Periodismo en la primera división

El diario siempre ha tratado de aportar una mirada propia sobre los grandes acontecimientos históricos que han marcado nuestras vidas

Enero del 2008. Inmigrantessubsaharianos, conducidosesposados al desierto.

Enero del 2008. Inmigrantessubsaharianos, conducidosesposados al desierto.

JUANCHO DUMALL

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Desde su nacimiento hasta hoy, EL PERIÓDICO DE CATALUNYA ha intentado jugar en la primera división de la prensa escrita. Es decir, ha tratado de no ser un medio que se limita a seleccionar, ordenar y hacer legible el magma de la información diaria, sino que ha apostado por tener una mirada propia, una información diferenciada, un punto de vista particular que tiene muy presente a la sociedad a la que se dirige. Para ello ha sido constante el despliegue de enviados especiales a los puntos donde se producían los grandes acontecimientos, la presencia de corresponsales en las principales capitales del mundo, el esfuerzo por entrar a fondo con equipos propios en aquellas informaciones que requieren análisis exhaustivos de documentos, sumarios judiciales, etcétera.

Algunas de las voces catastrofistas que han vaticinado el final del periodismo escrito argumentan que en los tiempos de la globalización y de internet todas las cabeceras tradicionales acababan contando lo mismo, las mismas noticias con las mismas o muy parecidas técnicas. Sin embargo, un repaso a la trayectoria de este diario permite comprobar hasta qué  punto hemos servido un menú diferenciado, tanto en las firmas como en los enfoques. Pongamos un ejemplo. Cuando en enero del 2010 se produjo el terremoto de Haití, inmediatamente pensamos en la redacción de Barcelona que esa era una historia terrible que había que cubrir sobre el terreno. No bastaba con los testimonios que servían las agencias, ni con las fotografías que circulaban por la red. Teníamos que aportar una información diferenciada, sin dejar de publicar los datos relevantes de la catástrofe. Nadie discutió que era muy importante estar allí.

Varios periodistas viajaron al país caribeño para informar de la catástrofe con nuestro propio latido. Montse Martínez fue una de esas reporteras. Esta es hoy su reflexión sobre aquella tarea informativa: «Las primeras imágenes de la televisión ya me dieron una idea del grado de devastación. Pero  al llegar a Puerto Príncipe ningún marco del televisor ponía límites a la destrucción, que se prolongaba más allá de lo que podía abarcar la mirada. La perplejidad me dejó sin habla durante un rato. Y el olor, el olor en las calles y en los hospitales. Y las miradas, el brillo de las miradas de los haitianos, algunas de sufrimiento y otras rayanas en la locura. No es un valor mesurable, pero estoy convencida de que lo que transmití en mis crónicas estaba teñido por todas las sensaciones que vivía in situ. Ningún texto, por correcto y completo que sea, puede alcanzar la viveza de la crónica que escribe el periodista desde el lugar de los hechos. El texto toma vida». Montse Martínez y el fotógrafo Albert Bertran consiguieron en Haití llegar al orfanato donde cuatro niños esperaban ser enviados a España con sus padres adoptivos. Ese fue uno de los reportajes diferenciados aportados por EL PERIÓDICO.

El primer gran acontecimiento que le tocó cubrir a EL PERIÓDICO fue, nada menos, que la transición española a la democracia. El diario había nacido con la Constitución, pero hasta unos años después, pasado el intento de golpe de Estado del 23-F, no pudo decirse que España era un país plenamente democrático. Tampoco ahí el diario se limitó a ser un puro y simple transmisor de noticias. Sus páginas estuvieron siempre al servicio de la consolidación del régimen de libertades y tuvieron un tono didáctico en lo referente a la construcción del nuevo Estado autonómico.

Xavier Campreciós (junto con Carmen Muñoz y Ángel Colás, los tres periodistas que han trabajado en esta redacción los 35 años completos) fue responsable de la sección de Política española y más tarde redactor jefe de Opinión y ahora hace esta reflexión: «Aunque no es lo mismo tener la redacción central en Barcelona que en Madrid, creo que EL PERIÓDICO ha sabido explicar la política española a sus lectores catalanes. El reto de hacerlo a 600 kilómetros de distancia, sobre todo en las dos primeras décadas, en las que la prensa solo se codeaba con la televisión y la radio y aún no nos habían engullido a todos las redes digitales, se palió con el buen hacer de la delegación en la capital política del Estado. Y prueba de que esa coordinación resultó fructífera es que entre todos, corresponsales incluidos, el diario ofreció guindas en forma de exclusivas relevantes, como el decálogo con el que España ingresó en la OTAN».

El muro de Berlín

Otro gran desafío para el diario fue contar la gran transformación del mundo que supuso la caída del muro de Berlín, la noche del jueves 9 de noviembre de 1989. Para la generación que había vivido el equilibrio del terror entre las dos superpotencias, EEUU y la URSS, y la Europa partida en dos, aquello fue ver cerrarse ante nuestros ojos un capítulo de la historia. EL PERIÓDICO no se limitó a informar de los acontecimientos. Meses después de la caída del Muro, el desaparecido Josep Pernau viajó por toda la Europa del Este para plasmar, en 27 entregas, los vertiginosos cambios en los países europeos que habían estado más allá del telón de acero.

Pero el periodismo en profundidad, el que aporta valor añadido, no depende solo de enviados especiales y corresponsales en puntos clave. Hay temas, sobre todo los relacionados con la corrupción política, en los que es necesario lo que en las redacciones llamamos picar piedra. Eso significa sumergirse en montañas de documentos; hacer cientos de llamadas a abogados, jueces y fiscales; saber distinguir las fuentes fiables de las que solo buscan intoxicar. Son horas en los pasillos de la Audiencia Nacional o de cualquier juzgado de Barcelona, tardes enteras desentrañando documentos contables. Ese trabajo permite dar al lector una información desmenuzada, pormenorizada y veraz de los complejísimos casos de corrupción.

Jesús G. Albalat es uno de los veteranos especialistas en esa tarea. «Las investigaciones periodísticas desarrolladas por EL PERIÓDICO han propiciado actuaciones judiciales de relevancia», dice Albalat, quien cita artículos sobre el caso Filesa o el caso Pallerols, que acabaron en condenas. «Este diario -añade- siempre ha estado comprometido con la lucha contra la corrupción y ha intentado informar de forma rigurosa sobre estos temas complicados. No solo siguiendo el día al día de las investigaciones oficiales, sino  también procurando ofrecer detalles nuevos. EL PERIÓDICO destapó, por ejemplo, el presunto pago de comisiones de Ferrovial, a través del Palau de la Música en la época de Fèlix Millet, a Convergència Democràtica de Catalunya, proceso que todavía está en marcha. En esta ocasión, se publicaron los documentos que han sostenido esa sospecha y que no habían llegado todavía al juzgado. También fuimos uno de los primeros en informar de la presunta malversación de fondos de la que está acusado el duque de Palma, Iñaki Urdangarin».

La información sobre los conflictos bélicos es la más compleja y arriesgada en cualquier medio de comunicación. EL PERIÓDICO puede presumir de haber tenido a un ramillete de excelentes reporteros de guerra que han hecho enormes esfuerzos y han arriesgado la vida para servir una información o hacer una fotografía que reflejara lo que estaba pasando en los lugares de la tierra por los que asomaba el infierno. Aquellos en los que es más difícil obtener noticias veraces. Desde Chechenia a Irak, desde Afganistán a Libia, desde Ruanda a Kosovo, este diario ha dado información de primera mano de los conflictos bélicos de las últimas tres décadas y media. Y si alguien simboliza el impagable sacrificio personal, ese es sin duda Marc Marginedas, periodista que cuando se escriben estas líneas permanece secuestrado en Siria por un grupo radical.

Pero los riesgos del reporterismo no están solo en las batallas y los bombardeos. Mayka Navarro, otra periodista curtida en este diario, recuerda otro tipo de riesgos para cubrir la noticia allá donde se produce. En abril del 2009 se anunció en México un brote de gripe  porcina que sembró la alarma en el mundo entero al ser considerada como pandemia por la Organización Mundial de la Salud. Nadie quería viajar a México en aquellas fechas dramáticas por el alto riesgo de contagio de la enfermedad. Pero Mayka lo hizo.

«Carles Cols [jefe de la sección de Sociedad en ese momento] me preguntó si quería viajar al DF y no me lo pensé dos veces. Volé al día siguiente -recuerda Navarro-, me compré las mascarillas que quedaban en la farmacia del aeropuerto. No sabía cómo decírselo a mi madre. Creo recordar que la engañamos entre todos, con la ayuda de mi padre y mis hermanos unos días, hasta que agarró un periódico y se enteró. Era impresionante estar en un DF completamente vacío, con todo cerrado. Recuerdo una noche, buscando testimonios de mexicanos, acabar en un burdel, eran los únicos lugares que estaban abiertos. Con el fotógrafo mexicano Erik Meza nos colamos en casas donde se velaban muertos por la gripe, me metí en un hospital y me escondí tras unas cortinas, con el permiso del médico, para que presenciara los nulos recursos con los que contaban para atender la epidemia. Visitamos cementerios y a enfermos, y nos acercamos a la granja de cerdos en la que se contaba que había empezado todo. Fue increíble. Jornadas de 22 horas en las que no te acuerdas ni de dormir. Con el cambio de hora, buscaba relatos de día, y de noche escribía para el diario».

EL PERIÓDICO ha sido testigo también de esas historias que se producen en el patio trasero de nuestras sociedades avanzadas, esas que nos resultan incómodas y nos revuelven las tripas por la mañana. El fotógrafo Sergio Caro, por ejemplo, publicó en nuestras páginas las imágenes de unos jóvenes subsaharianos esposados, en autobuses que les conducían a la nada. Habían intentado entrar en Europa a través de las fronteras de Ceuta y de Melilla, pero la policía marroquí los apresó y los envió al desierto, donde fueron abandonados sin agua ni comida. Era la cara más hiriente del drama de la emigración y había que estar allí para contarlo.

La extraordinaria potencia de las redes sociales, el inabarcable caudal informativo ofrecido a través de los grandes buscadores en internet y la agilidad con la que hoy se manejan textos e imágenes han dado la falsa impresión de que el buen periodismo está al alcance de cualquiera o, dicho a la inversa, de que los medios tradicionales están en vía de extinción. Pero casos como el de este diario nos enseñan lo contrario. El periodismo requiere cada vez más reporteros experimentados y profesionales, capaces de intuir dónde hay que buscar las noticias y de saber contextualizarlas. Uno de los éxitos de EL PERIÓDICO ha sido saber transmitir con un lenguaje directo y fácil de leer las grandes transformaciones de nuestro tiempo.

Y para eso han sido también indispensables los corresponsales que en ciudades como Nueva York, Washington, París, Londres, Moscú, Roma, Bruselas, Jerusalén, Rabat, Berlín, Buenos Aires, Pekín, Tokio o Río de Janeiro han dado el pulso del mundo pensando en el interés exclusivo del público catalán.