La contra

Quo vadis, Maremagnum?

Veinticinco años después de su inauguración, la zona del centro comercial languidece tras el paso del covid-19

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Gemma Tramullas

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A las siete en punto de la tarde de un viernes de agosto, unas 40 personas cruzan la pasarela de la Rambla del Mar, que conecta el final de la Rambla con el Moll d’Espanya. Los listones de madera del popular puente, que suelen balancearse con el peso de la multitud, no se mueven ni un milímetro y en la zona de bancos con vistas a las esculturas flotantes se cuentan más gaviotas que personas (33 y 8, respectivamente).

En el interior del centro comercial Maremagnum el ambiente es más parecido al del duty free del aeropuerto que al de un espacio comercial urbano. Entre los dos pisos del edificio hay una veintena de persianas de locales bajadas, entre ellas las de Adidas y Starbucks, aunque es difícil saber si es un cierre temporal o definitivo porque la propiedad del centro "no da este tipo de datos". Sí publica, en cambio, que recibe 11 millones de visitas al año. O por lo menos así era antes de que el covid-19 borrara del mapa a los turistas.

La mascarilla obligatoria es el complemento de moda, se anuncia en una de las entradas del centro. También se informa al público de que se han aplicado 240 medidas sanitarias (¡240!) para garantizar la seguridad de los visitantes. Y en los baños, los espejos devuelven mensajes positivos como: Sonríe, el buen rollo es tendencia. O: Aquí la felicitat comença quan creus en tu.

Es curiosa la acumulación de referencias a los clásicos que hay en el Moll d’Espanya: el propio Maremagnum (del latín mar grande, se utiliza como sinónimo de abundancia y de grandeza y también para designar una confusión de personas o cosas); el Aquarium; la plaza de l’Odissea, y el paseo d’Ítaca, el legendario hogar de Ulises.

Esta parte del Port Vell que se adentra en el mar fue inaugurada en 1995 pero las crónicas de la jornada no recogen si alguno de los promotores de la reforma era admirador de los clásicos griegos y latinos. Lo que sí recoge la prensa es la polémica que ha acompañado al proyecto desde su gestación.

Presentado como un hito en la historia del hermanamiento entre el mar y la ciudad, los barceloneses enseguida se hicieron suya la pasarela de madera. En cambio, los vecinos de la Barceloneta pusieron el grito en el cielo cuando vieron alzarse el cajón de 27 metros de altura que alojaría el cine Imax en 3D y que tapa toda la visión del puerto.

A los pocos días de la inauguración del Maremagnum, un centro de ocio con máquinas de realidad virtual de ultimísima generación, la Generalitat abrió un expediente a varios locales por abrir en domingo. Sin embargo, al final no se impusieron multas y la libertad de horarios se convirtió en una de las señas de identidad del centro.

Con el paso de los años, la violencia se adueñó de los locales nocturnos, hasta que el asesinato de un cliente en 2002 por parte de un vigilante obligó a reformar el espacio con un enfoque más comercial y diurno.

Con el cierre del Imax, en 2014, y de los multicines Cinesa un año después, el Maremagnum empezó un declive que culminó en el incendio de un restaurante vacío en enero pasado.  La zona está pendiente nuevamente de reformas que prevén la demolición de los multicines y del Imax y devolver este espacio a la ciudadanía