Libre cambio y proteccionismo

Mientras Trump anda enfrascado en su escalada proteccionista, despertando temores de una guerra comercial, la UE trata de mantener perfil propio. El reciente acuerdo con Japón es la referencia de la apuesta europea por la cooperación

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MARÍA DEL ROCÍO BONILLA QUIJADA. DIRECTORA DEL DEPARTAMENTO DE EMPRESA Y ECONOMÍA DE LA UNIVERSITAT ABAT OLIBA CEU

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El 2018 está siendo un año especialmente intenso en acontecimientos relacionados con el comercio internacional. En marzo, la Administración Trump lanzaba los aranceles sobre el acero y el aluminio, apelando a una normativa de EEUU sobre temas de seguridad nacional, que suponía pasar de la retórica a los hechos en materia de medidas comerciales proteccionistas. Como en otros episodios históricos similares, los anuncios de represalias por parte de los países afectados no se hicieron esperar, despertando los temores de una guerra comercial que, como en la década de los años 1930, podría tener efectos temibles.

A mediados del pasado agosto, la Organización Mundial de Comercio (OCM) actualizaba el World Trade Outlook Indicator con datos que mostraban una ralentización del comercio internacional. A finales de ese mes la OCDE publicaba el dato de que en el segundo trimestre del 2018 el comercio internacional de los países del G20 había experimentado una caída, tras ocho trimestres consecutivos de aumentos. Aunque los problemas de algunas economías emergentes y otros factores se presentaban como explicaciones parciales de esta revisión a la baja de las perspectivas del comercio internacional, era imposible eludir la responsabilidad de la escalada de medidas proteccionistas, con especial repercusión mediática de las bilaterales entre EEUU China.

Acuerdos de nueva generación

Pero, como siempre, las grandes tendencias globales tienen lecturas e implicaciones más específicas a niveles más detallados. La Unión Europea trata de mantener perfil propio ante la nueva situación, como corresponde a un área que tiene en la apertura comercial un rasgo comparativamente más destacado que otros actores. La firma del acuerdo entre la UE y Japón –bajo la denominación de Acuerdo de Partenariado Económico, con la explícita voluntad de ir más allá de los temas estrictos de liberalización comercial- en julio pasado ha servido de referencia para tratar de explicitar la apuesta europea por la vía de la cooperación en vez de la confrontación. Como con el acuerdo CETA entre la UE y Canadá, se presenta la denominada nueva generación de acuerdos comerciales como una vía para mantener abiertas las vías de estímulo al comercio al tiempo que se trata de asumir responsabilidades frente a las críticas a los efectos colaterales del comercio, en materia de implicaciones medioambientales (el acuerdo UE-Japón explicita los compromisos con los Objetivos de la Cumbre de París del 2015 sobre cambio climático, frente a las reticencias de EEUU), garantías para los consumidores, nuevos mecanismos de resolución de conflictos entre inversores y estados, etc. Desde nuestra perspectiva más cercana, el mantenimiento de un sistema comercial abierto es importante para consolidar los resultados de mejoras en las exportaciones conseguidos tras importantes esfuerzos de buena parte de nuestro tejido empresarial.

Es importante señalar que, aunque las referencias más habituales al nuevo escenario comercial internacional se refieran al proteccionismo, hay otra dimensión al menos tan importante: el declive de los planteamientos multilaterales implementados en las últimas décadas, y que desde 1995 trata de liderar la Organización Mundial de Comercio, y el correlativo aumento de las medidas unilaterales y de las negociaciones bilaterales.

Valor añadido regional

Las medidas más agresivas en la escalada de aranceles han sido obviamente unilaterales, aunque algunas hayan sido recurridas ante el mecanismo de resolución de disputas de la OMC, que ve debilitada su operatividad por la negativa a renovar nombramientos por parte de EEUU, pero asimismo las negociaciones bilaterales están siendo utilizadas por la Administración Trump. No solo para flexibilizar a algunos socios las medidas proteccionistas sino con mayor alcance: el caso del acuerdo reciente entre EEUU y México y las presiones a Canadá para que se una a él y así reconfigurar el NAFTA es un claro ejemplo. Entre las medidas nuevas que se han introducido figura un mayor peso del componente de valor añadido regional (limitando así el peso de componentes procedentes de otras regiones, como Asia) en sectores tan clave como el automovilístico, además de aumentar la exigencia de que una mayor parte del proceso productivo se haga en países con salarios superiores a un determinado umbral, lo que trata de llevar a EEUU parte de la producción ahora realizada en México.