Patio de butacas

Un divertimento victoriano

'Victorian boxes', de Pere Cabaret, transforma al público predisponiéndolo a regresar a la edad de la inocencia y a una época enigmática, la Inglaterra del siglo XIX

Escenografía del montaje 'Victorian boxes'.

Escenografía del montaje 'Victorian boxes'. / periodico

Olga Merino

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Cuando Alicia cae por la madriguera del conejo, llega a una gran sala donde encuentra una mesa con un frasquito encima que dice «bébeme». ¿Sería quizá veneno? La criatura vence sus temores e ingiere el bebedizo, con un delicioso sabor mezclado de «tarta de cerezas, flan, piña, pavo asado, caramelo y tostadas calientes con mantequilla» (los ingleses son un poco especiales comiendo). De inmediato, según Lewis Carroll, se produce el sortilegio: la niña encoge hasta alcanzar la estatura adecuada para traspasar la puerta diminuta que habrá de conducirla al jardín de las maravillas. Pues bien, algo parecido le sucede al respetable que acude a ver 'Victorian boxes': sin saber muy bien cómo, la función lo transforma predisponiéndolo a regresar a la edad de la inocencia y a una época enigmática, la Inglaterra del siglo XIX, que continúa fascinando a multitud de creadores.

Nada más entrar, el público encuentra la sala en la penumbra, iluminada tan solo por candelabros, y un servicio de té con pastas, en tazas de auténtica porcelana inglesa, sobre un mantel bordado. «Cómeme», «bébeme», invitan los cartelitos. Nadie acude a recibir. Y el espectador, un poco cohibido al principio, a verlas venir, degusta la infusión mientras lee un sobre con instrucciones. El 'show' contiene aspectos del tan en boga 'escape room' –pero nada de sufrimiento ni de seguir órdenes como un corderito– y también del teatro de sombras, sin ser al cabo ninguna de las dos cosas. Si acaso, un divertimento poético con una puesta en escena sorprendente y una estructura en torno a 13 cajitas o dioramas, pequeños teatrillos primorosamente construidos a propósito para el espectáculo.

¿Dónde?, se preguntarán. 'Victorian boxes' se representa en el estudio del artista que lo ha inventado, Pere Cabaret, por más señas ilustrador, pintor, escenógrafo, hombre de teatro, pianista y profesor especializado en estimular la creatividad de niños y adolescentes, un profesional que ha participado en muestras como el Festival Terrassa Noves Tendències. Por sus características y el reducido número de espectadores (un máximo de ocho), las funciones deben concertarse mediante reserva previa, aunque el artífice también puede coger los bártulos y trasladarse adonde le inviten, a un lugar recogido, como el salón de casa. De hecho, piezas de este tipo, llamémoslas espectáculos de mesa, teatro de comedor o de bolsillo, se han puesto de moda en Nueva York, Berlín o Londres, donde funcionan muy bien de boca en boca. Pequeñas joyas, 'delicatessen'. Secretos que da gusto compartir.

El espectáculo juega con la luz, las sombras y los quilates del silencio. ¡Tanta palabrería vana, qué hartura! Y así, en medio de la quietud, el sonido de una llave dando cuerda al mecanismo de una cajita de música recobra de repente un sentido mágico. Brota el 'Claro de luna', de Debussy. Una libélula da vueltas sobre sí misma. En un visor estereoscópico aparece alguna picardía picante, muy del gusto victoriano (ojo, que el espectáculo no es para niños). Son objetos todos ellos que forman parte del atrezo y que han sido rescatados de rastros y baratillos de postín, como el Marché aux Puces, de París, o Portobello Road, en Londres.

De cada una de las 13 cajitas van surgiendo guiños y personajes de la época, ya sean históricos o de ficción: la mismísima reina Victoria, Peter Pan Campanilla, el barco del capitán Garfio en el País de Nunca Jamás, el niño deshollinador que cayó al río o Arthur Conan Doyle y su afición por las hadas y las médiums. Y, por supuesto, toda la cohorte de Alicia en el País de las Maravillas: el Sombrerero Loco, el gato de Chesire y el Conejo Blanco que tanto se parece a David Cameron, el primer ministro que se largó de Brexitland con prisa y silbando. «¡Ah, por mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo!».

Cuento de Navidad en el Liceu

¿Quién no recuerda al viejo usurero <strong>Ebenezer Scrooge</strong>? Su mal humor, su gesto huraño, su corazón como un mendrugo y los fantasmas que le enseñan el camino de la verdad regresan al<strong> Gran Teatre del Liceu</strong>, el sábado 21 y el domingo 22 a las 12.00. Se trata de un<strong> espectáculo ideal para los peques</strong>, con música original del pianista Albert Guinovart inspirada en el célebre relato de Charles Dickens, el señor de las nieblas victorianas. Le acompañarán la Orquestra del Liceu y el coro infantil Amics de la Unió. Mientras, Borja González, de la compañía Ytuquepintas, trazará dibujos con arena sobre una mesa de luz que se proyectarán en el escenario sobre una pantalla gigante.