LA ACTUALIDAD AZULGRANA

Cuestión de mentalidad

Todos los testimonios ensalzan un legado que trasciende a su gran obra futbolística

DAVID TORRAS / BARCELONA

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«¿Se ha preguntado la gente si el Barça de las últimas dos décadas sería el mismo sin él?». Pep Guardiola no necesita esperar una respuesta. Él la tiene desde hace tiempo, casi desde el día en que Johan Cruyff, recién llegado al Barça por segunda vez, también hizo una pregunta: «¿Quién es el mejor joven?». Guardiola, le dijeron. Y lo fue a ver. Primero al filial y no estaba. Después, al juvenil A y tampoco. Lo encontró en el juvenil B. «Si es el mejor, ¿qué hace aquí?». Es que es muy flojo, le respondieron. Y ahí empezó una nueva vida para Pep, la que le ha llevado a ser lo que es, a ganar lo que ha ganado y a sentir por Johan una devoción indestructible.

Guardiola es un cruyffista radical, convencido de que el Barça no sería nada de lo que es sin su descaro, sin su valentía, sin la persistencia que le llevó a cambiar la vida de este club. Una admiración que le llevó durante sus años en el Barça a llamarle y a visitarle a menudo. «Para hablar, a veces de nada, pero siempre para hacerle sentir lo agradecido que le estaba», reconoce, en una convicción que hace extensiva al club: «La institución tendría que estar eternamente agradecida a este personaje. Ha sido un revolucionario». Y lo mismo, al revés. «¿Cómo algunos pueden hablar mal de Guardiola?», lamenta Cruyff. «La única manera de sobrevivir como entrenador es si puede enviar al presidente a hacer puñetas y que no se meta».

«Él nos enseñó a ganar», proclama Josep Carreras, otro gran cruyffista, igual que Ferran Adrià, que dice haber pedido solo un autográfo en su vida. «A ti, el día que viniste al Bulli», confiesa, quien antes de conquistar el mundo con su cocina tenía otro sueño: «Yo quería ser Cruyff»«Eres el culpable de jugar bien y ganar», le dice Xavi, que no deja de reír ante las ocurrencias de quien, como Guardiola, considera vital en su carrera por el sentido que le dio a su juego.

Un partido de golf en el Muntanyà con Pep Guardiola; un almuerzo en el santuario secreto de Can Ferran con Xavi; una profunda charla sobre la manera de entender la vida y Catalunya con Marjo-

lijn, viuda de Armand Carabén; una conversación entre genios con Ferran Adrià; una cómplice mirada política en la iglesia Santa Maria Mitjancera con Magda Oranich y Xavier Folch, dos de los 113 detenidos de la Assemblea de Catalunya el día de su debut ante el Granada, que vivieron en el calabozo...

En escenarios tan alejados transcurre L'últim partit, que a partir de los 40 años de la llegada de Cruyff y de su último partido en el banquillo como seleccionador catalán («defendemos nuestro país», es el mensaje que lanza en el vestuario) retrata la trascendencia de su figura. En el Barça, pero también más allá del campo y del balón. Por lo que enseñó y por lo que transmitió con su manera de pensar. Una mentalidad y un discurso que desde la Generalitat se ha aprovechado en un momento político crucial, a pocos días del 9-N.

«Veo un déficit en los catalanes y es que nunca van al 100% cuando quieren una cosa. Aquí si quieres hacer una cosa nueva te dicen: ¿Y si falla? Soy de los que pienso que solo se aprende de los errores», comenta Cruyff. «Johan ha cambiado la mentalidad de todo un pueblo y nos ha hecho confiar en nosotros», subraya Xavier Sala Martín.

«Siempre hago lo que me da la gana», repite. Y así lo hizo cuando fue al registro a inscribir a su hijo que nació días antes del 0-5. «Se llama Jordi», dijo. «Es Jorge», le respondieron. «No, Jorge, no, Jordi»«No puede ser», insistieron. «Pues si no puede ser, no lo haga». Y Jordi se llamó Jordi. Cuestión de mentalidad, que diría Johan