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Hitler, Stalin, Mussolini: Cómo construyeron su mito los dictadores del siglo XX

Un libro recién publicado ataca la percepción de que varios de los principales tiranos contemporáneos contaron con el favor de sus pueblos

El autor sostiene que todos se valieron del miedo para que sus súbditos fingieran un entusiasmo por ellos que no sentían en su mayoría

Combo dictadores

Combo dictadores

Daniel G. Sastre

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En 'Dictadores' (Acantilado), el catedrático de los Países Bajos Frank Dikötter sitúa el culto a la personalidad de ocho dictadores del siglo XX donde en su opinión debe estar por la importancia que le concedieron: en el centro de su acción política. El libro establece un nexo común entre ellos, de izquierdas y de derechas; europeos, africanos o asiáticos: pese a lo que se creía mientras gobernaban, el entusiasmo popular que suscitaron no fue genuino, sino que se apoyaron en el terror que generaban para forzar a la población a fingirlo. "No puede existir un culto a la personalidad que no se sustente en el miedo", sostiene el autor. Y 'Dictadores' describe minuciosamente el proceso. También afirma que "los dictadores de hoy en día, con la excepción de Kim Jong-un, están muy lejos de infundir un miedo comparable al de sus predecesores".

Benito Mussolini: el poder de la imagen

Benito Mussolini se obsesionó muy pronto por que toda Italia reconociera su figura. Se rodeó de colaboradores que idearon normas para equipararlo con una divinidad, como el peregrinaje a su pueblo de nacimiento; controló la prensa con mano rígida; mandó instalar altavoces en las plazas de los pueblos para que se escucharan sus discursos; se explicó a la nación que jamás dormía; e inclusó se esculpió un perfil de Mussolini en las rocas de una montaña en la Italia central. Su aura fascinó a numerosos visitantes extranjeros: tras una breve reunión, Thomas Edison proclamó que era "el mayor genio de todos los tiempos".

Detrás de esta imagen había un concienzudo trabajo de eliminación de los enemigos internos y de control hasta del último detalle: él mismo elegía el bastón del jefe de la banda de música que tocaba frente a su despacho. Tras caer en desgracia, meses antes de morir a manos de los partisanos, explicó así su decadencia: "Mi estrella ha declinado. Aguardo el final de la tragedia y, extrañamente distanciado d todo, ya no me siento actor. Siento que soy el último de los espectadores".

Benito Mussolini.

Benito Mussolini. / EL PERIÓDICO

Adolf Hitler: un maestro del disfraz

Impresionado inicialmente por el magnetismo de Mussolini, en cuyos camisas negras se inspiraron los camisas pardas nazis, Adolf Hitler llevó el culto a la personalidad a un nivel nunca superado. Lo hizo rodeándose de propagandistas brillantes como Joseph Goebbels, Leni Riefenstahl, Heinrich Hoffmann o Albert Speer, y concediendo una importancia capital a la imagen. "Calculaba minuciosamente cómo tenía que presentarse ante el público", afirma Dikötter. "Voy a empezar una moda", dijo en 1921, cuando uno de sus primeros seguidores le aconsejó que se dejara el bigote entero, o se lo afeitara por completo.

Hitler moduló en todo momento su imagen en función de sus necesidades: de la firmeza que transmitían los carteles electorales con fotos de Hoffmann de sus inicios a la aparente sensatez que exhibió en 1938 ante Neville Chamberlain, y que le permitió ocupar los Sudetes sin un solo disparo. «Actor principal, director de escena, orador y publicista, todo en uno [...] Era un maestro del disfraz», asegura el autor de 'Dictadores'. Sin embargo, solo el control total de la educación y la prensa le acabaron proporcionando una adoración total del pueblo que, según Dikötter, era más bien forzada.

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Adolf Hitler. / EL PERIÓDICO

Stalin: el humilde santo rojo

Stalin supo sacar partido a sus evidentes defectos -no era buen orador y carecía de carisma- para presentarse como un siervo modesto consagrado al bien común "mientras otros pugnaban por situarse bajo los focos". Tras maniobrar para consolidar su posición como sucesor de un Lenin que había solicitado su destitución poco antes de morir, y después de aplastar a Trotski, su principal rival, Stalin se apoyó en unas y en otras facciones según su necesidad. Como en el resto de casos, utilizó el terror para imponer su aceptación popular, y su especialidad fueron las purgas. "Bajo el liderazgo de Stalin, el Partido se había vuelto sacrosanto, y Stalin devino en personificación de la santidad", afirma Dikötter. Si al principio se conformó con la imagen de líder severo y distante, después cultivó un aspecto más humano: la de un hombre "sencillo y modesto" que aceptaba casi a regañadientes la adoración de millones de personas. Llegaron a existir cinco ciudades con el nombre de Stalin: Stalingrado, Stalinsk, Stalinabad, Stalino y Stalinagorsk.

Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial se acrecentó su paranoia. Y el culto a su personalidad llegó al cénit en 1949, en su 70 cumpleaños: mientras lo celebraba en el teatro Bolshói de Moscú, "los reflectores iluminaron una gigantesca figura de Stalin, suspendida de unos globos muy por encima de la Plaza Roja". Cuando murió, en 1953, varios cientos de personas murieron pisoteadas por las multitudes que querían ver su cadáver embalsamado.

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Stalin. / EL PERIÓDICO

Mao Zedong: el rey filósofo de Oriente

Fascinado por la violencia desde que, en su juventud, viera cómo los campesinos se revolvían en las zonas rurales contra los poderosos y los apuñalaban y los decapitaban, la magnificación de la figura de Mao tuvo lugar en primer lugar por obra de la Komintern, que buscaba líderes comunistas en varios países, poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras reescribir la historia del Partido Comunista Chino para cargar contra quienes se le habían opuesto, Mao se presentó como un teórico y en 1943 dio luz verde a un culto a la personalidad que no conocía límites: todo el mundo tenía que aclamarle y que estudiar su pensamiento. Su cara se unió en los carteles callejeros a las de Marx, Engels, Lenin y Stalin. A finales de 1949, y "en el mismo momento en que la bandera roja ondeó sobre Pekín, un retrato de Mao Zedong, realizado a toda prisa, apareció sobre la puerta principal de la Ciudad Prohibida".

Como ya había hecho Stalin, el realismo socialista sustituyó a todas las demás corrientes artísticas, solo que en esta ocasión el tema principal no era el líder soviético, sino Mao, que se consideraba a sí mismo "el rey filósofo de Oriente". Tras la muerte de Stalin y su posterior caída en desgracia, Mao tuvo que poner freno al culto a la personalidad que había promovido. Pero lo retomó tras las revueltas húngaras. "¿Qué hay de malo en la veneración?", se preguntaba retóricamente en 1958.

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Mao Zedong. / EL PERIÓDICO

Kim Il-sung: el Gran Líder que volaba

Durante su primera aparición pública, en una concentración en Piongyang en octubre de 1945 para dar la bienvenida al Ejército Rojo, un Kim Il-sung de 33 años hizo su primera intervención pública. Parecía, según uno de los asistentes, "un repartidor de restaurante chino". Antes de llegar al poder, los soviéticos lo ayudaron al principio a mejorar su imagen: se enaltecía su pasado como guerrillero contra los japoneses, y Kim trabajó por mejorar su sonrisa y dar una imagen de "gentileza y alegría". Enseguida se le empezaron a atribuir virtudes sobrenaturales, como la de volar o la de atravesar montañas.

Convertido en Gran Líder tras la guerra que desangró a las dos Coreas, Kim empezó a mostrarse como presidente omnipresente y exigía adulación constante. Entronizó el juche -un canto a la autosuficiencia-, demonizó lo extranjero y colocó a numerosos familiares en puestos de poder. En 1972, cuando cumplió 70 años, las obras públicas para la celebración alcanzaron una escala tan faraónica que hubo que interrumpir todas las entregas de cemento comprometidas a la URSS. La joya fue una estatua suya de más de 20 metros, visible a varios kilómetros de Piongyang.

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Kim Il-sung, con su hijo. / EL PERIÓDICO

François Duvalier: el espíritu vudú de Haití

Tímido y estudioso cuando era un niño, François Duvalier empezó a enorgullecerse pronto de la herencia africana de Haití. Ya convertido en médico, e interesado por el 'noirismo' -una teoría que abrazaba el determinismo racial- y el vudú, su mito empezó cuando se integró en las filas opositoras y, en 1954, el gobierno puso precio a su cabeza. Refugiado en las montañas y disfrazado de mujer, Duvalier se ganó la fama de "luchador de la resistencia que huía de escondrijo en escondrijo". 

Adoptó una imagen apacible y discreta, y se hacía llamar 'Papa Doc', hasta que alcanzó el poder. "Yo soy la Nueva Haití, Dios y el destino me han elegido", proclamó tras abortar un intento estadounidense de sublevar a la población contra él. A finales de los 50 empezó a presentarse como un espíritu vudú. 

En 1959, y tras sufrir un infarto y ver cuestionado su poder, Duvalier se dio un baño de masas por la capital. A caballo de la ayuda económica de Estados Unidos, cultivó la adulación de sus seguidores al tiempo que estudiaba cómo convertirse en presidente vitalicio. Y aunque a mediados de los 60 su estrella empezó a declinar, logró maniobrar hasta morir en su cama en 1971.

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François Duvalier. / EL PERIÓDICO

Nicolae Ceausescu: un cetro que aplaudió Salvador Dalí

La construcción del Palacio del Pueblo de Bucarest, que se inició en 1985, consumió un tercio del presupuesto nacional de Rumanía. Pese al nombre de ese monumento, el edificio administrativo más grande del mundo, en realidad Nicolae Ceausescu lo había mandado erigir en su propio honor. Fanático comunista desde niño, Ceausescu supo sobreponerse a sus escasas aptitudes para convertirse primero en lugarteniente de Gheorghiu-Dej y después en dictador.

Aunque al principio se mostró prudente, en los 70 se dejó impresionar por la falsa abundancia que vio en sus viajes a China y Corea del Norte y viró hacia el cesarismo. Cuando asumió el cargo de presidente de la República, además del de Gobierno, y presentó un cetro presidencial, la ceremonia fue tan surrealista que recibió la felicitación irónica de Salvador Dalí. Cuando cumplió 60 años, los mensajes oficiales celebraron la 'Era Ceausescu' como "el capítulo más fructífero en mil años, abundante en logros y grandes triunfos". En los 80, él y su mujer acabaron dictando hasta el número de veces por día que se pronunciaba su nombre en televisión.

Nicolae Ceausescu.

Nicolae Ceausescu. / EL PERIÓDICO

Mengistu: un palacio con guepardos

Heredero de Haile Selassie, que durante cinco décadas fue objeto de un culto casi religioso dentro de Etiopía -y fuera de ella también, por comunidades como los rastafaris-, Mengistu Haile Mariam creció con un complejo de inferioridad por el tono oscuro de su piel. Llegó al poder tras acabar concienzudamente con sus enemigos y, una vez allí, moldeó su imagen según las necesidades del momento. "En ocasiones era todo sonrisas", describe Dikötter; pero también fue el principal artífice del Terror Rojo de finales de los 70. 

Empezó a abonar el culto al líder tras vencer, con la ayuda de la URSS, en la guerra contra Somalia. Por encima de todo, imitaba las maneras de un emperador. Su palacio "albergaba guepardos encadenados, estatuas de leones y lacayos con librea". En 1979, sus visitas públicas a regiones etíopes se habían convertido en un ritual bien ensayado, y la presencia era obligatoria para la población local, a la que se instruía para que aclamase a su líder, gritara sus eslóganes y llevara su retrato. Uno de sus subordinados comparó en 1984 el ascenso al poder de Mengistu en Etiopía con "la segunda llegada de Cristo".

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MENGISTU. / EL PERIÓDICO

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