Una foto de impacto

El peligro está en el aire

Sobre nuestras cabezas pende un gran signo de interrogación. Por lo que sufrimos. Por lo que pensamos y no siempre nos atrevemos a decir. No sea que fuera una inconveniencia

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Josep Cuní

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Fíjense en la fotografía. Estaba en la portada de EL PERIÓDICO de hace dos semanas. También era sábado y la preocupación pandémica se cernía sobre la Comunidad de Madrid. Como hoy. Sus autoridades pedían “a la gente que se encierre en casa”, decía el titular. Y el vigilante, cual soldado del nuevo ejército de salvación, apuntaba a un joven impasible con lo más parecido a una arma. El impacto visual estaba garantizado. Y la preocupación que desprendía también. El celador enmascarado, calvo, brazo musculado tendido y mano enguantada, sostenía un termómetro. El detector de la falsa verdad al que nos someten cuando entramos en cualquier recinto. Sea lugar de trabajo, gimnasio, estación, aeropuerto o comercio significado. Como si la fiebre no hubiera existido antes del coronavirus y no fuera síntoma de nada más que de su amenaza. Sabemos, sin embargo, que este indicio no lo manifiestan ni todos los contagiados ni los asintomáticos. No importa. Nos sentimos mejor con esta intimidación. Como lo hacemos con el antifaz cuando compartimos charla callejera con los mismos amigos que estuvieron sentados a nuestro lado en la mesa del bar o restaurante donde disfrutamos animadamente desenmascarados un par de horas. O más. 

Son algunas de las paradojas de esta perversa nueva normalidad que hemos asumido acríticamente y que permite a nuestros dirigentes hacernos creer que han tomado algunas medidas eficaces para disimular que, seis meses después, siguen como nosotros. Sin saber nada. Como los científicos que ignoran cómo concretar y la policía qué vigilar. El enemigo está en al aire y la incertidumbre en el ambiente. Sobre nuestras cabezas pende un gran signo de interrogación. Por lo que dudamos. Por lo que sufrimos. Por lo que pensamos y no siempre nos atrevemos a decir. No sea que fuera una inconveniencia. Y esto tampoco es neutro.

Pasan los días, las semanas, los meses y los nuevos hábitos se convierten en rutinas y las nuevas normas en aceptadas coacciones. Y mientras la ciudadanía va sumando los miles de contagios diarios que señala el marcador simultáneo de la pandemia, las autoridades sanitarias intentan aminorar el efecto del miedo que ellas mismas nos inocularon. Sí, era para evitar el colapso hospitalario más que para protegernos de nuestro propio destino. Por eso, ahora que aquel riego queda por fortuna aparcado, nuestra preocupación por las cifras debería ser menor. Pero nos siguen asustando y eso les sirve para mantenernos apartados de la tentación de regresar al pasado. Cuando la auténtica libertad nos permitía decir y decidir, quedarnos o desplazarnos y no añadirnos a las colas para todo. Incluso para entrar a la playa.   

Ante tamaño cambio social, los políticos han decidido volver a su bola si es que algún día la habían abandonado. Sus cálculos electorales les sirven para reclamar unidad, negarla, facilitarla, condicionarla o detestarla. Para remodelar gobiernos por táctica partidista obviando la ética democrática, abusar del poder y erosionar un poco más el sistema sin argumentos públicos que disimulen los vicios privados. Creen estar diseñando grandes estrategias que les ayuden a mantenerse en el poder. O llegar a él. Ignoran que la última palabra no será ni la suya ni la nuestra. Será del maldito virus.   

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