ASUNTOS PROPIOS
Carme Pinós, Premio Nacional de Arquitectura 2021: "Fui feliz presentándome a concursos que no ganaba"
La autora de la Escola Massana de Barcelona y el CaixaForum de Zaragoza define su trayectoria como "un trabajar y trabajar, creyendo mucho en lo que hacía"
Núria Navarro
Periodista
Puestos a morir, uno querría descansar eternamente en el cementerio nuevo de Igualada, un espacio de reflexión y recuerdo que serpentea bajo el cielo. Fue uno de los primeros trabajos de Carme Pinós y Enric Miralles. La pareja se separó y ella convirtió la arquitectura en su vida. Suyos son la plaza de la Gardunya, la Massana y la Sala Beckett en Barcelona; el CaixaForum de Zaragoza, la torre Cube-I de Guadalajara (México). Y eso, sin cultivar el yo, con una discreción inusual en la sociedad del espectáculo.
El premio –¡al fin!– acaba con tanta discreción.
Uno es quien es y no puede ser de otra manera.
¿Quién es?
Soy una arquitecta que cree en la escala humana, en la proximidad y en la responsabilidad de construir el sueño de otros.
¿Usted tiene sueños propios?
Me haría ilusión dedicar los últimos años de mi vida –tengo 67 y me queda un tiempo como arquitecta– a crear una fundación dedicada a fomentar el espíritu crítico. Me espanta el tiempo en que vivimos.
"Me haría ilusión dedicar los últimos años de mi vida a crear una fundación dedicada a fomentar el espíritu crítico"
¿La arquitectura ayuda a pensar mejor?
Estructura mucho la cabeza. Aparte de crear 'vivencias', nuestra misión es resolver problemas. De todo tipo. Con mucha calma. Sin miedo a desandar el camino.
¿Le ha resultado difícil el camino?
Ha sido un trabajar y trabajar, creyendo mucho en lo que hacía, disfrutando también.
Repasemos. Hija de un médico, ya mayor, que introdujo la laparoscopia en España.
Se casó con mi madre cuando tenía 60 años. Era un hombre poderoso, respetado. A mis dos hermanos y a mí nos inculcó el amor al arte y a a la cultura. "Lo que tengas en la cabeza, nena, no te lo robarán nunca", me decía. Quería un hijo arquitecto, y fui yo.
De niña apuntaba maneras campestres. 'La Pastoreta' la llamaban.
Me pasaba media semana en la finca agrícola que teníamos en Balaguer, en Lleida. De ahí viene la relación de mi arquitectura con la tierra. La belleza tiene mucho que ver con las fuerzas de la naturaleza, que no dejan de ser la trascendencia.
"La belleza tiene mucho que ver con las fuerzas de la naturaleza, que no dejan de ser la trascendencia"
Tenía dislexia, lo que dificulta la orientación espacial.
Lo descubrí hace 20 años y me ayudó a entender muchas cosas que no me salían. Por otra parte, cierro los ojos y proyecto sin dibujar. Veo con el pensamiento.
Luego llegó a su vida el ya malogrado Enric Miralles.
Éramos una de las pocas parejas de arquitectos de la época; quizá por eso nos hicimos muy amigos de los ingleses Peter y Alison Smithson, que nos apadrinaron. Enric era un hombre grande, potente y seductor como mi padre. Una fuerza de la naturaleza. Pasábamos las 24 horas del día pensando en arquitectura. Las ideas rebotaban: uno resolvía, el otro le daba contexto.
En aquellos años 80 el reconocimiento siempre iba para él.
Tengo cierta culpa de que Enric se me comiera. Era mejor orador que yo y me parecía lógico que diese las explicaciones. Cuando rompimos, quiso que siguiéramos trabajando juntos.
"Cuando rompimos, Enric [Miralles] quiso que siguiéramos trabajando juntos"
Usted no.
Sentí la separación profesional como una amputación, pero no me quedó otra que comerme mi timidez. Fui muy feliz presentándome a concursos que no ganaba y salir adelante dando conferencias por el mundo.
¿Siempre creyó en sí misma?
Sí. Hice ocho proyectos con Enric y 88 son propios, con mi equipo.
Entre ellos, el crematorio para el cementerio de Igualada, que había firmado con él.
Tenía miedo de volver. Saqué fuerzas, pero no quise poner el crematorio dentro del cementerio, cuyo destino estaba completado. Lo ubiqué en un montículo de tierra extraída del agujero donde hoy está la capilla. A partir de ahí supe que podía enfrentarme a todo.
Y que la vida y la obra serían una sola cosa.
Fuera del refugio frente al mar que tengo en Mallorca, al que me escapo en cuanto puedo, tengo una inmensa curiosidad por entender el mundo y la arquitectura me sirve.
¿Qué explican sus edificios de usted?
Mi arquitectura dialoga con el contexto. Nunca es una imposición violenta.
No atrapa.
Ninguno de mis edificios caminan contra una pared. La vista siempre se puede escapar. Me he dado cuenta de que siempre juego con dos elementos –en la Massana con dos eles, por ejemplo–, a veces con tres.
¿De qué se ha dado cuenta en lo personal?
De que me gusta la gente, pero necesito mi soledad. Con poquito tengo suficiente.
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