La conservación de la biodiversidad
El águila imperial 'coloniza' con éxito las sierras de Cádiz
En lo alto de una pajarera descansa prácticamente inmóvil una de las joyas del parque de Doñana. Álvaro Robles, técnico de la Estación Biológica (EBD-CSIC), hijo, nieto y bisnieto de guardas, señala a lo lejos: «Es una hembra de águila imperial», dice sin dudar pese a que el ejemplar se encuentra a unos 500 metros. El telescopio no deja lugar a dudas, comenta luego el biólogo Miguel Ferrer, delegado del CSIC en Andalucía y el mayor experto en la especie. El águila imperial es una rapaz de gran porte y pelaje oscuro, salvo los hombros blancos, exclusiva de la península Ibérica. «Es un águila especializada en comer conejos», explica.
Las pajareras son unos imponentes alcornoques varias veces centenarios situados en el corazón de Doñana, en una zona de acceso restringido. Aunque la presencia de la gran rapaz ahuyenta al resto de las aves, las pajareras cercanas están rebosantes de garcillas bueyeras, espátulas, cigüeñas, martinetes y garzas reales, entre otras aves. Hay tantas, en total varios miles, que la acidez de los excrementos está matando a los árboles.
Un hongo dañino
Las aves no siempre estuvieron allí. Como explica Juan Negro, director de la EBD, los alcornoques, que antaño se explotaban para obtener corcho, fueron colonizados a partir de la protección estricta que supuso la creación del parque. En Doñana, que es un terreno eminentemente llano, no abundan los lugares elevados donde criar lejos de los merodeadores terrestres. Así que van muy buscados. Por si fuera poco, un hongo está diezmando la capacidad de los alcornoques de captar agua, incluso en el caso de los ejemplares jóvenes plantados para sustituir a las grandes pajareras. Muchos muestran grandes ramas secas. Las garzas no son nada selectivas y encontrarán pronto un nuevo hogar, pero para las águilas imperiales puede ser un problema.
En cualquier caso, Ferrer explica que la especie estuvo a punto de extinguirse en Doñana en los años 80, cuando quedaban solo tres o cuatro parejas, pero que ahora ya son 14, «una población adecuada para el tamaño y el ecosistema del parque». De hecho, los técnicos de la EBD-CSIC están llevando a cabo con éxito un programa de reintroducción en la comarca gaditana de La Janda con pollos originarios en Doñana. El especialista comenta que una pareja puede llegar a poner tres o cuatro huevos por año, pero que por regla general solo tiene capacidad para mantener a dos. Así que, cuando esto sucede, los biólogos se suben al alcornoque con discreción y se llevan uno de los huevos. Con posterioridad, el huevo es trasladado para que eclosione en su nuevo hogar y en los primeros se le facilita comida.
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