la caída no fuera dura, y le condenó a un tormento terrible, demasiado cruel para un equipo que no lo merecía y que vivía la mar de feliz, subido en una nube desde la que contemplaba el mundo a sus pies. Esta vez, jugó para ganar, pero acabó perdiendo un partido (1-2) en el que se dejó el alma y la vida, y quién sabe si la Liga. Un partido que provocó una sensación inquietante, como si el Barça fuera víctima de un maleficio, un hechizo que le ha bloqueado y que ha alcanzado al Camp Nou. Ahora ya hay pánico a perder una Liga que se daba por ganada.         

La imagen final de los jugadores cabizbajos, derrotados anímicamente, desfondados, sin una gota de aire, preguntándose qué demonios está pasando, dibuja la desesperación de un equipo que marchaba imparable hacia el triplete, contando 39 partidos sin perder, y que hoy es un alma en pena que cuenta derrotas (tres seguidas) y descuenta títulos, destronado en Europa y con la Liga en peligro. A diferencia de la Champions,no hay mucho que reprocharle esta vez. Tuvo toda la determinación que le faltó ante el Atlético, un sinfín de ocasiones que no hubo manera de rematar. La última, con Piqué solo ante el portero, retrató esa fatalidad, demasiado incomprensible para aceptarla.  

La pizarra de Luis Enrique daba una idea de lo que estaba en juego. El once de gala salvo Alves. El once que vale para todo desde Berlín y que deja en  mal lugar la politíca de fichajes. El equipo, eso sí, se sacó de encima el peso de la decepción y levantó el vuelo de la cabeza a los pies, más intenso, más rápido, más fresco, más cerca del campeón que volaba sobre récords, sin rastro de ese aire conformista y poco decidido que le condenó en Anoeta y en el Calderón. En apenas seis minutos, remató más veces que en esos dos partidos, una ocasión detrás de otra, MessiNeymarSuárez... y Diego Alves sacando manos, y que no dejó de sacar hasta el último minuto, imitando a Rulli, prolongando el martirio azulgrana. Un equipo que contaba los goles a pares, con el tridente más allá de los 100, en una fiesta sin fin, y que, de repente, no marca ni a tiros.

UNA TRAMA PERVERSA

Todo parecía tan distinto que nadie podía imaginar un guion como el que siguió, una trama tan perversa, tan cruel y dramática, tan alejada de la vida de este equipo acostumbrado a a ser el rey del mambo, más guapo que ninguno, con Messi, Neymar y Suárez regalándose goles en el túnel de vestuarios. Pero sucedió. Justo lo que menos necesitaba, un golpe moral, ahora que volvía a sentirse bien. Ahí estaba el balón, en la red, en la segunda llegada del Valencia que ni siquiera tuvo que meterlo. Lo hicieron entre Rakitic Bravo, en el colmo de la desgracia, un terrible accidente demasiado injusto como para no acusarlo por más que el Camp Nou alzara los brazos y empujara a los suyos, consciente de que le necesitaban. 

Pero el equipo quedó aturdido, las dudas reaparecieron y perdió el hilo de juego aunque Messi tuvo el empate en la cabeza. Al macabro guionista todavía le quedaba una sorpresa más, un giro más doloroso, y provocó que un larguísimo ataque del Valencia, con el balón rodando de un lado a otro, acabara en el 0-2. Messi ajustó las cosas con un gol 500 que no recordará, pero el pimpampum que siguió no quebró ese mal de ojo. No hubo manera, por más épica que impusiera, con Mascherano batiéndose como un gladiador, y Piqué abalanzándose al ataque, en una especie de ruleta rusa que estuvo cerca de propiciar el tercer gol del Valencia. El Barça se dejó la piel, sin un signo de renuncia ni de rendición, lo que agrava todavía más un temor que crece, abonado por los miedos culés de toda la vida, que reviven en mala hora, y ante el que solo le queda seguir peleando. Más que nunca. Como un campeón 

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