No solo fútbol

Francisco Franco va al gimnasio

No es difícil fantasear con una escena en la que el dictador, con el pecho henchido, acaba un discurso solemne en el balcón de la plaza de Oriente con las mejores notas de su voz aflautada, repitiendo «soy español, ¿a qué quieres que te gane?»

Franco saluda a la multitud en la plaza de Oriente, con los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía detrás, en una foto de 1970.

Franco saluda a la multitud en la plaza de Oriente, con los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía detrás, en una foto de 1970. / periodico

Josep Martí Blanch

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El 'show' de la exhumación de Francisco Franco ha servido para acallar definitivamente el falso rumor sobre si el tirano se hizo acompañar en su descanso eterno (interrumpido por un día) de una réplica de las seis primeras copas de Europa del Real Madrid. Era una tesis que yo tenía por creíble dada mi proverbial falta de juicio, que empeora rápidamente a pesar del tratamiento.

A fin de cuentas, cada uno desaparece como le da la real gana, más aún siendo un dictador que tiene la suerte de morir en la cama de viejo. Mi abuela, sin ser una autócrata, pidió una baraja española sin marcar y unas monedas por si en el más allá se organizaban timbas de cinquillo y acababa reencontrándose con las que habían sido en vida sus compañeras de sobremesa. Yo tengo dispuesto que para mi último viaje quiero llevarme el móvil cargado y unos auriculares para seguir escuchando a Lucio Dalla: «Balla, balla, ballerino, tutta la notte a al mattino».

La semana fue propicia para todo tipo de fantasías, chorradas, frívolas cavilaciones y demenciales elucubraciones del tipo: ¿Qué es lo que hubiera sorprendido más a Franco si en lugar de ir de oca (Valle de los Caídos) a oca (Mingorrubio) le hubiesen organizado un 'tour' por la España del 2019? Cada cual tendrá su respuesta a la estúpida pregunta. Para no desentonar en liviandad propongo la mía: la huelga de mujeres futbolistas, las colas de hombres en los gimnasios para subirse a las máquinas de elíptica y los mundiales en partes del planeta en los que se reza mayormente a Alá. Señoras luchando por sus derechos, alejadas de las mesas petitorias y de sus labores; hombres de todas las edades con mallas apretadas y enamorados del 'fitness', y competiciones de relumbrón en las tierras del infiel. Imagínenlo a bordo del 'Azor' inquiriéndose si para acabar así fue que el hombre ganó una guerra.

Un hombre de deporte

Todo esto le ocuparía y preocuparía mucho más que el ‘procés’ o los podemistas. Él, a pesar de aparentar un botijo barrigón, era un hombre de deporte. Al menos si atendemos a lo que se decía del personaje en aquellos tiempos. Ya saben, cazador, pescador, golfista, jinete. Vean si no lo que dejó escrito el periódico deportivo 'Marca' en su editorial de portada titulado 'Deportista Ejemplar', el día en el que la parca lo quitó de en medio definitivamente: «La estampa de Franco, jefe del Estado español, como deportista activo y practicante es familiar a todos los españoles. Buen jinete, hizo de la equitación prolongación de su vida militar; el golf pulió su pulso, y su destreza y la pesca adiestraron y fomentaron la paciente espera, la firmeza, la exactitud en el acierto del momento… Francisco Franco era, en su corazón y en su quehacer, un deportista íntegro, y el deporte, que templaba su cuerpo, se proyectaba en su conducta como hombre y como estadista». Tras este párrafo queda clarísimo por qué, a diferencia de gobernantes y políticos de hoy en día, él dejó para el futuro una cita repleta de comprensión con el oficio de periodista: «A mí, la prensa siempre me ha tratado bien». Tomen nota quienes aspiren a gestionar con éxito una estrategia de relaciones públicas.

Sin duda, en otras cuestiones andaría el general deportista muy satisfecho. Le entusiasmaría que sigan siendo estos tiempos muy propicios para la muletilla patriótica. Y no es difícil fantasear con una escena en la que el dictador, con el pecho henchido y saturado de medallas de latón, acaba un discurso solemne en el balcón de la plaza de Oriente con las mejores notas de su voz aflautada repitiendo un par de veces y con breve pausa de por medio, para añadir mayor tensión dramática, «soy español, ¿a qué quieres que te gane?».

Después continuarían los disgustos y quizás le asaltarían las tentaciones de fusilar al que le explicara que el deporte popular, que él quiso convertir en un pilar propagandístico de su régimen dejando las riendas en manos de Falange, lleva años gestionado por las comunidades autónomas, y que ya no hace falta ir a un local de la OJE para aprender a patear un saco. Viviría también escenas en las que la cabeza le estallaría por no alcanzar a procesarlas. Imaginen, de la euforia a la ira en solo unos segundos. Los que van de recibir la noticia de que España fue campeona del mundo de fútbol en el 2010 en Sudáfrica a saber que el título quedaba mancillado por la titularidad de algún que otro secesionista catalán en el eje de la defensa de ese combinado nacional.

Puede que incluso llegara a la conclusión de que, para dejarlo todo atado y bien atado, eran necesarios nudos de mayor enjundia que el as de guía y el ballestrinque.