EL PARTIDO DE ANOETA
El Barça se suicida
Una sorprendente alineación, un autogol de Alba y el mal juego condenan al equipo tras la derrota del Madrid
REAL SOCIEDAD 1
BARCELONA 0
El Barça es un desastre, un puro desastre. No solo porque fuera tan ingenuamente caritativo (hasta se marcó el gol que le dio el triunfo a la Real) ni porque echara a perder una clarísima ocasión de acercarse al Madrid. Cayó el líder en Mestalla y, a continuación, cayó el Barça. Sin Messi y Neymar en la primera parte, y con Messi y Neymar en la segunda. Y todo en una tontería de partido que retrató a un equipo a la deriva. Un suicidio que se inició con la alineación y siguió con el juego.
Empezó el encuentro y el Barça ya perdía. Por su mala cabeza en la defensa. Y no solo por el hermoso cabezazo de Jordi Alba que acabó en la red de Bravo. Perdía el equipo y perdía Luis Enrique. El técnico jugó con fuego -dejó de suplentes a Messi, Neymar, Alves y Piqué- y se quemó las dos manos. Pareció, en todo momento, un Barça vulgar, plano, inofensivo, sin ideas ni alma.
No hay mayor crítica para lo que fue este equipo que acusarle de renegar de sí mismo. De no ser nada. Ni de tener estilo. Ni siquiera rebeldía en su juego. Apenas 72 segundos y el once sorprendente, temerario y hasta imprudente de Luis Enrique, tras la derrota del Madrid en Mestalla, ya había concedido, más bien regalado, dos córners.
MÁS ERRORES / En el segundo saque de esquina, y cuando el público no había tenido tiempo de tomar asiento en Anoeta, Alba le hizo el trabajo a la Real. Entonces, el Barça se estranguló en un fútbol inerte. Tan inofensivo resultó que solo disparó a puerta Pedro (m. 43) desde casi su casa, más de 35 metros de distancia. La prueba de que el equipo no tenía frescura ni profundidad. Se carcomía en sí mismo. Suárez, jugando más de espaldas que de cara, tenía la portería fuera de su punto de mira, los acelerones de Iniesta no valían, mientras que Munir daba más que síntomas de ser un joven angustiado. Ni un detalle de lo que insinuó en su espectacular arranque de curso. Mediocre estuvo Munir. Mucho más mediocre y más injustificable fue la actuación general del Barça, claro.
CREDIBILIDAD PERDIDA / Eran más interesantes las cosas que pasaban en el banquillo, con un Luis Enrique tocado, que lo que sucedía en el campo. En el rectángulo, nada. Pero nada de nada. Y fuera, calentó Messi (m. 39), calentó Neymar (m. 48). Ambos salieron para arreglar el caos. O intentarlo al menos. Desandó el técnico el camino andando perdiendo toneladas de credibilidad en ese extraño viaje. Anoeta tiene la capacidad de ser un estadio que desquicia a los entrenadores del Barça, como ya ocurrió en la pasada temporada con Martino. Ayer, más de lo mismo con Luis Enrique. En el peor momento.
MONTOYA, DE CENTRAL / No se sabe en realidad por qué extraña razón, pero nadie es fiel a lo que debe ser. Acurrucado en el banquillo no se veía al Luis Enrique con voz firme y postura convincente que llegó a inicios de temporada. También él parece consumido. En el último cambio, con el 1-0 de Alba aún presente, retrató el técnico su desgaste colocando a Alves, el tercero que empezó en el banquillo, para reactivar a un Barça moribundo. Pudo poner a Rakitic o Rafinha, pero optó por confiar todo en el brasileño para que explorara, tal aventurero, toda la banda derecha en ataque. No aportó nada, Y en defensa, tampoco, símbolos de nuevo de un equipo que solo era reconocible por su uniforme. ¿El estilo? ¿Eso que es? Nostalgia dicen algunos. ¿El fútbol? Ni está, y ya hay quien ha desistido de esperarlo.
Esa decisión de apostar por Alves acabó colocando a Montoya, (¡sí a Montoya!) de central diestro, formando una insólita pareja con Mascherano. Pero el equipo no tenía respuestas. Lo dramático es que no tenía mensaje alguno. No sabía ni qué hacer ni cómo. Pasaban los minutos, las estrellas salieron en la segunda parte y no resolvieron como acostumbran. O sea, una condena infinita. No tanto porque el Barça fuera incapaz de hallar una rendija en la zaga de la Real sino porque no diojo ni pío tras la caída del Madrid.
Ni pío dijo el equipo. Ni pío dijo el técnico. Cuando despertó el Bar-
ça emergió Rulli, el excelente portero argentino con cara de niño, para sostener a la Real Sociedad en sus peores fases del partido. Eran ataques desesperados sin sentido alguno. Vino a situarse el once azulgrana en San Sebastián al lado del Madrid, dispuesto a abrir una nueva Liga, y se marchó dando una imagen lamentable que abre una crisis. Si le tocaba aguantar el equipo al club, no hay nada donde agarrarse.
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