El recuerdo de una serpiente

Más de 60 chicos de 12 a 20 años podrán participar este año en los campamentos del Casal dels Infants en Tavascan

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Enric Canet

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Esta mañana he ido al hospital para una revisión rutinaria y me he encontrado a Zaira. Hacía más de 15 años que no la veía. Había participado en las actividades del Casal dels Infants desde muy pequeña y ahora es auxiliar de enfermería. Hemos hablado de sus hermanos, de la madre… y de nuestros campamentos en Tavascan, en el Pallars Sobirà, en los cuales participó cuando tenía 13 años, como su hermano. Este verano hace 25 años que iniciamos estos campamentos, instalados en un principio en Noarre, un conjunto de pequeñas casas de montaña en el municipio de Lladorre. Fue en 1994, con 11 chicos y chicas, una logística bastante primitiva, poco dinero y el apoyo de amigos y de pastores del valle.

 Y se hizo. Esos chicos y chicas que no se movían de cuatro calles del barrio, que no habían cogido ni el metro, se encontraban a 1.600 metros de altura, rodeados de mosquitos y tábanos, de ovejas y yeguas. Y montañas y lagos. Un mundo inimaginable, como dijo Sebas, uno de los chicos de aquellos tiempos: “Es un decorado”.

Con los años, centenares de chicos han vivido esta experiencia. Este año, serán más de 60, de 12 a 20 años, de los barrios del Besòs i el Maresme de Barcelona y de Badalona. Los de ahora no tienen nada que ver con aquellos adolescentes del Raval porque se han movido más y conocen más mundo. Pero les sigue costando, quizás más que entonces, dormir en tiendas, comer en el suelo, aguantar tormentas, hacer excursiones y ¡no tener electricidad ni conexión! Necesitan volver a pisar el asfalto, beber refrescos, dejar de sacarse de encima a los insectos y no temer por si aparece el oso. Pero podría ser que, años después, como Zaira, lo recuerden como una de las cosas más bonitas que les ha pasado. Campamentos y colonias. Salir de un espacio pequeño y descubrir otros mundos inimaginables. Hacer excursiones que cuestan esfuerzo y que valoran.

Gracias al campamento iniciado en Noarre, hace años montamos campos de trabajo para jóvenes. Para que descubrieran un país que se extendía más allá de los barrios donde vivían, tanto en Tavascan como en Vinyols y Olot. Lugares muy distintos y cada uno con sus particularidades. Sitios acogedores, bonitos, que son parte de su país y donde vive su gente. Ayudar a los Escoltes en su Cau, limpiar bosques, caminos y arroyos, pintar zonas infantiles, acompañar a gente mayor a enfermos de Alzheimer

En los campos conviven, entienden la importancia del respeto por los demás y al mismo tiempo refuerzan la autoestima y la autonomía

Si esto ya justifica el viaje, que exige dinero y esfuerzo y requiere la complicidad de entidades que los acogen para dormir, así como el apoyo de ayuntamientos y personas, hay una razón más profunda que le da todo su sentido: en los campos los jóvenes conviven, entienden la importancia del respeto por los demás, y al mismo tiempo refuerzan la autoestima y su autonomía. Se sienten útiles haciendo compañía a gente mayor con quien juegan y cantan. Y con enfermos que pasean cogiéndose de su mano. Y con la gente del pueblo donde viven y colaboran.

Los jóvenes no van de turistas ni de simples visitantes: son gente que dedica su tiempo a asumir una tarea de servicio comunitario, para mejorar el entorno y la vida de la gente a la que miran a los ojos, de igual a igual. Porque en el servicio y la proximidad no hay superiores ni inferiores. Solo hay personas que se aportan cosas mutuamente, conviven y se hacen felices.

Seguro que ahora se les hace difícil situar los tres pueblos en un mapa. Pero, tras el verano, oír su nombre les pellizcará la memoria y les hará revivir momentos compartidos. Como Zaira, que recordaba esta mañana el día que encontró una serpiente. Seguramente olvidarán el calor, el frío, y habrán construido un barrio mucho más grande, que llegará a tres pueblos lejanos, porque no hay distancias cuando la gente teje redes desde la igualdad.

Son hechos conocidos por las entidades de niños, niñas y jóvenes que este verano construirán miles de historias, reducirán distancias, gracias al apoyo anónimo de personas, de pueblos y asociaciones. Y, sobre todo, gracias al esfuerzo de los y las jóvenes y al acompañamiento de sus educadores y educadoras.

Casal dels Infants

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