Despiste fatal del Barça en Mestalla (1-1)

Jaume Domènech celebra el gol del empate ante el abatimiento de Busquets, Suárez y Messi

Jaume Domènech celebra el gol del empate ante el abatimiento de Busquets, Suárez y Messi / periodico

MARCOS LÓPEZ / VALENCIA

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Los despistes, sean cuando sean, al inicio o al final, se pagan caro. Gobernar los partidos con la autoridad que ha hecho el Barça en Mestalla no sirve de mucho si después un balón de puro estilo inglés, de punta a punta del campo, sirvió para que Alcácer desmontara la estructura defensiva azulgrana y Santi Mina, con su gol del empate, levantara la alicaída grada de Mestalla. Jugó muy bien el líder en la primera parte, pero remató de pena. Jugó peor en la segunda y cuando creía tener dominado el encuentro, se topó con un fatal 1-1.

Ocurrió. A veces pasan situaciones increíbles en el fútbol. Y sucedió. Hasta Messi falló. Incluido un explosivo Neymar. Y también un eficaz Suárez. Pero terminó la primera mitad en Mestalla y el valencianismo, abatido como estaba, festejó un robo de balón como si fuera gol, orgulloso de terminar con su portería a cero. No, no es nada habitual que un equipo tan demoledor como el Barça falle tanto. Tanto en el remate final como en el último regate o el penúltimo pase.

Pero sucedió. Sucedió que el conjunto de Luis Enrique se estrelló contra su ineficacia, mientras Voro, un técnico interino, se frotaba los ojos en la zona técnica del viejo, pero remozado Mestalla.

SUÁREZ, EN FUERA DE JUEGO

El guion del partido discurrió como estaba diseñado. El Barça gobernaba el balón imponiendo su dictadura (el 68% de posesión en la primera mitad), remataba como siempre (nueve tiros), pero fallaba como nunca. Solo uno a puerta y con la derecha de Messi para que Jaume Domènech, el meta del Valencia, atrapara con sencillez. El guion resultó tan previsible que el primer balón que tocó Piqué provocó una tormenta de pitos. Y así durante todo el encuentro, a pesar de que la fuerza de los silbidos iba menguando y Mestalla estaba ya más pendiente de contener la respiración cada vez que Neymar volaba por la banda izquierda.

Porque Neymar no corría ni se desplazaba sinuosamente. Neymar volaba con elegancia ridiculizando en cada acción a Vezo, un lateral que no es lateral, dejando hermosos momentos de fútbol. Aquel control orientado para salir en velocidad, aquellas tres asistencias a Messi, que curiosamente no aprovechó, aquel regate saliendo en parado que transformó, de nuevo, a Vezo en una estatua de sal... Delicias del 11 que parecía el 10. Maravillas de Neymar convertido en el líder del equipo, mientras Iniesta se inventaba pases mágicos para superar a un encogido y tímido Valencia que acabó los 20 minutos finales de la primera parte apretujados en la cocina de la casa de Jaume.

Así terminó la primera parte, así empezó la segunda. Además, el Valencia entendió que debía desconectar a los azulgranas usando el juego típicamente italiano. No tanto por la agresividad sino por provocar interrupciones y las constantes pérdidas de tiempo que ralentizaban la velocidad del balón azulgrana, provocando, y con el paso de los minutos, más frustración aún. Hasta que Messi, más pegado a la banda derecha que al inicio, se inventó una asistencia aérea a Suárez, que partió con la ventaja de estar en una posición antirreglamentaria. Aunque por muy poco, era fuera de juego. Pero el nueve no miró a nadie, ni siquiera al linier. El uruguayo entendía que no cometía ninguna ilegalidad en esa carrera que ganó con sus piernas y, sobre todo, con su cuerpo, derribando a Abdennour con su inteligencia táctica. El Valencia, al que no le quedaban fuerzas para nada, ni protestó el gol del nueve.

SÚBITO APAGÓN

En otra de las curiosas contradicciones que azotan a diario al fútbol, el Barça iba ganando el partido cuando peor jugaba. Y en una acción que no debía ser gol. Justo todo lo contrario que en la primera mitad. Y luego, cuando su fútbol ya no era tan eléctrico ni vertiginoso, encontró la recompensa que se le escapó antes. Pareció, además, que el gol de Suárez ejerció un efecto hipnótico. Se apagó entonces el Barça. Y, como es lógico, el Valencia entendió que era su momento. Un balón largo a la espalda de la defensa azulgrana retrató a los dos centrales (Piqué y Mascherano) para que Alcácer, listo, pillo, hábil, dejara la pelota de su vida a Santi Mina. Un imponente disparo del exdelantero del Celta para fusilar a Bravo y, de paso, silenciar al equipo de Luis Enrique.

De pronto, y sin que el conjunto de Voro lanzara aviso alguno al margen de un manso disparo de De Paul desde fuera del área, halló el empate. Y el Barça que quiso llevarse la pelota a su casa descubrió que todo terminó de mala manera, con reproches por haber perdido un triunfo que era una fortuna. Y volvió a casa con un triste punto, dejando un rastro de extraña vulnerabilidad en un equipo que se creía invencible. Un error, dos puntos menos.