El tridente es un cuchillo
Dos golazos de Suárez y Messi encarrilan la eliminatoria para el Barça, que luego pasó apuros por la reacción de un Atlético que acarició el empate
Joan Domènech
Periodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
JOAN DOMÈNECH / MADRID
El Calderón podrá acoger la final de Copa porque no se intuye un conflicto de intereses por la presencia del Atlético, sino por la del Barça, que ha convertido el recinto del Manzanares en su segunda casa por las veces que acude. Y volverá el mes de mayo, salvo catástrofe mayor el próximo martes, de dimensiones astrales, para buscar su tercer título consecutivo ante el vencedor del Celta-Alavés, que empieza a disputarse este jueves.
Afilado como un cuchillo, el tridente se hundió en las carnes del Atlético para asestarle una herida mortal. La razón de ser del Barça se vio en toda su extensión, en todo su esplendor también, por las obras de arte que dejó la delantera azulgrana, incisiva y dañina como ninguna.
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No fueron dos goles cualquiera, vulgares, más allá del valor que encerraron. Fueron un golazo, de los más bellos de la carrera de Luis Suárez, y un latigazo seco y letal de Messi. El de Griezmann, gracias a una falta previa de Koke a Suárez, suturó la herida del Atlético, que deberá salir al Camp Nou a ganar por dos goles de diferencia o marcar más de tres. Algo improbable porque semejante derroche va contra natura de la filosofía del ‘cholismo’.
AVISO PARA LA VUELTA
Lo que sí es inherente al mandato de Simeone es la entrega absoluta y fanática. Y a ella se agarra el Atlético, como se agarró anoche para sobrevivir, pero al que le faltaron las fuerzas en el último instante para meter un segundo gol por el terrible esfuerzo que le costaba mantenerse con vida.
Fue un aviso para un Barça que ya sabe que no podrá relajarse ni Luis Enrique podrá entregarse a las rotaciones dando por resuelto el trámite. Con la eliminatoria ganada, vio peligrar la victoria por algunos despistes defensivos que alimentaron la ilusión local, evitando, la tiempo, la rendición anticipada. La semana que viene se volverá a ver la alineación titular, la buena, la que se ve transitoriamente en la Copa. En el Calderón jugó el once que batió a la Real Sociedad. De Sevilla, solo sobrevivieron cinco futbolistas: el tridente, por supuesto, Piqué y Rakitic.
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OTRA APUESTA
Convencido de que nadie puede igualar el caudal de fútbol que suelen suministrar Busquets e Iniesta, Luis Enrique no buscó los perfiles más aproximados para mantener la corriente, sino que cambió el perfil: puso a los jugadores más poderosos que tenía. La idea se vio meridianamente clara: siete defienden, tres atacan. Los balones a la delantera los enviaba Cillessen, excelente con los pies y con las manos.
Daba igual que el equipo se partiera. Más que nunca prevaleció conservar el cero atrás, porque los tres de delante se apañarían solos. No necesitan a nadie. El gol de Suárez retrató ese planteamiento. Simeone fue menos valiente. Puso a Juanfran, el lateral derecho, como interior en previsión de que Vrsaljko sufriera ante Neymar. Luego metió a Torres para que Juanfran volviera al lugar de donde nunca debía haber salido. Demasiado tarde, aunque el ‘Niño’ reactivó a la tropa y Neymar volvió a ser vapuleado tras cada regate, comiéndose ese césped pálido y amarillento que parecía más viejo que nuevo pese a que se estrenaba.
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MUCHAS PÉRDIDAS
La carrera de Suárez y el obús de Messi camuflaron la fuente de pérdidas del centro del campo, que facilitó los ataques rojiblancos. La ventaja del marcador minimizó ese defecto y Rakitic, Mascherano y André Gomes gozaron de la suficiente tranquilidad para entonarse con los minutos. Luis Enrique metió a Denis y Rafinha para congelar el juego, sin conseguirlo por el aliento de la grada, indesmayable.
El Atlético progresó por los costados, con el Barça bien cerrado por dentro. Nunca fue su virtud, la del cuadro madrileño, saber atacar de una manera sistemática, ordenada y paciente, ya que no fue construido para tal fin. Pero no le quedará otro remedio si quiere ser él quien celebre la despedida de su estadio.
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