Elecciones en el país asiático

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El presidente electo de Taiwan, Lai Ching-te, celebra su victoria en la sede de su partido en Taipei

El presidente electo de Taiwan, Lai Ching-te, celebra su victoria en la sede de su partido en Taipei / Yasuyoshi CHIBA / AFP

Adrián Foncillas

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Ganó el Partido Democrático Progresista (PDP) y Pekín amanecerá hoy en su día de la marmota. La formación de raíz independentista suma ya tres victorias electorales consecutivas, un hito en la joven democracia taiwanesa. No amaina en el Estrecho de Formosa, sobre el que se abren otros cuatro años fragorosos y probablemente sin diálogo a ambas orillas, por más que el ganador lo ofreciera ayer en condiciones “de paridad y dignidad”.

No hubo partido a pesar de que vaticinaban las encuestas, que incluso dejaban la puerta abierta a una sorpresa de última hora. El recuento de votos, ejemplarmente fluido y veloz, pronto vistió de ganador al candidato Lai Ching-te, que sumó finalmente el 40 % de las papeletas. Detrás quedó el Kuomintang, la formación filochina, con el 33 %, y el Partido Popular de Taiwán (PPT), un nuevo actor que pretende romper el esclerotizado bipartidismo buscando a la juventud desencantada. Sus dos millones de votos son una prometedora tarjeta de presentación.

Habían pasado pocos minutos desde que el resto de candidatos asumieran la derrota cuando Lai compareció ante la prensa internacional, vehículo necesario para romper con el aislamiento. Reivindicó su victoria como la de “la comunidad de democracias” y aludió tangencialmente a China en su discurso. Se congratuló de que los votantes hubieran resistido las presiones de “fuerzas externas” y subrayó que los taiwaneses tienen el derecho a elegir a su presidente.

Pekín había presentado los comicios como una elección entre la guerra y la paz y aconsejado a sus “compatriotas” que tomaran la decisión correcta. El PDP denunció en las vísperas las intromisiones chinas, a veces de forma exagerada, lo que le había costado las acusaciones de “paranoico” de Pekín y la oposición. A China le queda el consuelo de que los independentistas perdieron la mayoría en el Parlamento, donde el nuevo partido se presenta como clave entre los dos trasatlánticos, especialmente en asuntos tan peliagudos como el exorbitante gasto en Defensa que pretende el partido gobernante. Esa pérdida, asumió Lai, muestra que “no hemos trabajado lo suficientemente duro y existen áreas que tenemos que revisar”.

Fiesta de la democracia

A nadie pareció importarle eso entre las decenas de miles de seguidores que se juntaron frente a su sede en Zhongzheng, un coqueto distrito céntrico. La fiesta se desató a primera hora de la tarde, con varios escenarios sobre los que sus representantes gritaban eslóganes a unos decibelios insanos. No es un tópico en Taiwán que las elecciones son la fiesta de la democracia. Es una jornada jaranera, con niveles de abstenciones ridículas, donde no cuesta toparse con la diáspora taiwanesa regresada por unos días para cumplir con su derecho y deber.

Los vehículos electorales tronando sus consignas con altavoces, los voluntarios a la salida de cualquier estación de metro… todo remite a una cita con la historia. Incluso el sol sustituyó ayer al plomizo cielo isleño. Los veinteañeros Yvonne Liu y Tim Hsu tienen una dispensa poderosa: se casaron ayer en una iglesia presbiteriana de Taipei y su colegio electoral está en Kaohsiung, la ciudad del extremo meridional. La fecha fue forzada para que pudiera acudir la hermana de la novia, próxima a empezar sus estudios en Estados Unidos. “Algunos invitados de nuestra ciudad natal no han acudido porque prefieren votar”, señala Tim con mirada comprensiva.

Años difíciles con la presidenta saliente

La nueva victoria del PDP permite aventurar lo que le espera a la isla con un margen exiguo de error. Los dos mandatos de Tsai Ing-wen, la aún presidenta, han estado marcados por los roces con China, la pérdida de aliados diplomáticos (apenas conserva ya una docena de países de peso mosca) y el refuerzo de los lazos con Estados Unidos y Japón. La tensión alcanzó su cúspide con la visita a Taiwán de la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, tras la que Pekín ordenó unos ejercicios navales y aéreos sin precedentes en las aguas circundantes de la isla. No han sido los años más prósperos de la isla, por decirlo suavemente, pero la ineptitud del KMT para aprovecharse del fastidio popular es fascinante.

Los resultados de ayer certifican que los taiwaneses han aprendido a lidiar con ese contexto árido. También subrayan el fracaso de la estrategia esquizofrénica china que junta la seducción y las promesas de un futuro resplandeciente en común con las amenazas. Taiwán ha elegido continuar por la misma senda, priorizando su identidad y la distancia prudencial con China a la calamitosa gestión económica del PDP.

La isla, consciente de su especificidad y celosa de su democracia, cada día se parece menos a la que ansía recuperar Pekín. No es la reunificación un asunto al que vaya a renunciar China pero, descartada la vía militar por más que la anuncie tercamente Occidente como inminente e inevitable, le urge otra fórmula. “Cada vez que escucho una intimidación china, me olvido del desastre económico. China no me asusta a mí ni a ningún taiwanés”, sostiene Chou, abogado jubilado, tras salir de su colegio electoral.

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