Giro político

Compra de aviones y una base militar conjunta: Milei quiere que Argentina sea el gran aliado regional de EEUU

Argentina abre la puerta a demandar a Irán por el atentado contra la mutual judía de Buenos Aires

Milei lanza su cruzada contra la educación pública, a la que acusa de "lavar cerebros" y "adoctrinar"

El presidente de Argentina, Javier Milei, se reúne con la comandante del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson.

El presidente de Argentina, Javier Milei, se reúne con la comandante del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson. / Presidencia Argentina

Abel Gilbert

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"No queremos tener relaciones platónicas: queremos tener relaciones carnales". Corría 1991 y el ministro de Exteriores de Argentina, Guido di Tella, definía de ese modo el vínculo que trataba de forjar el Gobierno del presidente Carlos Menem con Estados Unidos: Hasta la secretaria de Estado Madeleine Albright se sorprendió por la osadía de la metáfora. Creyó que había sido un error de traducción. No lo era. Argentina se había sumado ese año a la coalición contra Sadam Husein y, a pedido de la Casa Blanca, abandonaba la fabricación de un misil de tecnología propia. Menem jugó al tenis con George Bush padre y logró que Bill Clinton nombrara a este país aliado "extra OTAN".  Los argentinos no necesitaron por unos años visa para entrar a Estados Unidos. Todo cambió a partir del derrumbe del modelo económico neoliberal, en diciembre de 2001. La llegada del kirchnerismo puso fin a las "relaciones carnales" y apostó por la alianza con Brasil y la región. Di Tella llegó a arrepentirse de su frase. "Fue una estupidez que dije, lo acepto y lo padezco". Décadas más tarde, otro Gobierno, esta vez de ultraderecha, recupera su espíritu. El presidente Javier Milei no solo acaba de pactar la instalación de una base conjunta. Este martes ha suscrito en Dinamarca un contrato para adquirir 24 cazas F-16 estadounidenses. Si bien tienen 40 años de uso, la compra de esos aviones adquiere un doble valor político para Milei: de un lado, emite una señal de alineamiento estratégico con EEUU y, por extensión, Israel, y, además, desiste finalmente de los flamantes y mucho más modernos JF-17 que había ofrecido China y estuvieron a punto de ser parte de la flota de la Fuerza Aérea argentina.

"No hay plata (dinero)", repite el presidente como un mantra. El ajuste se ha traducido en miles de despidos en la administración pública, recortes en los gastos de asistencia social y la educación. Las autoridades decidieron cancelar la compra de manuales para repartir en escuelas de todo el país. Los F-16, que aterrizarán en Buenos Aires el año venidero, no pasaron por el filtro de la "motosierra" aunque requieren de un desembolso de 360 millones de dólares, que no serán financiados de manera parcial por los vendedores, como se hbaía anunciado. Estados Unidos también proveerá su sistema armamentístico. Desde finales de la guerra del otoño de 1982 por la posesión de las islas Malvinas, Londres había vetado cualquier tentativa de equipamiento militar de Argentina en el mercado de armas occidental.

"Recibimos crédito de parte de Estados Unidos para evitar que compremos aviones chinos y se rompen 40 años de prohibición de Argentina comprando armamento, por un embargo inglés. Este es el contenido verdadero de este hecho", aseguró Diego Guelar, quien se ha desempeñado como embajador en Washington, Pekín, Brasilia y ante la UE en Bruselas.

Entusiasmo oficial

"Es la adquisición aeronáutica militar más importante desde 1983", se entusiasmó el ministro de Defensa, Luis Petri, al estampar la firma del contrato en la capital danesa. Milei siguió la ceremonia a través de videoconferencia. "Estamos recuperando la capacidad supersónica de nuestra aviación y logrando el ingreso definitivo de nuestra Fuerza Aérea a los desafíos tecnológicos del Siglo XXI", dijo Petri al presidente. "Con orgullo puedo decir que comenzamos a recuperar nuestra soberanía aérea".

Todo esto, remarcó el ministro, ocurre "gracias al liderazgo" del anarcocapitalista. Milei no ha hecho más que cumplir con su programa. Más allá de quien ocupe la Casa Blanca, por encima de sus inequívocas preferencias hacia Donald Trump, su administración vuelve a insertar a Argentina en la senda que había trazado con entusiasmo Di Tella hace 33 años. Como parte de esa voluntad, el presidente recibió días atrás en la ciudad patagónica de Ushuaia, unos 3080 kilómetros al sur de la capital, a la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, la general Laura Richardson. Milei uso uniforme de campaña, para estar a tono con la jerarquía de la invitada. Reivindicó la "afinidad natural" que tiene Buenos Aires con Washington y una valorización compartida de "la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privad". Acto seguido, y ante la perplejidad opositora, anunció la construcción en el punto más austral de Argentina de una base naval compartida.  "Un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano a la Antártida y convertirá a nuestros países en la puerta de entrada al continente blanco".

El fantasma chino

Richardson expresó su inquietud por la presencia de China no solo en territorio argentino sino la región. Milei decidió congelar todos los emprendimientos que proyectaba Pekín: represas hidroeléctricas, la construcción de centrales nucleares, el acceso al litio y otros minerales.

La embajada china negó en tanto que la base que ha levantado hace una década en la provincia de Neuquén, 1.200 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires, tuviera fines militares. "La instalación, establecida como parte de la cooperación tecnológica espacial entre China y Argentina, permite a científicos de ambos países realizar investigaciones científicas y ofrece servicios de medición y control para proyectos aeroespaciales chinos". Su propósito es "exclusivamente civil y opera bajo un modelo abierto y transparente".

Argentina no solo ha quedado involucrada en otro escalón de la disputa entre Pekín y Washington sino, también, en el conflicto de Oriente Próximo. Milei ha convertido a Israel en otro de los pilares de su inserción global y ha defendido a rajatabla sus acciones en Gaza. Tras el ataque que lanzó Irán, y pocas horas después de que la justicia argentina responsabilizara a Teherán de los ataques terroristas de carácter antisemita que se perpetraron en Buenos Aires en 1992 y 1994, el presidente convocó a un "gabinete de crisis" para analizar las posibles consecuencias para Argentina de los hechos que habían tenido lugar 12.230 kilómetros al norte de este país. De manera sorprendente, participó de la cita el embajador de Israel en la Argentina, Eyal Sela.

"La sobreactuación podría además generar el efecto contrario al deseado", comentó Iván Schargrodsky, columnista del portal Cenital. "Milei no conformó un comité de crisis ni coordinó con otros líderes por la epidemia de dengue, un problema regional que causa estragos también en el Brasil de Lula da Silva. Corre el riesgo de ser percibido como más preocupado por problemas externos que por los propios y generar resentimientos en Argentina contra un país que, como demostró repetidamente, ocupa en su corazón un lugar incluso mayor que en la agenda del sector político que representa. El presidente podía alinearse con Israel, como lo hicieron ayer tantos países, sin necesidad de tamaña puesta en escena".