El Rufián de la colina

El uso de la pausa, en comunicación, es un arte, claro está, pero solo si el artista es Jesús Quintero. Cuando es Gabriel Rufián, la cosa cambia de manera escandalosa.

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JUAN CARLOS ORTEGA

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Se ha convertido en un tópico decir que Jesús Quintero manejaba los silencios como nadie. Pese a lo manido de la frase, es innegable que el gran locutor dominaba las pausas de un modo magistral. En el Congreso de los Diputados tenemos a otro experto en silencios, aunque este los usa de un modo innegablemente menos poético. Se trata, claro está, de Gabriel Rufián, ese hombre que sube despacito las escaleras del estrado, mira a ambos lados sonriendo y suelta unos discursos repletos de angustiosos momentos en los que mantiene lo boca cerrada.

El uso de la pausa, en comunicación, es un arte, claro está, pero solo si el artista es Jesús Quintero. Cuando es Gabriel Rufián, la cosa cambia de manera escandalosa. De pequeño yo escuchaba al Loco de la Colina y pensaba que esos huecos en el discurso, sus prolongados silencios, podrían ser utilizados con habilidad para algo radiofónicamente provechoso; por ejemplo, para hacer microprogramas de radio encapsulados ahí dentro. Quintero decía, pongamos por caso: «Te hablo (pausa) desde el Guadalquivir de las estrellas». Entre «hablo» y «desde» cabía perfectamente una minisección de economía, o un repaso rápido a la prensa diaria.

Por supuesto, se trataba solo de una fantasía humorística, porque hacer eso con el maestro Quintero habría supuesto un crimen artístico imperdonable. Sin embargo, en el caso de Rufián, no veo por qué no puede resultar interesante recuperar esa vieja idea de mi infancia. ¿Se lo imaginan? Rufián sube al estrado y dice: «Es (pausa) usted un (pausa) gánster». Entre «Es» y «usted», los diputados podrían aprovechar para salir del hemiciclo, llegar hasta el bar, tomarse dos coca-colas, y sentarse nuevamente en sus escaños. No supondría ninguna falta de respeto al señor Rufián, porque no se habrían perdido absolutamente nada de su discurso. Una vez sentados, escucharían con atención al simpático transgresor diciendo: «usted un» y  de nuevo pueden aprovechar la pausa hasta que llegue la palabra «gánster» para hacer cosas provechosas, como debatir órdenes del día o votar esas cosas raras que votan los diputados continuamente.

Administrar un país no debe ser tarea sencilla, como nos ha advertido el presidente Rajoy en innumerables ocasiones, así que utilizar las pausas de Rufián, convertirlas en tiempo útil, podría ayudar muchísimo a adelantar trabajo y así poder terminar mucho antes la jornada laboral en el congreso. Ahora que por fin ha llegado la primavera, incluso les daría tiempo a sus señorías a salir con una preciosa luz solar para dar bonitos y tranquilizadores paseos en el parque del Retiro. A veces, nuestros políticos no saben que la solución a sus problemas es más sencilla de lo que imaginan. Si me hacen caso, si no se toman este artículo como una broma, hasta podríamos conseguir entre todos que Rufián resultara de utilidad en la política española. H