La gran tragedia de la Transición: una historia de amor, política y muerte

Los estudiantes universitarios Lola González, Enrique Ruano (muerto a manos de la polícia en 1969) y Francisco Javier Sahuquillo, en una foto de finales de los años 60. Foto incluida en el libro 'A finales de enero' (Tusquets)

Los estudiantes universitarios Lola González, Enrique Ruano (muerto a manos de la polícia en 1969) y Francisco Javier Sahuquillo, en una foto de finales de los años 60. Foto incluida en el libro 'A finales de enero' (Tusquets) / periodico

Juan Fernández

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La historia con mayúsculas está trufada de miles de historias menores, a veces cruzadas, que no lograron trascender los ámbitos privados de sus protagonistas aunque dieron sustancia humana a los acontecimientos. ¿Quién sabe algo de los que cayeron de forma anónima para tumbar regímenes dictatoriales? ¿Qué fue de los que dieron su vida, o parte de ella, por extender la libertad en su época sin ocupar jamás una nota a pie de página en los libros de historia?

La de los militantes antifranquistas Dolores González, Enrique Ruano y Francisco Javier Sahuquillo no pertenece a esa categoría de memorias olvidadas, pues sus nombres sí aparecieron en los diarios entre finales de los años 60 y la segunda mitad de la década de los 70 y sus figuras fueron objeto de múltiples homenajes a cuento de los trágicos desenlaces en los que desembocaron sus luchas contra la dictadura. Pero nadie hasta ahora se había parado a contar el trenzado afectivo, ideológico y emocional que cruzó sus pasos en unos años que resultaron decisivos para el devenir del país. Nadie hasta ahora había viajado hasta la intimidad de aquellos tres jóvenes idealistas unidos por la amistad, el amor y la política pero arrastrados por el tsunami de la historia.

'A finales de enero' sigue los pasos de Enrique Ruano, Javier Sahuquillo y Lola González; el primero murió bajo custoria policial; los segundos fueron víctimas del atentado de Atocha

Nadie hasta ahora. A Javier Padilla (Málaga, 1992), graduado en Derecho y Administración de Empresas y máster en Filosofía y Políticas Públicas, un día le hablaron de Lola, Enrique y Javier como si le mostraran tres piezas de un puzle sin montar. Sintió curiosidad por saber más de ellos y durante tres años se dedicó a rastrear sus pasos en los terribles años del tardofranquismo y comienzos de la democracia. Consultó archivos oficiales y personales que les citaban, se entrevistó con medio centenar de personas que habían compartido con ellos aspiraciones y encuentros y, poco a poco, logró rellenar de vida y experiencias los huecos que había bajo el mito que envolvía a sus figuras. 

Símbolos póstumos

Para la memoria de la lucha antifranquista, los tres tienen la categoría de símbolos póstumos: Enrique Ruano, por las oscuras circunstancias en las que murió mientras lo interrogaba la policía del régimen en 1969; Javier Sahuquillo, por ser uno de los cinco asesinados en la matanza de Atocha de 1977; y Lola González por haber recibido, ella también, un balazo en aquel atentado ultra que la dejó afectada para el resto de su vida y, además, por ser la novia de Enrique cuando este desapareció y la esposa de Javier el día que lo mataron en su presencia. 

Pero faltaba por contar las entretelas afectivas, ideológicas y humanas que unieron a los tres, y esto es lo que Javier Padilla ha relatado en 'A finales de enero' (Tusquets), una monumental investigación galardonada con el premio Comillas de historia, biografía y memorias, que reconstruye de forma minuciosa y detallista cómo fueron aquellos años para González, Ruano y Sahuquillo. 

Javier murió en el ataque ultra contra el despacho de abogados laboralistas, Lola sufrió secuelas de por vida y falleció en el 2015

La obra se subtitula 'La historia de amor más trágica de la transición', y no exagera, pero sus casi 400 páginas no se detienen en los avatares de los tres militantes antifranquistas, sino que ofrecen un viaje por una etapa trascendental de la historia reciente del país y permiten conocer en la intimidad a figuras que años más tarde acabarían siendo protagonistas de la vida política. «Me sorprendió descubrir lo conectados que estaban los tres jóvenes con personalidades que luego fueron muy importantes en la transición, como Gregorio Peces-Barba, Fernando SavaterCristina Almeida o Manuela Carmena. Fueron alumnos, compañeros y amigos suyos, y quién sabe qué habría sido de los tres si no hubieran muerto tan pronto», se pregunta Padilla.

Los ojos de Lola, Enrique y Javier sirven al investigador de guía para mostrar cómo era por dentro el movimiento estudiantil que a finales de los años 60 empezó a plantar cara al régimen con pasquines, huelgas y manifestaciones. Los tres redactaron manifiestos subversivos, corrieron delante de los grises y estuvieron presentes en citas señaladas que forman parte de la mitología de la lucha antifranquista, como el célebre concierto de Raimon del 18 de mayo de 1968 en la facultad de Económicas de la Complutense.

Frente de Liberación Popular

En ese caldo pre-revolucionario, González, Ruano y Sahuquillo brillaron con luz propia por la fuerte carga ideológica que portaban y el marcado compromiso que mantuvieron. Provenientes los tres de familias acomodadas bien avenidas con el régimen, al poco de llegar a la universidad se afiliaron al Frente de Liberación Popular (FLP), un grupo antifranquista menos dogmático que el Partido Comunista pero más radical en sus reivindicaciones libertarias. 

Fraga, entonces ministro de Información, propagó el bulo de que Enrique se había suicidado

Padilla se los imagina como «revolucionarios profesionales», similares a los agitadores rusos de principios del siglo XX. «Al menos, así es como se veían a sí mismos, como protagonistas de una revuelta internacionalista que, aparte de derrocar a la dictadura, aspiraba a tumbar el capitalismo a escala planetaria», explica el investigador, quien añade: «En aquellas asambleas en las que los tres estuvieron tan activos, lo reclamaban libertad lingüística para Catalunya que pedían libertad sexual para los jóvenes, pero sobre todo luchaban por hacer realidad un régimen político que luego no se dio».

Pero no fueron sus discursos políticos los que les hicieron especiales, sino el atractivo de sus personalidades. Javier Padilla retrata a Enrique Ruano como a un joven con ángel que destacaba por su don de gentes. «Era muy simpático y abierto, todos contaba maravillas de él, pero también era inseguro y frágil. Dudaba mucho, estuvo a punto de ordenarse religioso y en 1968 sufrió una depresión», describe. 

Historia triangular

Aunque eran grandes amigos, el carácter de Javier Sahuquillo suponía el contrapunto del de Ruano. «Era reservado y menos guapo que Enrique, pero se mostraba más firme en sus convicciones. Llegó a la universidad muy ideologizado, por influencia de sus hermanos José Luis y Paquita, y era muy respetado en las reuniones porque sabía más marxismo que nadie. Pero su fuerte personalidad no le libró de sentir celos cuando Lola y Ruano iniciaron su romance», señala el investigador.

"Las heridas que sufrió y el trauma que le causó el atentado hicieron de Lola una muerta en vida el resto de sus días", asegura Padilla

El ángulo agudo de aquel triángulo isósceles lo ocupaba Dolores González, que no solo enamoró a sus dos amigos, sino también a otros muchos militantes universitarios que soñaron con una España revolucionaria en asambleas llenas de humo y libros clandestinos. A la abogada laboralista la pinta Padilla como alguien «eternamente sonriente, fumadora empedernida y dispuesta en todo momento para realizar cualquier actividad que se presentase». 

En realidad, Lola es la principal protagonista de esta historia de amor, política y muerte, y también la gran víctima del drama que les persiguió. Empezó a serlo el 20 de enero de 1969, cuando le anunciaron la muerte de su novio Enrique. La versión oficial habló de suicidio, pero ni ella, ni Javier, ni nadie que conoció a Ruano se creyó jamás el bulo que Manuel Fraga, por entonces ministro de Información, se empeñó en difundir con ayuda del diario 'ABC' en una burda manipulación que Padilla desvela en su libro. «Tampoco creo que la policía quisiera matarle. Seguramente, se les fue la mano en el interrogatorio y luego intentaron taparlo con aquella mentira», explica el autor.

Fallecida en enero del 2015

La muerte de Enrique Ruano afectó profundamente a Lola, que tardó en recuperarse y encontró consuelo en el hombro de Javier, con quien se casó en 1973. De lo que ya no lograría recuperarse nunca es de ver morir en sus brazos al otro amor de su vida, su compañero y esposo, quien en pleno tiroteo se lanzó sobre las balas que disparaban los asesinos de Atocha para salvarla. «Las heridas que sufrió y el trauma que le causó el atentado hicieron de ella una muerta en vida el resto de sus días», cuenta Padilla. Falleció el 27 de enero del 2015. Como si se tratara de una maldición, los tres muertos a finales de enero.